La eternidad de los dragones

House of the Dragon (TV) Harry Potter - J. K. Rowling
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La eternidad de los dragones
Summary
Crossover de House of the dragon con el mundo mágico de Harry Potter (Porque la autora anda creativa jaja)Rhaenyra Targaryen, la heredera al trono del mundo mágico, cursa su sexto año en Hogwarts, donde nunca se ha sentido aceptada, especialmente tras ser seleccionada para Ravenclaw en lugar de la tradicional Slytherin de su familia. Su vida se complica cuando su tío Daemon, con quien tiene un pasado complicado, regresa como jefe de Slytherin en medio de crecientes ataques contra Muggles que amenazan con desatar el caos. Rhaenyra deberá enfrentar secretos familiares y su propia oscuridad mientras el destino del reino pende de un hilo.
Note
¡Hola a todos! Les traigo uno de los fanfics más difícil que he escrito de House of the dragon jajaja llevo meses en esto y soltaré algunos capítulos en este mes. Es un Crossover en realidad, con el mundo mágico de Harry Potter. No estarán los personajes de Harry Potter obviamente, porque este fic está inspirado unos 15 a 20 años antes de los sucesos de esas películas y libros. Pero si estarán algunos profesores más jóvenes y todo jaja. Me lo habían pedido unas 15 personas que hiciera algo así, y como me gustan ambas sagas, lo hice jaja.Me ha costado amoldar a los personajes, así que si tienen ideas que les gustaría aportar, no duden en hacerlo.Espero les guste estre prólogo y por favor, comenten jeje en serio, si no veo comentarios me declararé frustrada y me retiraré de la página jajajajaja broma. o tal vez no.Besos y abrazos.
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Chapter 7

El gran salón estaba en penumbras, iluminado únicamente por las velas flotantes que parecían más tenues de lo habitual. Los murmullos de los estudiantes apenas llenaban el inmenso espacio, y el aire estaba cargado de tensión. Rhaenyra permanecía junto a una de las ventanas más altas, sus manos apoyadas en el frío marco de piedra, mirando hacia la noche cerrada. La incertidumbre la carcomía.

Daemon… ¿dónde estás?

Sentía el pecho apretado, como si algo terrible estuviera por suceder. No había dormido desde que él había salido del castillo, y aunque Snape estaba a su lado en un silencio solidario, su presencia no era suficiente para calmarla.

El eco de unas voces cercanas llegó a sus oídos. Escuchó fragmentos de conversaciones entre los profesores y aurores.

—…Lord Voldemort… —susurró alguien, y la sangre de Rhaenyra se congeló.

¿Voldemort? El nombre era una sombra que había rondado su infancia. Su padre, Viserys, le había hablado de él como una amenaza creciente, un mago oscuro que se había perfeccionado en las artes más siniestras. Un hombre cuya ambición rivalizaba con la de Grindelwald, pero cuyo odio hacia los muggles y los hijos de muggles era más cruel y violento.

—Quieren entrar al castillo… están aquí para… los hijos de muggles… —murmuró otra voz, apenas audible.

El corazón de Rhaenyra comenzó a latir con fuerza. Las piezas del rompecabezas encajaron en su mente. Voldemort y sus mortífagos estaban acechando Hogwarts.

Y Daemon está allá afuera.

Un torrente de miedo y determinación la inundó. No podía quedarse allí sentada, esperando noticias. No cuando Daemon podía estar enfrentándose a algo mucho más peligroso que un Lethifold. Si él estaba allá afuera, luchando, ella no iba a quedarse atrás.

Tal vez podría ayudarlo.

Rhaenyra se giró hacia la puerta con decisión. Caminó con pasos rápidos y silenciosos, nadie parecía notar su ausencia, todos demasiado ocupados en sus propios temores.

Cuando llegó a los pasillos, el frío y la oscuridad la envolvieron. Sabía que la salida estaba vigilada, pero encontraría la forma de escapar. No era una niña indefensa, y no iba a permitir que nadie la detuviera.

Estaba a solo unos pasos de la gran puerta cuando una figura alta y robusta apareció frente a ella.

—¿A dónde crees que vas, princesa? —La voz grave de Harwin Strong resonó como un muro impenetrable.

Rhaenyra se detuvo en seco, su mirada chocando con la de Harwin. Había algo en su expresión, una mezcla de preocupación y autoridad que la hizo dudar por un momento.

—Harwin, tengo que salir. Por favor, no me detengas- pidió ella al auror que conocía.

Él cruzó los brazos frente a su pecho, bloqueando su paso.

—No puedo dejar que lo hagas. Sabes que allá afuera es demasiado peligroso- dijo Harwin que por supuesto, no la dejaría salir.

Ella apretó los puños, frustrada, su mente trabajando rápido para encontrar una forma de escabullirse. Pero Harwin no era alguien fácil de engañar, y lo sabía.

—Daemon está allá afuera —insistió, con la voz cargada de emoción—. ¡Necesito saber si está bien!- dijo ella

Harwin negó con la cabeza, sin moverse un centímetro.

—No. No puedo permitir que te pongas en peligro, Rhaenyra- dijo él llamándola por su nombre, intentando hacerla entrar en razón

Ella lo miró, su mente dividida entre la desesperación y la rabia. No sabía qué hacer, pero una cosa era segura: no se rendiría. No mientras Daemon estuviera en riesgo.

La tensión en el aire era casi palpable mientras Rhaenyra sostenía su varita con fuerza, apuntándola hacia Harwin. Su mente estaba dividida entre la determinación de salir y el miedo de enfrentarse a alguien tan experimentado. Harwin, con un suspiro, dejó caer los hombros como si aceptara que tendría que usar la fuerza.

—Rhaenyra, no me obligues a hacer esto —dijo, su tono severo pero teñido de preocupación.

—Entonces déjame ir —respondió ella, con la voz quebrada por la frustración—. No puedo quedarme aquí mientras Daemon…

No terminó la frase. Antes de que pudiera hacer algo más, Harwin hizo un movimiento rápido con su varita, pero no llegó a completar el hechizo. Una luz roja lo golpeó en la espalda, y el auror cayó al suelo, inconsciente.

Rhaenyra dio un paso atrás, atónita, mientras buscaba al responsable. Cuando vio quién era, su sorpresa fue mayor.

—¿Snape? —murmuró, incrédula.

Severus Snape estaba parado allí, su varita aún levantada y su expresión rígida. Había una sombra de miedo en sus ojos, una emoción rara en alguien que siempre parecía tan frío y controlado.

—¿Por qué me ayudaste? —preguntó Rhaenyra, todavía intentando procesar lo que acababa de suceder.

Snape bajó lentamente su varita y desvió la mirada. Su mandíbula estaba tensa, como si estuviera luchando con algo dentro de sí mismo.

—Los padres de Lily son muggles —dijo al fin, con un tono que era más un susurro que una afirmación.

Rhaenyra no dijo nada, pero sus ojos se fijaron en él, llenos de curiosidad y confusión. Snape siempre había sido un enigma, incluso para alguien como ella.

Mientras él guardaba su varita, Rhaenyra pudo notar la batalla interna que se libraba en él. Snape odiaba a los muggles, y con razón. Su padre, un muggle abusivo, había marcado su infancia. Su madre, una bruja débil y negligente, no había hecho nada para protegerlo. Pero había algo más fuerte que ese odio: el amor que aún sentía por Lily Evans, aunque ella lo había apartado de su vida.

Snape simplemente se giró hacia la puerta y la abrió.

—Vámonos antes de que alguien más nos descubra.

Rhaenyra lo siguió, aún sorprendida por su acto de valentía. A medida que avanzaban por los oscuros pasillos de Hogwarts, ninguno de los dos notó que no estaban solos.

Los Merodeadores, ocultos tras un giro del pasillo, los observaban con interés. James Potter fue el primero en susurrar.

—Esto va a ser interesante.

Sirius Black esbozó una sonrisa que brilló en la penumbra.

—Muy interesante.

Sin decir más, los cuatro amigos se escabulleron detrás de Rhaenyra y Snape, sus ojos brillando con una mezcla de burla y curiosidad.

Esquivando cuidadosamente a los aurores que patrullaban el castillo, Rhaenyra y Snape avanzaron entre los jardines hasta llegar fuera del castillo. Ambos se movían con rapidez y en silencio, con las varitas en mano por si algo salía mal. Finalmente, llegaron al lugar donde se habían reunido los profesores y los miembros del personal del colegio.

Desde el umbral, Rhaenyra pudo distinguirlos: figuras familiares rodeaban al director Dumbledore, quien parecía estar explicando algo con su característica calma. Pero su atención no estaba en Dumbledore ni en los otros profesores. Sus ojos se fijaron al instante en Daemon.

Estaba allí, de pie con su postura imponente, aunque visiblemente agotado. Su túnica negra estaba rasgada en algunos lugares, y su cabello se veía ligeramente desordenado, como si hubiera estado en una intensa batalla. Pero lo que la detuvo en seco no fue su estado, sino la mujer que estaba junto a él.

Laena Velaryon. Su esposa nuevamente.

Laena no formaba parte del personal de Hogwarts, pero era conocida por su habilidad como bruja . Si estaba allí, probablemente había sido llamada por Dumbledore o Daemon mismo para ayudar a enfrentar el peligro. Su presencia no pasaba desapercibida. Conversaba con la profesora McGonagall con una confianza tranquila, mientras Dumbledore le dedicaba una sonrisa cálida. Pero lo que hizo que Rhaenyra se detuviera fue cómo Daemon inclinaba ligeramente la cabeza hacia Laena, mientras su mano descansaba en su cintura de una manera protectora.

De una manera orgullosa, él estaba orgulloso de su esposa.

Fue como si todo a su alrededor se desmoronara en un instante.

Rhaenyra apretó los labios, sus manos temblaban imperceptiblemente mientras observaba la escena. Todo lo que había sentido hasta ahora—el miedo, la preocupación, incluso la esperanza—se transformó en algo más. Algo que no podía describir del todo, pero que la quemaba por dentro.

—Daemon está bien, —murmuró finalmente, más para sí misma que para Snape, quien estaba a su lado—. Me alegra saberlo.

Snape la miró de reojo, notando la rigidez en su postura y la forma en que su mirada se había endurecido.

—Tal vez sería mejor volver —añadió Rhaenyra, girando la cabeza para evitar seguir viendo la escena.

Snape simplemente asintió. Él también había visto lo suficiente para saber que el peligro inmediato había pasado.

—Vamos —dijo, y juntos se alejaron en silencio, dejando atrás las luces del lugar y las figuras que habían sido el centro de su búsqueda.

Rhaenyra y Snape estaban caminando de regreso en silencio cuando un ruido de pasos apresurados rompió la calma. Remus Lupin y Sirius Black aparecieron de repente frente a ellos, pero no con la típica expresión burlona que solían tener. Esta vez, había genuino terror en sus rostros.

—¡Corran! —gritó Remus, agitado.

Rhaenyra y Snape se miraron confundidos, pero no tuvieron tiempo de hacer preguntas. Detrás de ellos aparecieron Peter Pettigrew y James Potter, corriendo mientras agitaban desesperadamente sus varitas hacia algo que se deslizaba en las sombras.

—¡Es otro Lethifold! —exclamó James, con la voz cargada de urgencia.

El grupo no necesitó más explicaciones. Tanto Rhaenyra como Snape comenzaron a correr junto a los Merodeadores, el corazón latiéndoles frenéticamente en el pecho. La criatura oscura, un velo de sombras sinuosas y casi líquidas, avanzaba tras ellos con un movimiento sigiloso y mortal, buscando envolverlos en su abrazo letal.

—¡Esto no puede estar pasando! —murmuró Rhaenyra entre dientes, tratando de mantener el ritmo mientras apretaba su varita con fuerza.

El grupo de profesores en la distancia comenzó a notar la conmoción. Dumbledore alzó la cabeza, alertado por los gritos. McGonagall frunció el ceño, y Laena giró rápidamente hacia donde señalaba un auror. Pero fue Daemon quien reaccionó primero, sus ojos enfocados como un depredador al darse cuenta de lo que sucedía.

Su expresión cambió drásticamente cuando distinguió una figura familiar entre el grupo que corría. Rhaenyra.

—¡Rhaenyra! —gritó, su voz resonando como un trueno.

Pero antes de que pudiera moverse hacia ellos, algo más emergió de las sombras. Los mortífagos, ocultos hasta entonces, hicieron su aparición con un destello de luz verde de sus varitas. En cuestión de segundos, los chicos se vieron rodeados.

Rhaenyra gritó cuando sintió que una mano fuerte la sujetaba por el brazo. El frío metal de una máscara mortífaga la miraba desde las sombras, y una risa oscura resonó a su lado.

Daemon se detuvo en seco al ver cómo la atrapaban. Su corazón pareció detenerse, y un odio abrasador encendió su mirada. Sin pensarlo dos veces, comenzó a correr hacia ella, desenvainando su varita mientras su mente solo tenía un objetivo: salvarla.

Los mortífagos no podían creer su suerte: habían atrapado a la Heredera al trono de los Siete Reinos. Tenerla en sus manos les otorgaba un poder que ni siquiera ellos habían anticipado. Con ella, podrían extorsionar al mismísimo rey, desestabilizando toda la región. Uno de ellos, aún sosteniendo a Rhaenyra con fuerza, alzó su varita para conjurar un portal de escape.

Antes de que pudiera completar el conjuro, un rugido ensordecedor rasgó el cielo. Caraxes, el dragón de Daemon, emergió entre las nubes como un relámpago rojo, lanzando llamas abrasadoras hacia el grupo de mortífagos. El calor era tan intenso que incluso los estudiantes y profesores cercanos sintieron su impacto.

Dumbledore, con un movimiento elegante de su varita, conjuró "Praesidium Maximus", un escudo mágico que encerró a los mortífagos, impidiendo su huida inmediata. Los profesores se desplegaron, actuando con precisión. McGonagall transformó objetos cercanos en animales para atacar a los enemigos, mientras Flitwick conjuraba hechizos de barrera para proteger a los estudiantes atrapados en medio de la batalla.

El caos se desató. Sirius y James, al ver una oportunidad, lucharon juntos contra dos mortífagos, sus varitas conjurando "Expelliarmus" y "Stupefy" con rapidez. Snape, por su parte, mantenía su posición, lanzando hechizos como "Sectumsempra" y "Petrificus Totalus" con una precisión fría. Sin embargo, una mortífaga enmascarada parecía enfocada exclusivamente en él, sus movimientos indicando que conocía algo de las luchas internas de Severus.

Mientras tanto, Peter Pettigrew se escondió tras unas rocas, temblando, incapaz de participar. Remus Lupin, aunque pálido y asustado, conjuraba "Protego" y "Lumos Maxima" para desorientar a sus atacantes.

Rhaenyra, atrapada aún en el agarre de un mortífago, luchaba por liberarse. Sus movimientos eran torpes, pero efectivos. Cuando Laena apareció, conjurando "Confringo" con una precisión impresionante, el mortífago que la sujetaba cayó al suelo, herido.

—¡Vamos, lucha! —gritó Laena, lanzándole una mirada severa antes de girarse para enfrentar a otro atacante.

Rhaenyra, ahora libre, apuntó su varita y conjuró "Impedimenta" y "Stupefy", logrando derribar a uno de los mortífagos. Pero entonces todo su cuerpo se congeló al ver un destello verde brillante en el aire: un Avada Kedavra, lanzado directo hacia ella.

Por un momento, su mente quedó en blanco, incapaz de reaccionar. Fue entonces cuando Daemon apareció de la nada, colocándose frente a ella y bloqueando el ataque.

—¡Atrévete a intentarlo de nuevo! —rugió Daemon, con una furia desatada que parecía igualar las llamas de Caraxes.

Sin vacilar, Daemon levantó su varita y conjuró su propio "Avada Kedavra", derribando a tres mortífagos en un abrir y cerrar de ojos. Su rostro era la encarnación de la ira y la determinación, y aunque Rhaenyra no lo sabía, toda esa furia provenía del intento de asesinarla a ella.

Cuando los mortífagos finalmente lograron escapar, burlando incluso el hechizo de Dumbledore, el caos empezó a disiparse lentamente. Sirius Black fue el primero en acercarse a Rhaenyra, tendiéndole una mano para ayudarla a levantarse.

—¿Estás bien? —preguntó Sirius, con un tono más serio de lo habitual.

Aunque no le tenía especial aprecio, Rhaenyra aceptó su ayuda, murmurando un agradecimiento. Pero antes de que pudiera decir algo más, sintió una mano fuerte tomarla del brazo y casi levantarla del suelo.

Se giró, encontrándose con los ojos furiosos de Daemon.

—¡Daemon! —intentó hablar, pero su voz quedó atrapada en su garganta al ver la intensidad en su mirada.

Él no dijo una palabra, pero la obligó a sostenerle la mirada, como si buscara leer cada rincón de su alma.

Daemon la sujetó del brazo con muchísima más fuerza de la que el mismo había anticipado. Seguramente eso le dejaría una marca al otro día.

Sus ojos, oscuros como una tormenta, la fulminaron mientras el campo quedaba en un silencio tenso, interrumpido solo por el crepitar de los restos del fuego.

—¿Qué demonios estabas pensando, Rhaenyra? —Su voz era un rugido que hizo que incluso los más valientes de los presentes desviaran la mirada.

Rhaenyra bajó la cabeza, sintiendo su estómago revolverse con vergüenza.

—Yo solo… —comenzó, pero la furia de Daemon la interrumpió antes de que pudiera terminar.

—¿Solo qué? ¿Morir? ¿Ponerte en la línea de fuego como si fueras invencible? ¿¡Por qué viniste aquí!?- gritó él mirando a su sobrina.

—Quería saber si estabas bien… —respondió en un susurro, pero esa confesión solo pareció avivar su enojo.

—¿¡Bien!? —gritó Daemon, inclinándose hacia ella. —¿Crees que estoy bien viendo cómo te arrojas al peligro? ¿Qué clase de estupidez es esa, Rhaenyra? ¡Escapaste de un lugar seguro! ¡Te rodeaste de mortífagos como si esto fuera un juego!

Ella sintió que las miradas de todos se clavaban en su espalda, y el nudo en su garganta se hizo insoportable.

—Yo solo… no pensé… —murmuró, con las lágrimas acumulándose en sus ojos.

—¡Exactamente! ¡No pensaste! —Daemon continuó, cada palabra un golpe directo a su orgullo. —¿Cuántas veces he tenido que salvarte de ti misma? ¿Cuántas veces tendré que arriesgarlo todo porque no sabes quedarte donde debes estar?

El aire parecía haberse vuelto denso. Rhaenyra sintió que sus lágrimas caían ahora, traicionándola frente a todos.

—Lo siento… —repitió con voz temblorosa, pero eso no calmó a Daemon.

—No, no lo sientes. Si lo sintieras, habrías usado tu cerebro antes de hacer algo tan imprudente. ¡No tienes idea de lo que podrías haber causado hoy! —Su voz era un rugido contenido, cada palabra cargada de algo más profundo, algo que él no podía expresar frente a los demás.

Laena, quien había estado observando con los labios tensos, finalmente se acercó y colocó una mano en el hombro de Daemon.

—Daemon, basta —dijo con voz firme pero tranquila.

Por un momento, él no se movió, como si estuviera luchando consigo mismo. Finalmente, dejó escapar un gruñido bajo y apartó la mirada, soltando a Rhaenyra bruscamente.

Rhaenyra no tuvo tiempo de recomponerse. Sirius Black, en un impulso, se acercó rápidamente y la rodeó con un brazo, protegiéndola de la mirada penetrante de Daemon.

—Tranquila—murmuró Sirius, pero su voz era lo suficientemente alta como para que todos lo escucharan.

Dumbledore, quien había estado observando la escena en silencio, dio un paso al frente, con su rostro grave pero sereno.

—Señorita Targaryen, señor Black, y ustedes también, señores Potter, Lupin, Pettigrew y Snape. La profesora McGonagall y el profesor Slughorn los acompañarán de regreso al castillo. Es mejor que se marchen ahora.

Daemon levantó la cabeza, mirando directamente a Dumbledore, como si quisiera protestar, pero el director no le dio oportunidad.

—Confío en que usted y la señora Velaryon se quedarán para coordinar lo que sigue, príncipe Daemon —añadió Dumbledore, su tono firme pero no falto de respeto.

Rhaenyra permitió que Sirius la guiara lejos, mientras sentía las miradas de todos aún sobre ella. Pero lo que más le dolía no era eso.

Era el hecho de que, en el momento más bajo de su vida, Laena había sido quien la había salvado. Laena, con su calma, con su gracia, con esa manera de estar siempre donde se la necesitaba, había intervenido para apartar a Daemon y también para salvarle la vida. Rhaenyra no podía ignorar la punzada de celos que le recorría el pecho.

¿Cómo podía competir con ella? ¿Cómo podía soportar la humillación de que la esposa de Daemon no solo la hubiera rescatado, sino que ahora hubiera sido la única capaz de contenerlo?

Las lágrimas continuaban cayendo, no solo por las palabras de Daemon, sino por lo que representaban. Su orgullo estaba en ruinas, su corazón herido, y en ese momento, Sirius Black era el único que le daba un apoyo que ella no había pedido, pero necesitaba desesperadamente.

Sin embargo, la mirada que cruzó con Laena antes de salir lo decía todo: sabía que le debía la vida, y eso era más amargo que cualquier regaño.

El grupo caminó en silencio hacia el castillo, el eco de las palabras de Daemon y el peso de lo que acababa de suceder aún colgando sobre ellos. Minerva McGonagall, con la mandíbula apretada y una expresión severa que no dejaba lugar a discusión, se detuvo frente a los estudiantes justo antes de que cruzaran las puertas.

—Esto es inaceptable —comenzó, su tono frío como el hielo—. Les quitaré cincuenta puntos a cada uno de sus casas por haber escapado del colegio.

Sirius y James intercambiaron miradas rápidas, pero sabían que no era el momento para protestar.

—Y usted, señorita Targaryen, y usted, señor Snape… aturdir a un auror debería haber significado una expulsión inmediata. —Los ojos de McGonagall se detuvieron sobre ambos, serios pero no desprovistos de cierta comprensión.

Rhaenyra sintió que el color le abandonaba el rostro.

—Sin embargo —continuó McGonagall, su tono suavizándose apenas—, el auror en cuestión no se ha quejado. Afirmó que solo eran niños que seguramente querían ayudar, y que no iba a insistir en medidas disciplinarias más graves. Pero no se equivoquen: esto no se tolerará nuevamente.

Ninguno de ellos se atrevió a responder. La profesora terminó con un movimiento firme de su capa, indicándoles que podían continuar hacia sus dormitorios.

Mientras caminaban, Sirius finalmente se separó de Rhaenyra, dándole una última mirada que parecía contener una mezcla de preocupación y algo más que ella no podía descifrar.

Snape, en cambio, se quedó a su lado. Caminaba un poco detrás, sus pasos casi silenciosos, como si quisiera mantener cierta distancia pero no del todo. Finalmente, cuando quedaron algo rezagados del grupo, habló en voz baja.

—¿Estás bien?

Rhaenyra lo miró de reojo, sus ojos aún rojos por el llanto, pero asintió.

—Sí… gracias —respondió en un susurro. Luego, tras un momento de silencio, preguntó—. ¿Y tú?

Snape asintió, pero su rostro estaba tenso, como si algo más pesara sobre él.

—Estoy bien —dijo, aunque en el fondo de su mente, la mirada de la mortífaga seguía grabada como una sombra persistente. Había algo en esos ojos, una certeza inquietante, como si ella supiera lo que él ni siquiera se atrevía a admitir: que sus lealtades eran un campo de batalla interno.

Rhaenyra no insistió. El silencio entre ellos fue cómodo, aunque cargado de pensamientos no expresados, mientras seguían caminando hacia el castillo.

Así terminó la noche, con una lección dolorosa para todos.

En el campo de batalla, todo seguía impregnado del olor a humo y magia. Los cuerpos de los mortífagos que no lograron escapar yacían en el suelo, y los aurores comenzaban a inspeccionarlos mientras los profesores trataban de mantener el control de la situación. Daemon y Laena estaban cerca, aún supervisando todo pues tenían que comentar al ministerio lo sucedido, pero con una tensión evidente entre ellos.

—¿Qué demonios fue eso, Daemon? —susurró Laena con dureza, acercándose para que solo él pudiera escucharla.
Daemon no respondió de inmediato. Mantenía la vista fija en el lugar donde Rhaenyra había desaparecido con los demás estudiantes.

—No empieces, Laena —gruñó al final, pasándose una mano por el cabello.

Su esposa no dejaba de defender a Rhaenyra desde que él había vuelto a Hogwarts. Era como si su esposa no recordara, que ella era precisamente su esposa, y que él no podía estar junto a Rhaenyra.

 

—No empieces tú —respondió ella, cruzando los brazos—. Trataste a esa niña como si fuera una tonta. ¿Qué te pasa? ¿Acaso no sabes lo que siente por ti? ¿Qué acaso no la amas?

Daemon la miró con una mezcla de frustración y cansancio. Sus ojos reflejaban una tormenta interna que no lograba controlar.

—¡Claro que la amo! —espetó en voz baja, sin miedo a reconocerlo frente a ella porque ella sabía sus verdaderos sentimientos, después de todo su matrimonio era meramente político—. Pero lo que hizo fue estúpido. ¿Sabes lo cerca que estuvo de morir? ¡De que la mataran frente a mis ojos!

Laena suspiró, su postura se relajó, pero su mirada seguía igual de firme.

—¿Y crees que humillarla delante de todos fue la solución? —dijo, su voz llena de reproche—. ¿Acaso no fuiste tú quien enfrentó al mismísimo rey cuando humillaron a Rhaenyra en el comedor? ¿Y qué hay de ti? Antes fue su padre, y hoy fue el hombre que ella ama quien la humilló frente a todos ¿Crees que es justo para ella que solo quería ayudar? ¿Acaso tú no eras igual de impulsivo cuando pequeño?- le preguntó Laena enojada.

Daemon la miró en silencio, incapaz de responder. El peso de sus palabras cayó sobre él como un yunque. La furia y la culpa se mezclaron en su interior, dejando un sabor amargo en su boca.

—Maldición... —murmuró, desviando la mirada.

Laena no dijo más. Sabía que sus palabras habían llegado a donde debían. En silencio, se volvió hacia los aurores que esperaban sus informes.

—Vamos, Daemon. Hay que entregar los detalles al Ministerio —dijo con calma, retomando su porte inquebrantable.

Daemon asintió sin mirarla, todavía atrapado en sus propios pensamientos. Mientras caminaban hacia los aurores, Laena lanzó una última mirada hacia él, mezclada con compasión y resignación. Sabía que Daemon llevaba una carga pesada, pero también sabía que él mismo era el mayor enemigo de su corazón.

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