
La última gran dinastía americana
Punto de vista de Harry.
Harriet se sentó frente a John en la sala principal del rancho Yellowstone. La habitación, impregnada del aroma a madera y cuero viejo, se sentía sofocante bajo la mirada del patriarca. John Dutton, con el ceño fruncido y los brazos cruzados, la observaba como quien analiza una amenaza potencial.
—Dime, ¿por qué estás aquí? —su voz era grave, cortante.
Harriet mantuvo la calma. Sabía que John Dutton no era un hombre que tolerara rodeos.
—Busco respuestas —respondió, con una mezcla de determinación y vulnerabilidad—. Tengo pruebas de que Beth Dutton es mi madre biológica.
John no parpadeó, pero su postura se endureció.
—¿Pruebas?
Harriet sacó un sobre de su chaqueta de cuero marrón y lo deslizó sobre la mesa de roble macizo. John lo tomó con recelo, sacó los documentos y leyó en silencio. La expresión de su rostro no cambió, pero sus ojos se oscurecieron.
—Jamie... —murmuró, casi para sí mismo.
—Jamie firmó los papeles de adopción en nombre de Beth —continuó Harriet—. Hay registros, documentos. Pero Beth nunca los firmo.
John resopló, lanzando los documentos sobre la mesa con una expresión de exasperación controlada.
—No me sorprende —dijo finalmente—. Mi hijo tiene la costumbre de tomar decisiones que no le corresponden. ¿Por qué no acudiste a él en lugar de venir aquí?
Harriet sostuvo su mirada, sin amedrentarse.
—Porque Jamie miente. Y porque no confió en un hombre que decide el destino de otros sin su consentimiento.
El rostro de John se mantuvo imperturbable, pero en sus ojos se reflejó una chispa de reconocimiento. No le gustaba que lo desafiaran, pero podía respetar a alguien con agallas.
—Si estás buscando un final feliz, chica, has elegido el lugar equivocado. No hacemos cuentos de hadas en Yellowstone.
—No espero un final feliz —dijo Harriet con firmeza—. Solo quiero saber la verdad.
John la observó en silencio por un largo momento, luego avanzó levemente.
—Tienes el valor de una Dutton, eso es seguro. Pero eso no significa que Beth te aceptará.
Como si fuera una señal del destino, el sonido de la puerta principal azotándose resonó en la casa.
—Papá, ¿qué carajo está pasando?
Beth Dutton cruzó la sala como una tormenta, su mirada centelleando de ira y desconfianza. Rip entró detrás de ella, observando con su habitual postura tranquila pero listo para actuar.
Al ver a Harriet, Beth se detuvo en seco. Sus ojos recorrieron a la joven de arriba abajo antes de clavar la mirada en John.
—¿Quién es ella?
Harriet sintió que su garganta se secaba, pero antes de que pudiera hablar, Beth alzó la mano para detenerla.
—No —su voz fue un filo de acero—. Quiero que tú —se giró hacia John— me digas qué está pasando aquí.
John exhaló con resignación.
—Beth, siéntate.
—Prefiero estar de pie.
John le lanzó una mirada severa, y Beth, aunque furiosa, cedió, dejándose caer en una silla. Su mirada nunca abandonó a Harriet.
—Ella dice ser tu hija —soltó John, sin rodeos.
El aire se volvió pesado. Rip se tensó, Beth se quedó congelada. Su expresión de incredulidad se transformó en algo mucho más peligroso. un sonido sin humor, se escapó de sus labios.
—Eso es imposible —dijo con frialdad—. Mi bebé murió. Jamie... ¡Jamie me dijo que mi bebé había muerto!
Harriet sintió un nudo en el estómago. Allí estaba. La mentira. La traición.
—Jamie te mintió —dijo Harriet con suavidad, pero con firmeza.
Beth se puso de pie de golpe, derribando la silla detrás de ella. Rip puso una mano en su hombro, tratando de calmarla, pero ella lo sacudió.
—¡Esto es una jodida mentira! —escupió Beth, y su voz resonó como un látigo en la sala—. ¡Tú! —se giró hacia Harriet, con los ojos encendidos de furia—. ¡No sé quién carajo eres ni qué demonios crees que estás haciendo aquí, pero si piensas que voy a caer en esta mierda de historia, estás más loca de lo que pareces! ¿Qué sigue? ¿Vas a pedirme un abrazo y decirme que siempre soñaste con conocerme? ¿Esperas que me largue a llorar y te acepte con los brazos abiertos? ¡Déjame decirte algo, niña! No hay nada en este mundo que me haga creerte, porque mi bebé murió. Murió, ¿me entiendes? ¡Murió porque ese malnacido de Jamie se aseguró de que así fuera! Y si crees que puedes venir aquí con un par de papeles y palabras bonitas a cambiar esa verdad, entonces te juro que no sabes con quién carajo te estás metiendo."
Harriet se puso de pie también.
—¡No voy a quedarme aquí y deja que me llames mentirosa! —Harriet dio un paso al frente, su voz firme y desafiante—. He pasado demasiado tiempo luchando contra gente que pensaba que podía pisotearme y decirme qué es verdad y qué no. No te conozco, Beth, pero tampoco necesito tu aprobación para saber quién soy.
Beth le sostuvo la mirada. John permanecía en silencio, observando, sopesando cada palabra. Rip mantuvo su postura firme, pero su atención estaba centrada en Beth.
—Quiero que te vayas —dijo Beth en un murmullo peligroso.
—Beth... —John comenzó, pero ella levantó una mano, su mirada fija en Harriet.
—Largo de mi casa —Beth siseó, pero Harriet no se movió. Su mandíbula se tensó, su rabia apenas contenida—. ¿Eres sorda o simplemente estúpida? Te dije que te largaras.
Harriet sintió que su corazón se encogía, pero no retrocedió.
—No me iré hasta que obtenga respuestas. Y si crees que gritarme va a hacer que desaparezca, entonces no sabes con quién estás lidiando. Me he enfrentado a cosas mucho peores que una mujer gritándome.
La tensión en la sala alcanzó un punto de quietud. John finalmente habló.
—Se queda. Hasta que tengamos claro todo esto.
Beth lo miró como si hubiera perdido la cabeza. Luego su expresión se suavizó, pero no de un modo tranquilizador.
—Entonces me quedaré a ver cómo se derrumba esta farsa.
Harriet se mantuvo de pie, sintiendo el peso de la mirada de Beth sobre ella. Rip miró de un lado a otro, listo para intervenir si era necesario. John seguía en su silla, observando todo con la calma tensa de un hombre que había visto demasiadas batallas para sorprenderse con facilidad.
—Déjame ver si entiendo —Beth habló con el tono afilado de alguien que intentaba aferrarse al control de la situación—. Dices que Jamie autorizo los papeles de adopción. Dices que mi hijo no murió. ¿Y se supone que debo creerte?
Harriet mantuvo la espalda recta. Sabía que cualquier signo de debilidad le daría la excusa perfecta a Beth para desestimarla.
—No espero que lo hagas —respondió con serenidad—. Pero te contaré cómo lo descubrí, y después, si sigues sin creerme, al menos habré hecho mi parte.
Beth cruzó los brazos, su mandíbula tensa. John le lanzó una mirada, como diciéndole que al menos escuchara. Rip permaneció en silencio, observando a ambas.
Harriet tomó aire antes de hablar.
—Hace unos meses, mientras organizaba mi herencia, encontré documentos que no deberían existir. Papeles de adopción que no coincidían con la historia que siempre me contaron. Mis padres biológicos no eran James y Lily Potter. El acta de nacimiento que hallé en Grimmauld Place no decía "Potter", decía "Dutton".Evelyn Dutton.
Hizo una pausa, dejando que sus palabras calaran en el ambiente.
Beth presionó los labios con tanta fuerza que se volvió una línea blanca.
—Investigué todo lo que pude en los archivos de adopción en Inglaterra, pero la información estaba incompleta. Así que recurrí a distintos métodos de investigación. Uno de los registros de linaje que encontré confirmaba que era descendiente directa de Beth Dutton. Aún así, eso no era suficiente. Busqué en registros de adopción y encontré firmados por Jamie Dutton, autorizando mi entrega a una agencia en Londres. Y todo sin tu firma.
John suspir pesadamente, cerrando los ojos un instante, como si ya hubiera visto venir la respuesta.
—¿Y tú crees que eso es suficiente? —preguntó Beth, su voz cargada de incredulidad—. Jamie es muchas cosas, pero... no haría eso. No en esto.
Su tono no era de certeza, sino de súplica. Como si se aferrara a la única versión de la historia que no la destruiría.
Harriet sostuvo su mirada.
—Beth, sé que es difícil de aceptar, pero tienes que preguntarte esto: ¿por qué nunca viste el cuerpo? ¿Por qué te lo dijeron y simplemente lo creíste?
Beth se estremeció. Ripió frunció el ceño, moviéndose apenas, pero su estaba completamente en ella.
—Porque no tenía razones para dudar —murmuró Beth, como si intentara convencerse a sí misma.
Harriet la estudió un momento antes de hablar de nuevo.
—Sé lo que es vivir con una mentira que prefieres no cuestionar, porque si lo haces, todo lo que crees se derrumba —dijo en voz baja—. Pero él aprendiendo que la verdad encuentra la forma de salir, sin importar cuánto el ignorante.
Beth apartó la mirada, su cuerpo tenso como un arco listo para disparar.
—Me quedaré en Bozeman un par de días más —continuó Harriet—. Estoy en un motel cerca del centro, el tipo de lugar que cobra por adelantado y no hace preguntas. No es el Ritz, pero tiene una cama y una ducha decente. Si decides que quieres hablar, sabes dónde encontrarme.
Con eso, se giró y salió de la casa, dejando atrás un silencio espeso.
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Punto de vista de Beth.
Beth no volvió a la casa. En lugar de eso, se dirigió al granero, buscando un lugar donde pudiera pensar sin sentir la mirada de su padre clavada en su espalda. Rip la siguió, aunque se mantuvo a la distancia por un momento antes de finalmente hablar.
—Beth.
Ella no se giró.
—No lo hagas —su voz fue un susurro áspero—. No me mires como si esperara tu lástima.
Rip cruzó los brazos, observándola con paciencia.
—No te tengo lástima —dijo con calma—. Pero necesitas hablar de esto.
Beth giró sobre sus talones, los ojos brillando con furia contenida.
—¿Hablar de qué, Rip? ¿Hablar de cómo me arrancaron algo y nunca lo supe? ¿De cómo mi propio hermano pudo haberme mentido en la peor forma posible?
Rip no se inmutó.
—Sí, Beth. De eso.
Beth dejó escapar una risa amarga.
—Jamie es un hijo de puta. Es un cobarde. Pero... en esto, en esto tengo que creer que me dijo la verdad. Porque si no, si no lo hizo...
Se quedó en silencio, sus manos temblando ligeramente. Rip dio un paso adelante, su expresión suave pero firme.
—Si no lo hizo, entonces viviste con una mentira todo este tiempo —completó él—. Y eso es una mierda difícil de aceptar. Pero pretendiente que no pasó no va a cambiarlo.
Beth tragó saliva. Rip puso una mano en su brazo, su contacto anclándola al presente.
—Beth, pase lo que pase, nos enfrentaremos a esto juntos.
Ella cerró los ojos un momento, luego asintió, pero sin hablar.
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Beth no regresó de inmediato a la casa después de su conversación con Rip. En cambio, caminó hasta su camioneta y se apoyó contra la puerta, encendiendo un cigarro con manos aún temblorosas. El humo llenó sus pulmones mientras trataba de ordenar sus pensamientos. No podía quedarse de brazos cruzados. No cuando todo lo que creía saber sobre su pasado estaba siendo arrancado de raíz.
Subió el motor y tomó la carretera sin un destino claro, aunque su subconsciente ya había tomado la decisión por ella. La imagen de la muchacha en el rancho, con sus palabras firmes y ojos que contenían un fuego demasiado familiar, la perseguía. Antes de darse cuenta, estaba en Bozeman, deteniéndose frente a un motel de mala muerte. No tenía sentido dar media vuelta ahora.
Beth apagó el cigarro con la punta de su bota y salió del auto con pasos firmes. Si aquella chica era realmente quien decía ser, entonces merecía escuchar lo que tenía que decir. Y si estaba mintiendo... bueno, Beth Dutton sabía exactamente cómo lidiar con mentirosos.
Subió las escaleras del motel, su corazón latiendo con furia reprimida, pero antes de que pudiera tocar la puerta, escuchó voces dentro. Frunció el ceño y se detuvo, prestando atención.
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Punto de vista de Jamie.
Jamie Dutton estaba en el centro de campaña, rodeado de asesores, reporteros y simpatizantes que esperaban su discurso. Llevaba semanas cultivando la imagen del fiscal general ideal, el hombre con visión y compromiso, y en ese momento, todo tenía que salir perfecto.
Mientras su asistente le revisaba la corbata y otro le alcanzaba una carpeta con las declaraciones preparadas, su teléfono vibró en su bolsillo. Lo ignoró al principio, demasiado ocupado con los detalles del evento, pero el dispositivo sonó una segunda vez, con insistencia. Suspirando con frustración, se alejó unos pasos y contestó.
—Más te vale que sea importante —dijo con voz tensa.
Al otro lado de la línea, respondió una voz nerviosa.
—Jamie... tenemos un problema. Una muchacha que dice ser la hija de Beth está en el rancho.
El silencio que siguió fue abrumador. El bullicio de la campaña se desvaneció en un murmullo lejano mientras Jamie sentía cómo un frío helado se extendía por su espalda.
— ¿Qué demonios acabas de decir? —preguntó, su tono ahora afilado como una cuchilla.
—Llegó hoy. Estás hablando con tu familia.
El enojo de Jamie se estalló al instante.
—Y ¿por qué diablos me estoy entrando hasta ahora? ¡¿Por qué no me avisaron en el momento en que puso un pie en Montana?!
—Pensamos que se iría rápido, pero... no fue así. Se quedó, y ahora Beth y John la están escuchando. Rip también está involucrado.
Jamie presionó el puente de su nariz, tratando de controlar su furia. No podía darme cuenta del lujo de un escándalo ahora, no en medio de su campaña. Su imagen pública debía ser impecable, y esto podía derrumbar todo lo que había construido.
—Escúchame bien —su voz bajó, pero se volvió más amenazante—. Quiero saber exactamente qué ha dicho, qué está buscando y qué diablos está pensando mi padre al dejarla quedarse ahí. Y lo quiero saber ahora.
—Sí, señor. Me encargaré de averiguarlo.
Jamie colgó el teléfono con un chasquido seco y respiró hondo, tratando de calmarse. Se volteó hacia sus asesores, obligándose una sonrisa falsa en su rostro.
—Díganme dónde demonios está mi café. Tenemos un discurso que dar.
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Habitación del motel, Bozeman.
Esa noche, Harriet estaba en su habitación del motel, revisando sus notas cuando un golpe seco sonó en la puerta. Frunció el ceño y dejó los papeles a un lado.
Cuando abrió, Jamie Dutton estaba allí, con una sonrisa tensa que no alcanzaba sus ojos.
—Oh, qué sorpresa. ¿El honorable Jamie Dutton ensuciándose los zapatos en un motel de mala muerte? ¿Debo sentirme halagada?
Harriet no se mueve.
—Hablar, ¿o tratar de convencerme de que desaparezca?
Jamie dejó escapar una risa breve, sin humor.
—Creo que ambas cosas pueden ser ciertas.
Harriet cruzó los brazos, sin moverse del umbral.
—Oh, Jamie, me encantaría complacerte, pero verás, la última vez que alguien intentó decidir mi futuro sin preguntarme, termine cruzando el océano. Así que, no, no me iré.
—Podrías reconsiderarlo —su tono aún amigable, pero con un filo peligroso debajo—. No sabes en lo que te estás metiendo.
Antes de que pudiera continuar, la puerta se abrió más de golpe. Beth estaba ahí, y parecía a punto de incendiar el maldito motel con la mirada. Sus pasos fueron rápidos y firmes, su presencia llenó la habitación de pura rabia contenida. Sus puños estaban cerrados, los nudillos blancos de la presión.
—Pero ¿qué carajo cree que estás haciendo aquí, Jamie? —escupió Beth, su tono letal—. ¿Intentando manipular a la única persona en esta familia que todavía no te ha arrancado la cabeza? Porque déjame decirte algo, hermano, eso está a punto de cambiar.
Jamie parpadeó, su compostura tambaleándose por primera vez.
—Beth, esto no te concierne.
—Oh, sí que me concierne —Beth dio un paso adelante, su tono bajo y venenoso—. Porque si lo que Harriet dice es cierto, entonces tú me quitaste algo que jamás podrás recuperar. Y eso, Jamie, es algo que no pienso dejar pasar.
Harriet observó el intercambio en silencio, sintiendo que había provocado algo que ninguno de ellos podría detener.
Jamie tragó saliva, su expresión endureciéndose de nuevo.
—Todo lo que hice fue para proteger a esta familia.
Beth se sintió emocionada, pero no había alegría en su rostro.
—No, Jaime. Lo hiciste para protegerte a ti mismo.
La habitación se llenó de un silencio sofocante. Harriet sintió que el aire se volvía denso, como la calma antes de una tormenta.