
Es víspera de Navidad, el aire fresco y gélido se cuela por las rendijas de la vieja casa de los Weasley, que alguna vez fue un refugio de risas y calidez. Este año, sin embargo, todo parece diferente. La magia de la Navidad, esa que solía envolver a la familia Weasley, ahora se siente marchita, como si estuviera ahogada en la niebla gris de la melancolía. Las luces parpadean tenuemente, titilando como si lucharan por mantenerse encendidas en un mundo que ya no tiene esperanza.
Es el tercer aniversario de la relación entre Ron y Hermione, pero no hay alegría en el aire. Los recuerdos de tiempos mejores flotan por la casa, haciéndolo aún más doloroso. En la mesa principal, tres lugares permanecen vacíos: Fred Weasley, el hermano que perdió su vida en la batalla final, se ha ido, pero su espíritu permanece atrapado en las paredes de la casa como un espectro que nunca podrá descansar.
Hermione, aquella que siempre fue la voz de la razón, ya no está con ellos. Se separó de Ron al comienzo de la primavera, un golpe que nadie vio venir. No era solo una ruptura; era un cataclismo emocional que dejó a todos tambaleándose en un mar de dudas. Los murmullos de sus amigos se convirtieron en ecos de un amor roto que, como la nieve, se deshizo bajo la presión de los secretos no revelados.
Harry, el amigo que siempre estaba allí, también ha desaparecido de sus vidas. Su relación con Ginny, que parecía tan sólida y luminosa como la estrella más brillante del firmamento, terminó de manera inexplicable. Nadie sabe la razón exacta, ni siquiera ellos, pero el desgaste fue inevitable. Las heridas emocionales que dejaron su ruptura son profundas, y aunque la Navidad debería ser un tiempo de reconciliación, el aire está cargado de resentimientos y preguntas no respondidas.
La casa de los Weasley, que alguna vez fue el refugio para todos aquellos que alguna vez se sintieron huérfanos del sistema, ahora está desbordada de tensiones. Las paredes, que alguna vez acogieron risas y juegos, ahora solo retumban con lamentos y peleas. La presencia de los Weasley, con su esencia de amor incondicional y calidez, ha quedado opacada por el peso de las ausencias. Los niños, que antes corrían por la casa con sonrisas en sus rostros, ahora se esconden, incapaces de entender por qué los adultos parecen estar al borde del colapso emocional.
Arthur y Molly Weasley, los pilares de la familia, se encuentran al borde de la desesperación. Molly, cuya figura siempre fue sinónimo de amor y devoción, ahora se ve desbordada, con sus ojos marcados por las lágrimas de aquellos que se han ido, y el miedo de perder a más seres queridos. Arthur, el hombre que siempre vio lo mejor de las personas, no puede dejar de preguntarse si su familia alguna vez volverá a ser la misma.
Ron, el hijo que siempre fue el corazón alegre de la familia, está sumido en una amarga soledad. Su alma está rota, incapaz de entender qué salió mal con Hermione, la única persona que le dio sentido a su vida después de tantas pérdidas. Él pasa los días mirando el fuego de la chimenea, buscando respuestas en las llamas que parecen consumirlo sin piedad. Su dolor no solo es por la ausencia de su amada, sino por la separación de un lazo que siempre creyó irrompible: la conexión con Harry, su hermano de corazón, que ahora está tan distante.
La casa está fría. El aire, espeso. Incluso los árboles de Navidad parecen opacar su resplandor, sus adornos ya no brillan con la misma intensidad. Las esferas y los lazos están ahí, pero la magia se ha ido. Los recuerdos de Fred son la herida más sangrante. La risa de Fred, esa que hacía temblar las paredes con su vitalidad, es un eco que se niega a desaparecer, pero nadie puede celebrar cuando el recuerdo de su sacrificio se apodera de todos.
El día avanza, y con él, las emociones siguen su curso. Un brindis en la cena de Nochebuena se convierte en una batalla silenciosa entre todos. Miradas perdidas, palabras no dichas, un amor roto entre antiguos amigos y la incertidumbre de lo que vendrá.
Pero el verdadero golpe, el giro final, ocurre cuando una carta llega a la mesa. No es cualquier carta; es un mensaje inesperado que podría ser el último rayo de esperanza para todos. Pero, ¿será suficiente para reparar todo lo que se ha roto? La Navidad es solo el preámbulo de lo que está por venir, y mientras las luces titilan y el reloj marca la medianoche, la historia de los Weasley está a punto de cambiar para siempre.
Molly Weasley, que siempre había sido el pilar de la familia, con su amor inquebrantable y su generosidad infinita, ahora se encuentra al borde de la desesperación. La matriarca de la familia ha perdido su brillo, y sus ojos, usualmente llenos de compasión, ahora están sombríos, como si estuviera mirando a través de una niebla espesa, incapaz de ver el futuro. Cada rincón de la casa la recuerda a Fred: su risa, su energía, su forma de hacer que todo pareciera más ligero, incluso en los momentos más oscuros. Pero la tragedia de su muerte ha dejado un vacío profundo que nadie puede llenar, ni siquiera el más cálido de los abrazos.
"¿Por qué, Fred? ¿Por qué tuviste que irte?" — Molly se pregunta en silencio mientras cuelga un adorno en el árbol. Es como si las luces del árbol, que alguna vez brillaban con la alegría de la Navidad, estuvieran burlándose de ella, parpadeando con una especie de tristeza constante.
Ron, sentado en el sillón más cercano a la chimenea, mira las llamas bailar. Está inmóvil, como si todo a su alrededor hubiera dejado de tener sentido. Su corazón está hecho pedazos, no solo por la pérdida de Fred, sino por la desgarradora separación de Hermione. Los recuerdos de aquellos días felices, cuando caminaban juntos por los pasillos de Hogwarts, parecen ahora irreales, como un sueño lejano. "¿Qué nos pasó?" se pregunta, ahogado en su propia desesperación. "¿Cómo llegamos a esto?".
Es entonces cuando el sonido de una puerta cerrándose resuena por la casa. Todos levantan la mirada y, aunque nadie lo dice en voz alta, es evidente: es Harry.
Harry Potter, el chico que había sobrevivido a todo lo que la vida le había lanzado, ahora parece un espectro, una sombra de sí mismo. Su relación con Ginny fue la última chispa de esperanza en la vida de todos, pero ahora... ahora es solo un recuerdo marchito. Nadie sabe por qué terminó con Ginny. El mismo Harry no puede encontrar una respuesta. Fue algo tan absurdo, tan inexplicable, como si la vida hubiera decidido arrebatarles la felicidad en el momento en que más la necesitaban.
"¿De verdad terminaste con ella?" — le pregunta Ron, sus ojos llenos de incredulidad y un toque de furia. "¿Después de todo lo que ha pasado? ¿Después de todo lo que luchamos?"
Harry, con su cabello desordenado y su mirada vacía, se limita a asentir. No puede contar lo que realmente siente. Su dolor está tan arraigado en su alma que ni él mismo puede encontrar las palabras para describirlo. Y en su mirada se refleja la verdad: ha perdido a todos, a su familia, a sus amigos, a su amor. "Quizá ya no quedaba nada que salvar..." murmura, como si sus palabras estuvieran dirigidas a sí mismo, más que a Ron.
Pero lo peor está por venir. La atmósfera tensa en la casa se hace insostenible. De repente, el sonido de la campanilla de la puerta interrumpe el silencio. Es una carta. Pero no es una carta común y corriente. Es una carta que nadie esperaba, un mensaje que llega en el peor de los momentos. Arthur Weasley, con su rostro cansado y marcado por la preocupación, toma el sobre con manos temblorosas. No tiene idea de lo que contiene, pero un presentimiento oscuro se apodera de él.
Cuando lo abre, un grito ahogado escapa de su garganta. La carta es de la Ministerio de Magia. Y el mensaje es claro: "Fred Weasley no ha muerto. Ha sido... trasladado."
En ese momento, el aire parece volverse más denso. La casa se estremece como si estuviera a punto de desplomarse bajo el peso de una revelación imposible. El corazón de Molly se detiene por un segundo, y un estremecimiento recorre su cuerpo. "No puede ser..." susurra, mientras la incredulidad se convierte en un torrente de emociones incontenibles.
"¿Cómo puede ser esto posible?", exclama Ginny, que ha estado en silencio todo el tiempo. Su rostro es una máscara de asombro y confusión. La noticia es demasiado grande, demasiado absurda para asimilarla de inmediato.
Pero eso no es todo. La carta también contiene un aviso, algo mucho más aterrador: "El sacrificio de Fred no fue accidental. Alguien ha alterado el curso del tiempo." El nombre de un antiguo enemigo, uno que creían derrotado para siempre, se menciona en la misiva. Y, mientras todos intentan comprender lo que esto significa, la puerta de la casa se abre lentamente, dejando entrar una figura envuelta en sombras.
Fred Weasley. No está muerto. Está allí, en la puerta, pero no es el mismo Fred que todos conocían. Su rostro está pálido, sus ojos vacíos, como si hubiera estado atrapado entre dos mundos, condenado a regresar con una misión desconocida.
La casa estalla en caos. Gritos. Llantos. Todos se lanzan sobre Fred, pero él los aparta con un gesto extraño, como si estuviera luchando contra una fuerza oscura que se apodera de su ser.
Molly cae de rodillas, los latidos de su corazón resonando en sus oídos. "¡Fred!" grita, pero la voz le tiembla, como si estuviera viendo una ilusión. La emoción se mezcla con el terror y la incredulidad.
Pero lo peor de todo es que la carta no era solo un aviso. Era una advertencia. Algo mucho más oscuro está por llegar, y esta Navidad no es solo un recordatorio de lo que se ha perdido, sino de lo que está por perderse.
Los gritos han cesado por un segundo, y el aire está tan cargado de incertidumbre que es imposible respirar. Fred está allí, de pie, en la entrada, pero no es el mismo Fred que todos conocieron. Su rostro es una mezcla de desesperación y misterio. Sus ojos parecen perdidos, como si estuviera mirando a través de ellos, viendo algo que nadie más puede ver. Como si las sombras de un mundo paralelo estuvieran reclamando su alma.
Ron es el primero en acercarse, pero algo en el aire lo detiene. Fred, por un segundo, se tambalea, como si el peso de su propio regreso fuera demasiado para su cuerpo. Las palabras se atascan en la garganta de todos. "Fred... ¿pero cómo?" ronca Arthur, su voz rota por una mezcla de incredulidad y temor.
Fred da un paso hacia adelante, y una oscuridad extraña lo envuelve, como si una neblina mágica le cubriera la piel. "No soy el mismo". Su voz, aunque familiar, tiene una resonancia extraña, como si viniera de un lugar lejano, del otro lado de la vida. "El sacrificio no fue en vano... pero no fue suficiente."
La familia Weasley se queda petrificada, como si el tiempo se hubiera detenido por completo. Molly, que siempre fue la mujer más fuerte, la que había defendido a todos con su amor inquebrantable, ahora se tambalea, sus piernas cediendo bajo el peso de lo que está viendo. "¿Qué nos estás diciendo?" susurra con un miedo palpable en su voz.
Fred levanta una mano, y las luces de la casa parpadean nuevamente, como si estuvieran reaccionando a algo más allá de su control. Un sonido sordo comienza a llenar la habitación, un eco de algo que está a punto de desatarse, algo que va mucho más allá de lo que cualquiera podría comprender. "El tiempo... el tiempo ha sido alterado. Y yo... yo soy el precio".
De repente, la atmósfera cambia. La casa comienza a vibrar, las paredes tiemblan, y un grito lejano resuena en la distancia. Una oscuridad se filtra a través de las ventanas, como si la misma noche estuviera cobrando vida. "Fred, ¿qué has hecho?" exclama Ginny, su voz rota por el dolor, mientras su hermano empieza a desvanecerse, como si estuviera siendo absorbido por una fuerza invisible.
"El sacrificio... debí hacerlo. Todos lo deben hacer. Nadie está a salvo". Fred se desvanece en la oscuridad, dejando a su familia atónita, incapaz de comprender lo que acaba de suceder.
Y entonces, con un estremecimiento profundo que sacude a todos, la escena cambia. El tiempo ha sido alterado.
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En otro rincón de Inglaterra, fuera del radar de la familia Weasley, cuatro amigos luchaban por enfrentarse a sus propios demonios. Cuatro almas atrapadas en la niebla de sus propios errores, sin saber si algún día encontrarían la luz al final del túnel.
Se conocían desde antes de Hogwarts, pero el paso de los años y los secretos no dichos los había distanciado. Dos de ellos, Draco Malfoy y Blaise Zabini, habían comenzado una extraña amistad con Hermione Granger, quien parecía ser la única persona capaz de entender sus demonios, incluso sin quererlo.
"¿Crees que ella realmente nos ayudará?" preguntó Draco en una fría tarde de invierno, mientras caminaba junto a Blaise por las solitarias calles de un pueblo en el sur de Inglaterra. El viento soplaba fuerte, pero ni la brisa ni el clima helado podían disipar la neblina que pesaba sobre su alma.
"No lo sé" Blaise respondió, con una mirada inquieta. "Granger ha cambiado. Se ve diferente. Creo que lo que estábamos buscando en ella, lo hemos encontrado, pero no sé si realmente podemos cambiar".
Ambos sabían lo que había pasado, lo que estaba ocurriendo, pero no lo decían en voz alta. Sabían lo que había hecho Draco en su pasado, lo que había arrastrado consigo. Sabían de las sustancias, de los intentos fallidos de escapar. Pero también sabían que había algo en su relación con Hermione que les daba esperanzas, algo que ni ellos mismos lograban entender.
"Draco, ¿puedes imaginarte alguna vez regresar a ser la persona que éramos?" preguntó Blaise, mirando a su amigo como si estuviera buscando alguna chispa de redención en sus ojos. "¿Cómo salimos de esto? Hemos perdido tanto tiempo..."
Draco no respondió de inmediato. Sus dedos se apretaron alrededor del collar que llevaba colgado, una reliquia que le había pertenecido a su madre. Era su único recuerdo tangible de un pasado que ahora parecía una pesadilla distante. "Quizás no podemos regresar, Blaise. Quizás todo lo que podemos hacer es seguir adelante y esperar que algo cambie."
Dos días después de esa conversación, Hermione estaba completamente atrapada en un torbellino de emociones. Sus conversaciones con Draco y Blaise habían comenzado como una forma de entenderse a sí misma, de encontrar alguna luz en medio de sus propios traumas. Pero ahora, las cosas se sentían complicadas. Estaba atrapada entre los recuerdos de su relación rota con Ron, el vacío dejado por la desconexión con Harry y Ginny, y la confusión de lo que sentía por los dos hombres con los que se había acercado en los últimos meses.
La cabaña en la que Hermione, Draco y Blaise se habían refugiado durante semanas, en algún rincón oscuro de Inglaterra, era el lugar donde se desmoronaban las máscaras que habían mantenido durante tanto tiempo. Los tres, siempre atrapados en su propio dolor y secreto, se habían encontrado en este pequeño rincón del mundo como una especie de última oportunidad. Un último intento de redención, aunque nadie realmente sabía si había algo por lo que salvarse.
La chimenea crepitaba suavemente, pero el calor que salía de ella no lograba disimular el frío que reinaba en el corazón de Hermione. Sentada en una silla, abrazando sus rodillas, sus ojos estaban fijos en el fuego, pero su mente no estaba ahí. Estaba en todas partes, flotando entre recuerdos de un pasado que la perseguía, de un amor perdido que aún ardía como una llama muerta, y de un futuro incierto que la aterraba.
Draco Malfoy entró en la habitación en silencio, con la puerta cerrándose tras él. En sus manos, un vaso con licor, una bebida que había comenzado a tomar más a menudo en los últimos meses. Su propio demonio, el de la culpa y el arrepentimiento, era tan grande que ya no sabía si había algo que pudiera hacer para calmarlo. La bebida era solo un paliativo temporal, una forma de ahogar los pensamientos que lo acosaban, pero a medida que los días pasaban, sentía que su alma se encogía más y más.
"¿Todavía aquí?" murmuró Draco, su voz baja, observando a Hermione con una mezcla de compasión y dolor. No esperaba que ella le respondiera, porque sabía que el silencio era su refugio. Pero algo en sus ojos, en la forma en que su cuerpo parecía encogerse, lo hizo acercarse.
Hermione levantó la cabeza lentamente y lo miró. En su rostro, la tristeza era tan palpable como la niebla que rodeaba la cabaña. "¿Por qué lo haces?" preguntó, sus palabras caían como piedras en un abismo silencioso.
Draco frunció el ceño y se acercó a ella, el vaso en la mano. "¿Lo hago? ¿Qué hago?" Su voz era tensa, como si temiera que al decir algo incorrecto, todo se desmoronaría. Sabía que la distancia entre ellos crecía cada vez más, pero a veces no entendía si era ella quien lo apartaba o si era él el que no podía acercarse sin destruir lo poco que quedaba.
Hermione lo miró fijamente. "Tú sabes a lo que me refiero." La rabia contenida en su voz no era hacia él, pero Draco lo sentía como si fuera un cuchillo en el aire. Ella había sido su amiga alguna vez, la única persona que lo había visto más allá de su fachada, pero ahora todo parecía perdido.
"Lo que hacemos para escapar, Draco. Las cosas que tomamos, las que callamos, las que destruimos en nosotros mismos. Esas son las cosas que nos están matando, ¿verdad?" Hermione dejó escapar un suspiro, una mezcla de frustración y desesperanza. "Nos hemos convertido en todo lo que juramos que no seríamos."
Draco no sabía qué responder. Él mismo había estado demasiado perdido en su propio tormento. Desde la muerte de su padre, desde la guerra, desde la relación rota con su madre y su propio desprecio hacia su herencia, no había encontrado más que vacíos. Y cuando Hermione se acercó a él por primera vez, con su calma y su claridad, había sentido algo resurgir, una chispa de lo que podría haber sido. Pero ahora, incluso eso se desvanecía.
—No te entiendo, Granger. dijo Draco, sus palabras llenas de dolor. "Eres... tan diferente. Siempre has sido tan fuerte. Pero ahora... ahora no sé ni quién eres."
Hermione lo miró, con una mezcla de lágrimas y rabia contenida. "Soy la misma. Solo que ahora sé lo que soy capaz de destruir. Y eso me asusta". Su voz tembló ligeramente. "Sé lo que hice con Ron, con Harry, con todos. Y sé lo que me estás haciendo a ti. Porque esto... lo que estamos haciendo, no es... de verdad".
El silencio llenó la habitación. Draco dejó el vaso en la mesa con un gesto casi mecánico, mientras se acercaba lentamente a Hermione. El dolor, la desesperación, la confusión, todo se mezclaba en el aire. "Granger..." empezó a decir, pero las palabras se ahogaron en su garganta.
Hermione lo interrumpió. "Sé lo que estás pensando. Sé que piensas que soy una tonta por haber creído que podríamos cambiar, que podríamos salvarnos a través de esto. Pero no lo somos, Draco. No somos mejores. Solo estamos más rotos".
El sonido de su voz era un susurro, casi inaudible. Pero Draco lo escuchó como un grito. "No... No quiero que creas eso. No quiero que pienses que no hay una salida." Se acercó un paso más, con una desesperación que no podía disimular. —Te necesito, Hermione. Pero no sé cómo ayudarte."
Hermione lo miró a los ojos, sus lágrimas comenzando a caer sin control. "No sé si quiero ser salvada, Draco. No sé si aún tengo fuerzas para salvar a alguien más."
La habitación estaba llena de una tensión palpable, como si el aire fuera demasiado espeso para respirar. Draco, sintiendo cómo sus propios demonios internos comenzaban a resurgir con cada palabra que Hermione pronunciaba, luchó por mantener su compostura. "Te lo diré de nuevo," dijo, su voz temblando, "no quiero que creas que esto está perdido. Ni tú ni yo estamos perdidos. Pero si seguimos así, si seguimos huyendo... no habrá nada que salvar."
Hermione lo miró, su mirada llena de una mezcla de dolor y duda. No sabía si podía confiar en esas palabras. No sabía si podía creer que algo de lo que había vivido con Ron, con Harry, podría restaurarse. Pero en ese momento, algo en ella pareció quebrarse. Tal vez, en algún rincón de su ser, deseaba creer que aún había algo por lo que luchar.
"Entonces..." susurró Hermione, su voz quebrada. "¿Qué hacemos ahora?"
Draco no tenía respuesta. Solo podía mirarla, profundamente, buscando alguna señal de que había esperanza, aunque fuera pequeña. En ese momento, todo lo que podía ofrecerle era su presencia, su promesa silenciosa de que no la dejaría ir, aunque no supiera cómo sanar sus heridas.
La lluvia golpeaba con fuerza los cristales de la ventana, como si el cielo mismo llorara la tristeza que inundaba la cabaña. La tenue luz de las velas parpadeaba, creando sombras que danzaban sobre las paredes. La tensión en el aire era casi insoportable. Hermione y Draco estaban frente a frente, los ojos llenos de emociones reprimidas, los cuerpos tan cerca pero, a la vez, tan alejados.
Hermione, con las lágrimas a punto de desbordarse, no sabía cómo seguir adelante. Se sentía atrapada en un lugar entre lo que era y lo que ya no quería ser. En sus manos, las cicatrices del pasado se desvanecían bajo la presión del presente. Había creído en el amor, había luchado por mantener sus relaciones, pero todo parecía haberse desmoronado sin previo aviso. La relación con Ron, que alguna vez fue sólida como una roca, se había roto como cristal. Y con Harry... su amor había perdido su brillo, desmoronándose en el polvo de un olvido silencioso.
Y ahora, Draco. Draco Malfoy, el hombre que había sido su enemigo, su compañero en los momentos más oscuros, y, en los últimos meses, algo más. Algo que ni ella ni él podían definir.
"Draco, ¿por qué no lo entiendes?" Hermione sollozó, su voz ahogada por la presión de la emoción contenida. "Nos estamos ahogando en nuestros propios errores. Y tú sigues aquí, con tus demonios, con tus fantasmas, bebiendo y callando como si eso fuera la solución."
Draco cerró los ojos brevemente, como si las palabras de Hermione fueran dagas que lo atravesaran, pero no sabía cómo defenderse. La realidad era que él no sabía cómo respirar sin ahogarse en la culpa, ni cómo mirar al futuro cuando su pasado lo perseguía, lo llamaba como una sombra que nunca lo dejaría. Él también estaba perdido, y se estaba llevando a Hermione con él.
—No lo entiendo, Hermione. No entiendo cómo llegamos hasta aquí," dijo, su voz quebrada, con una desesperación que nunca había mostrado antes. "¿Cómo dejamos que todo se destruyera? ¿Cómo dejamos que las mentiras, las inseguridades, las sombras nos rodearan hasta que no pudimos salir? Yo... yo pensé que podía cambiar, pensé que podía dejar atrás lo que era, pero..."
Hermione lo miró fijamente, sus lágrimas cayendo libremente ahora. "Pero no lo hicimos, ¿verdad?" replicó con tristeza, su tono casi de resignación. "Pensamos que podíamos cambiar a través de todos los vacíos que nos rodeaban, pero nunca lo logramos. Y ahora, estamos atrapados aquí, contigo bebiendo, con Blaise callando, con todo destruyéndose..." Su voz se quebró, sus palabras apenas una sombra de lo que realmente sentía. "Estoy tan cansada, Draco. Tan cansada de todo esto."
Draco dio un paso hacia ella, pero algo en su interior lo detenía. Sabía que en su pecho latía una necesidad desesperada de estar cerca de ella, de comprenderla, de sanar la herida que él mismo había causado. Pero a la vez, sabía que no podía tocarla, no podía ofrecerle lo que ya no tenía. El vacío dentro de él era tan grande que se sentía como un agujero sin fondo.
—Hermione... —murmuró, extendiendo la mano como si quisiera alcanzar un pedazo de esperanza en medio de todo el caos. "No quiero seguir arrastrándote a este agujero, lo sabes, ¿verdad?"
Hermione miró su mano, su cuerpo tenso, su corazón latiendo desbocado. Algo dentro de ella quería romper en pedazos esa distancia que parecía imposible de superar. Pero, al mismo tiempo, temía que, al acercarse demasiado, destruiría lo poco que quedaba de ella misma. "No sé si tengo fuerzas para seguir, Draco. No sé si puedo seguir salvando a la gente que se está destruyendo."
Un silencio largo y pesado se coló entre ellos, ambos inmersos en la tormenta de sus pensamientos, de sus emociones que parecían no tener fin. Hermione sintió el peso de sus palabras colisionando con su propio dolor. Ella sabía que el pasado había sido la chispa, la catalizadora de todo. Sabía que lo que había sucedido entre ellos había cambiado algo fundamental. Pero las cicatrices no desaparecen fácilmente, y las heridas no sanan de la noche a la mañana. "Te lo he dicho antes, Draco... Yo ya no sé quién soy."
"No eres la única" Draco respondió, con una sinceridad inesperada. "Yo... yo ni siquiera sé quién soy ahora. No soy el mismo que antes de todo esto. El chico que te miraba desde el otro lado, el que se creía superior... ese chico está muerto."
Hermione lo miró, sorprendida por la vulnerabilidad en sus palabras. Draco nunca había sido una persona fácil de leer, pero ahora, en este momento, él parecía tan frágil como ella. "Entonces, ¿quién eres ahora?"
La pregunta flotó en el aire como una flecha directa al corazón de Draco. No tenía una respuesta, no sabía cómo definir lo que era. Había cambiado tanto a lo largo de los años, pero lo único claro era que ya no podía escapar de sí mismo, ni de sus decisiones. "No lo sé", admitió finalmente, su voz quebrada, "pero lo que sí sé es que... no quiero perderte".
Hermione, al escuchar esas palabras, sintió una ola de emoción recorrer su cuerpo. "No quiero perderte tampoco," susurró, su voz casi inaudible. "Pero si seguimos así... si seguimos viviendo en el pasado, no vamos a llegar a ningún lado. Nos vamos a destruir, Draco."
"Entonces, ¿qué hacemos? ¿Nos dejamos ir? ¿Nos olvidamos de todo?" preguntó él, sus ojos buscando una respuesta en los suyos. "Porque yo no puedo olvidarme de ti."
Hermione suspiró profundamente, sintiendo la contradicción dentro de sí misma. Quería salvarlos a ambos, quería creer que aún había algo en lo que pudieran repararse, pero las dudas la asfixiaban. "No se trata de olvidarnos, Draco. Se trata de reconstruirnos, de intentar sanar... juntos".
Draco la miró en silencio durante lo que parecieron siglos. "¿Y si no podemos?"
Hermione no respondió inmediatamente, simplemente dejó caer la mirada hacia sus manos entrelazadas, como si fuera la última vez que tendría el valor de enfrentarse a la verdad que tanto temía. "Entonces, lo intentaremos hasta el final."
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El bar estaba cálido, un refugio del invierno que arremetía con ráfagas de viento helado afuera. Las luces tenues y el murmullo de conversaciones alrededor parecían envolver la mesa en la que Harry y Pansy estaban sentados, como si el resto del mundo apenas existiera.
Harry giraba su vaso entre las manos, observando el líquido ámbar que reflejaba la luz de una lámpara cercana. Pansy, elegantemente envuelta en un abrigo negro que apenas había dejado colgando del respaldo de la silla, bebía un cóctel color escarlata, mirándolo con esos ojos oscuros que a menudo parecían saber más de lo que decían.
"¿Sabes que esto es ridículo, verdad?" dijo Pansy de repente, rompiendo el silencio cómodo. Su tono era ligero, casi burlón, pero había una pizca de algo más debajo. Algo que Harry no estaba seguro de querer descifrar.
"¿Qué cosa?" preguntó él, aunque ya sabía la respuesta.
"Nosotros. Esto". Pansy hizo un gesto entre ellos con la mano libre, sus anillos tintineando suavemente. "No somos el tipo de personas que hacen planes a largo plazo, Potter."
Harry se encogió de hombros, una sonrisa ladeada apareciendo en su rostro. "Tal vez no tenemos que serlo."
Ella lo miró con una mezcla de curiosidad y escepticismo. "¿Y qué hacemos entonces? ¿Seguir viéndonos en bares como estos hasta que uno de nosotros decida que es suficiente?"
Harry tomó un sorbo de su whisky antes de responder. "O podríamos... ya sabes, intentarlo." Su tono era casual, pero sus ojos estaban fijos en ella, buscando algo.
Pansy soltó una risa suave, aunque no parecía realmente divertida. "¿Intentarlo? ¿A qué te refieres con eso? ¿Jugar a ser una pareja feliz? Vamos, Harry. Somos buenos en esto porque no hay expectativas, porque no hay futuro".
"¿Y si hubiera uno?" La pregunta salió antes de que pudiera detenerla. No sabía si era el whisky hablando o algo que había estado rondando su mente más de lo que estaba dispuesto a admitir.
Por un momento, Pansy pareció quedarse sin palabras, lo cual era un logro por sí mismo. Luego dejó su copa en la mesa con un leve clink y lo miró directamente a los ojos. "Si hubiera un futuro... sería complicado. Tú y yo no somos el tipo de personas que tienen finales felices."
"Tal vez no necesitamos un final feliz. Tal vez solo necesitamos un comienzo." Su voz era tranquila, pero la intensidad en sus palabras hizo que Pansy apartara la mirada por un momento, como si estuviera considerando algo que no quería admitir.
El silencio entre ellos se volvió más pesado, cargado de todo lo que ninguno estaba dispuesto a decir. Afuera, la nieve empezaba a caer más fuerte, cubriendo la ciudad con una capa de blancura que prometía esconderlo todo por un rato.
"Tal vez," murmuró Pansy finalmente, aunque su tono no era de certeza. "Pero si esto sale mal, no esperes que sea amable contigo."
Harry sonrió, levantando su vaso hacia ella en un gesto que era mitad broma, mitad desafío. "Tú tampoco esperes que lo sea contigo."
Ella tomó su copa y brindó con él. Y por un instante, el peso del invierno y el futuro incierto se sintió más ligero.
La nieve seguía cayendo cuando salieron del bar, envolviendo la calle en un silencio extraño, roto solo por el crujido de sus pasos. Harry metió las manos en los bolsillos de su abrigo, echando un vistazo a Pansy, quien caminaba junto a él con la bufanda ajustada alrededor de su cuello, sus mejillas encendidas por el frío o quizá por el whisky.
"Está demasiado tarde para que vayas sola a casa," dijo Harry de repente, rompiendo el silencio.
Ella arqueó una ceja, sus labios curvándose en una ligera sonrisa. "¿Preocupado por mi seguridad, Potter? Qué caballeroso"
Harry rodó los ojos, aunque una sonrisa asomaba en sus labios. "Vivo a dos calles. Podrías quedarte en mi sofá."
Pansy lo miró con una mezcla de diversión y algo que no logró descifrar. "¿Tu sofá? Qué romántico."
"No te hagas la difícil, Pansy," replicó él con una risa. "Hace frío, y ambos sabemos que no es la primera vez que terminas en mi casa."
Ella rió suavemente, el sonido cálido y bajo, y asintió. —Está bien, Potter. Pero si tu sofá es incómodo, me voy a quejar toda la noche."
Harry no respondió, pero la sonrisa que le dirigió era suficiente para hacerla sentir un extraño calor en el pecho, algo que no estaba segura de querer analizar.
Minutos después, estaban en su apartamento. Pequeño, pero acogedor, con libros apilados descuidadamente en cada rincón y una manta colgando de un sillón junto a la chimenea. Pansy dejó caer su abrigo en una silla, mientras Harry se dirigía a la cocina para servir un par de tazas de té.
"¿Siempre tan hogareño?" bromeó ella, recorriendo el lugar con la mirada. "Pensé que el gran héroe tendría un apartamento más... grandioso".
Harry le lanzó una mirada desde la cocina, una sonrisa torcida en su rostro. "Disculpa si no cumplo tus estándares de lujo, Parkinson."
Ella se dejó caer en el sillón, quitándose las botas y frotándose las manos para calentarlas. Cuando Harry regresó, le entregó una taza humeante antes de sentarse junto a ella, más cerca de lo que solían estar en público.
El silencio que siguió no era incómodo, pero había una carga en el aire. Sus miradas se encontraron, y algo pasó entre ellos, algo que ninguno estaba dispuesto a ignorar esta vez.
"Sabes", dijo Pansy, su voz más baja de lo habitual, "esto no es lo que esperaba cuando decidí salir esta noche."
Harry dejó su taza en la mesa, inclinándose ligeramente hacia ella. "¿Y qué esperabas?"
Ella se encogió de hombros, aunque no apartó la mirada. "Algo menos complicado."
"Tal vez no tiene que ser complicado," murmuró él, acercándose un poco más.
Pansy no respondió, pero cuando Harry levantó una mano para apartar un mechón de cabello de su rostro, no lo detuvo. Sus labios se encontraron en un beso lento, uno que empezó suave pero pronto se intensificó, cargado de todo lo que habían estado evitando.
Cuando finalmente se separaron, ambos respiraban con dificultad, y Pansy lo miró como si intentara descifrarlo. "Harry... ¿qué estamos haciendo?"
"Algo que probablemente deberíamos haber hecho hace tiempo," respondió él con sinceridad.
Ella rió suavemente, pero había algo vulnerable en sus ojos. "¿Y después qué? ¿Esto termina como siempre?"
Harry tomó su mano, entrelazando sus dedos con los de ella. "¿Y si no tiene que terminar?"
Pansy lo miró, sus defensas tambaleándose. "¿Estás diciendo lo que creo que estás diciendo?"
"Quédate," dijo él, su voz firme. "No solo esta noche. Quédate conmigo. Hagamos que esto sea algo más."
Por primera vez, Pansy no supo qué responder. Pero cuando lo besó nuevamente, no necesitaban palabras.
El beso se profundizó, como si fuera la única manera de expresar lo que ambos sentían pero no sabían cómo decir. Las manos de Harry encontraron la cintura de Pansy, y ella se dejó llevar, olvidando por un momento los muros que había levantado para protegerse.
Se movieron hacia su habitación casi sin darse cuenta, dejando un rastro de ropa abandonada en el pasillo. El ambiente se sentía más cálido de lo que la chimenea podía justificar, y cuando finalmente se dejaron caer sobre la cama, todo lo demás pareció desvanecerse.
Los minutos se convirtieron en horas, y cuando finalmente quedaron envueltos bajo las sábanas, el mundo parecía más pequeño, reducido a ese espacio compartido. Pansy descansaba con su cabeza sobre el pecho de Harry, escuchando los latidos constantes de su corazón.
"Esto se siente... diferente", murmuró ella, rompiendo el silencio.
"¿Diferente bien o diferente mal?" preguntó él, acariciando distraídamente su cabello.
Pansy no respondió de inmediato. "Diferente aterrador," admitió finalmente. —No suelo hacer esto, Potter. Dejar que algo sea real."
Harry suspiró, girando para poder mirarla a los ojos. "Yo tampoco soy un experto, Pansy. Pero no quiero seguir ignorando esto. Lo que sea que sea."
Ella lo miró, y por un momento, el miedo y la inseguridad que solía ocultar se reflejaron en sus ojos. Pero también había algo más: esperanza.
"¿Y si no funciona?" preguntó en voz baja.
"¿Y si sí?", replicó él con una pequeña sonrisa. "No sabremos a menos que lo intentemos."
Pansy se mordió el labio, una costumbre que Harry había notado cuando estaba pensando demasiado. Finalmente, dejó escapar un suspiro y se acercó a él, envolviendo sus brazos alrededor de su cuello.
—Está bien, Potter. Intentémoslo. Pero si me rompes el corazón, prometo que te arrepentirás."
Harry rió suavemente, apretándola contra él. "Trato hecho."
La nieve seguía cayendo afuera, cubriendo el mundo con una capa de calma. Pero dentro del pequeño apartamento, dos personas habían encontrado algo que, quizás, podría ser más cálido que cualquier fuego.
Y esa noche, el sofá quedó intacto.