
Se notaba que se acercaba el verano. Los días cada vez eran más cálidos y los estudiantes estaban cada vez más estresados por los exámenes que se acercaban. Aun así, un grupo de jóvenes se encontraba sentado en los jardines de la escuela, jugando al cinquillo.
—Ya empieza a hacer calor —dijo Peter, dejando una carta y aflojándose un poco la corbata para desabrocharse la camisa.
—¿Calor? —interpeló Remus, que estaba bien tapado con su capa—. No tienes ni idea de lo que es calor, Colagusano. Vente a mi pueblo este verano, a la huerta, y ya verás lo que es calor.
—Tu pueblo no cuenta, Lunático —intervino James—, está en Extremadura. Eso en verano parece Mordor.
—¿Y si dejáis de discutir y vamos a cambiarnos? —Sirius se levantó mirando la hora—. Por si no os acordáis, son las fiestas y me muero de ganas de ir.
Sí, se acercaba el verano. Y con él venían los exámenes, el calor y las fiestas. La escuela Peidoporco estaba ubicada sobre un castillo, en una colina muy cercana a Monforte de Lumos, un pueblo habitado exclusivamente por magos. Este pueblo era especialmente conocido entre los magos peregrinos que se dirigían a Santiago haciendo el Camino. Realmente, la ruta que pasa por este pueblo es la mejor del Camino, aunque eso los peregrinos muggles no lo saben. Pero claro, hay muchas cosas que los muggles desconocen.
Monforte de Lumos era un pueblo mágico en todos sus sentidos y sus fiestas no iban a ser menos. Se celebraban todos los años a mediados de junio, por lo que los estudiantes de Peidoporco solían ir en sus últimos días de clase, para desconectar de los exámenes o mientras esperaban sus resultados. Los profesores les dejaban ir libremente bajo la condición de que tuvieran la edad suficiente y estuvieran de vuelta a la hora.
El grupo de jóvenes recogió sus cosas y se dirigió al interior del castillo para cambiar sus uniformes por ropas más cómodas y más bonitas para la fiesta. No tardaron mucho en abandonar el castillo y llegar al pueblo, inundado por el ambiente festivo. Las calles estaban engalanadas con guirnaldas de colores que iban de un edificio a otro; de los balcones y ventanas colgaban coloridos mantones de manila y, por toda la calle, flotaban farolillos que, en cuanto el sol empezase a caer, evitarían que la oscuridad de la noche fuera un problema para continuar la fiesta. Sirius, James, Peter y Remus llegaron a la calle principal, que estaba abarrotada de gente. La gran mayoría se dirigía hacia la plaza, donde ya había una multitud. Los chicos, llenos de curiosidad, se acercaron a ver qué pasaba
—¡Vengan y prueben! —gritaba una mujer que se encontraba dentro de un círculo delimitado con vallas, alrededor del cual se agolpaba la multitud. A su lado había un hombre corpulento y tras ellos había tres cajas—. ¡Tres cajas, tres premios, ¿cuál tocará?! ¡Intenten superar el reto y podrán averiguarlo! ¡¿Quién es el valiente que dejará su varita y se atreverá a probar?!
—No parece tan difícil, ¿no, James? —dijo Sirius, envalentonado.
—¿Qué, lo intentamos? —respondió su amigo.
—Venga ya, chicos, no creeréis que va a ser así de fácil —intervino Peter—. No van a regalar un premio así como así.
—Pues claro que no, pero me da igual —dijo Sirius, mientras se acercaba al ruedo.
—¡Eh, Canuto, espérame! —gritó James, perdiéndose entre la multitud. Tras él, fueron Remus y Peter, refunfuñando.
Antes de que pudieran alcanzarlos, Sirius y James llegaron y se pusieron en la entrada del ruedo.
—¡Sirius! ¡James! —gritó una joven desde fuera—. ¿Vosotros sois conscientes de lo que hacéis? ¡Os vais a hacer daño!
—¡Hombre, Lily! —saludó James, con cierto tono de chulería en la voz—. Tú no te preocupes y disfruta del espectáculo.
—¡Sirius, James, por Dios! —exclamó otra voz, masculina esta vez, no muy lejos de la joven—. ¿Vosotros habéis visto lo que es el reto? ¡Salid de ahí antes de que tengamos que llevaros al hospital!
—¡No te preocupes, Reg! —replicó Sirius antes de dirigirse a James—. Déjame a mí primero, anda.
—Todo tuyo.
Sirius avanzó hacia el interior pero, cuando estaba a punto de entrar, la mujer lo paró:
—La varita —dijo extendiendo la mano.
Sirius sacó su varita y se la entregó. Ante la atenta mirada del público, se remangó, esbozó una sonrisa chulesca y se dirigió hacia las cajas. De momento parecía muy fácil pero, en cuanto dio dos pasos, el hombre frente a él sonrió, se transformó en un toro y antes de que Sirius pudiera procesar lo que estaba pasando, se lanzó contra él. Del susto, Sirius casi se transforma también, pero por suerte pensó a tiempo que delatarse como animago ilegal no sería una muy buena idea. Esquivó por los pelos la cornada del toro y corrió hacia las cajas. Le dio tiempo a agarrar una antes de que el animal se lanzase de nuevo contra él. Recibió un golpe que lo tiró al suelo y un grito ahogado salió de la multitud, pero no tardó mucho en levantarse, agarrar de nuevo la caja y echar a correr hacia sus amigos. Llegó, saltó la valla y en cuanto pisó el exterior, el toro volvió a transformarse en humano mientras los amigos de Sirius lo vitoreaban. La mujer se acercó al grupo y le entregó su varita al muchacho.
—Bien hecho, jovencito. Abre esa caja y el premio que hayas conseguido es tuyo.
Intrigado, Sirius levantó la tapa de la caja y dentro encontró una botellita llena de un líquido dorado y una etiqueta que decía «Felix Felicis».
—¡Suerte líquida! —exclamó la señora—. El premio gordo. Sí que eres afortunado, muchacho.
—Lo sé —sonrió Sirius, orgulloso, mientras se alejaba con sus amigos.
El grupo se apartó un poco de la multitud mientras más gente se acercaba a intentar el reto.
—Eso ha sido brutal, Canuto —dijo James a su amigo, animado—. Increíble.
—Ha sido una locura —reprochó Remus, abrazando a Sirius—. Pero una locura increíble —añadió, dándole un pico y mirándolo con una sonrisa.
Sirius sonrió, sacó la botellita de su bolsillo y se la ofreció a Remus.
—Toma, para ti.
—¿Qué? —dijo Remus, sorprendido—. No, no, Sirius, te lo has ganado tú...
—Yo no necesito más suerte —replicó sonriendo el pelinegro—. Ya tengo la suerte de tenerte a ti a mi lado.
Remus sonrió, aceptó la botellita y se inclinó hacia Sirius para besarlo.
—¡Puaj! —James fingió una arcada sólo por molestar a sus amigos—. Vaya par de cursis.
—¡Oh, cállate! —respondió Sirius—. Lo que tú tienes es envidia, que Lily no te hace ni caso.
—Sí, me da una envidia loca ser un cursi asqueroso —dijo James, con ironía.
—Ay, no discutáis —interrumpió Peter—. Ya que estamos por aquí, vamos a tomar algo y aprovechar las fiestas, ¿no?
El grupo pasó el resto de la tarde paseando por el pueblo, disfrutando del ambiente festivo que los rodeaba. Para cuando se dieron cuenta, el sol ya se había puesto y estaba muy cerca la hora a la que tenían que volver al colegio. No fue hasta que se encontraron con Lily que se percataron.
—¡¿Pero qué os pasa?! —gritó la joven cuando los alcanzó—. ¿No habéis visto la hora? ¡Como no volváis pronto, nos van a quitar un montón de puntos! Además, estos caminos de noche pueden ser peligrosos —añadió, con cierta preocupación en la voz.
—¡Anda, Lily! ¿Y qué, has venido a buscarnos? —respondió James con alegría—. No te preocupes, podemos valernos por nosotros mismos para volver.
—No te pongas tan chulo y vámonos ya —interrumpió Lily, echando a andar—. Con suerte llegamos antes de que lo noten.
El resto se unió a ella y echaron a andar, adentrándose en los caminos que recorrían el bosque. Sin embargo, la distancia hasta el castillo era larga y el sendero muy serpenteante, lo cual empezó a cansar a James y Sirius.
—¿Y si atrochamos por el bosque? —dijo este último—. Llegaremos antes y sólo tenemos que ir en línea recta.
—Yo creo que no deberíamos salirnos del camino —intervino Lily—. Estos bosques no son seguros de noche y podríamos perdernos.
—¡No nos vamos a perder! —exclamó James—. Tranquila Lily, conocemos este bosque como la palma de nuestra mano.
—De noche todo parece muy diferente —replicó Peter—. Pero si creéis que es mejor por fuera, vamos...
—Nah, nah, os rayáis por tonterías —dijo Sirius, saliéndose del camino—. Si vamos por aquí llegaremos enseguida, ya veréis.
—¡Eh, Canuto, espérame! —exclamó James, yendo tras su amigo—. ¡Lumos!
La punta de la varita de James se iluminó mientras se internaba en el bosque. Tras él fueron los demás con Lily a regañadientes, aunque considerándolo mejor opción que quedarse sola. Sirius, que había sido el primero en entrar, ya se había perdido de vista.
—¡Canuto! —lo llamó James—. ¡Canuto, ¿dónde estás?! ¡No te alejes mucho!
Pero Sirius ya se había perdido entre las sombras. De repente, James se encontró frente a un enorme perro negro, que lo miraba fijamente. James rio.
—Va, Canuto, no es tiempo para bromas. ¿Intentabas darme un susto o qué?
El perro ni se inmutó. Continuó mirándolo y empezó a avanzar hacia él. James comenzó a retroceder despacio, asustado.
—¿Canuto...? ¿Qué te pasa...? ¡Tío, para ya!
De detrás de un árbol, asomó la cabeza de Sirius.
—¿Que pare de qué? ¡Hostia, ¿qué coño es eso?! —gritó al ver al perro.
James miró a Sirius, miró al perro, volvió a mirar a su amigo y dirigió de nuevo la vista al can, que estaba cada vez más cerca. Se percató de que el animal cojeaba de una pata y tenía la boca manchada de un líquido rojo que muy fácilmente podría ser sangre. Trató de agarrar su varita, pero antes de que pudiera reaccionar, el perro se le había lanzado encima. El animal abrió sus fauces y James vio sus enormes colmillos acercarse a su cuello. Cerró los ojos y esperó a sentir el mordisco, pero en lugar de eso oyó un grito y sintió cómo el peso del perro se le quitaba de encima. Cuando abrió los ojos, vio a Lily, con la varita en la mano, apuntando hacia él.
—¡Levántate, idiota! —gritó—. ¡Va a volver y está enfadado, vámonos de aquí!
Aún confuso, James se levantó, miró hacia atrás y vio al perro levantarse del suelo, dolorido.
—¡Vámonos! ¡Ya! —gritó Lily, echando a correr.
Los demás siguieron su ejemplo y avanzaron a toda velocidad entre los árboles. Tras un buen rato, lograron dar esquinazo al perro y se dieron cuenta de que habían salido del bosque. Ahora se encontraban en un cruce de caminos, ligeramente iluminado por una farola.
—¡¿Veis como no era buena idea dejar el camino?! —exclamó Lily, enfadada—. ¡De verdad, sois un imán de problemas!
—Perdón, Lily, lo siento... —se disculpó Sirius—. Yo...
—¡¿Qué coño era eso?! —interrumpió James, aún asustado—. ¡¿De dónde cojones ha salido ese perro y por qué quería morderme?!
—Tenía toda la pinta de ser un dip —dijo Peter—. Perros vampiro, por así decirlo. Suelen morder al ganado... En mi pueblo hay muchos, hasta los muggles lo pusieron en el escudo, aunque creen que es mitológico... No sabía que aquí hubiera también.
—Vale, pues he aprendido la lección: no salirse del sendero por la noche. Vamos al castillo de una vez —respondió James, echando a andar por el camino.
—Pero no es por ahí, James, es por aquí —añadió Sirius, señalando un camino que iba hacia el lado contrario.
—¿No creéis que puede ser por aquí? —dijo Remus, señalando otra ruta.
—Estamos en un cruce... —declaró Lily—. Y no tenemos ni idea de por dónde es.
Mientras Remus, James y Sirius discutían por qué camino debían ir, Peter se percató de algo.
—¡Eh, mirad! ¡Parece que por ahí viene un grupo de gente! —exclamó, señalando al horizonte—. Podríamos preguntarles cómo llegar. Aunque igual son peregrinos y están perdidos también...
—Eso no son peregrinos, Peter. Ni siquiera son humanos, no vivos al menos... —dijo Lily, asustada—. Espero equivocarme, pero creo que es la Santa Compaña...
—¿La qué? —preguntó James, que paró su discusión con Sirius al escuchar el tono con el que habló la pelirroja.
—La Santa Compaña, una procesión de almas en pena... Sólo trae problemas...
De repente, notaron que el ambiente había cambiado. Corría una brisa fría y los búhos habían dejado de ulular. El único sonido que se escuchaba procedía del grupo que se acercaba a ellos y, aunque no podían entender bien lo que era, parecía que estuvieran repitiendo algo, como un rezo o un cántico. Petrificados por el miedo, el grupo no se dio cuenta de que la comitiva casi les había alcanzado.
Al tenerla tan cerca, quedaba claro que no eran humanos, sino espectros, a excepción de la persona que iba al frente, quien portaba una gran cruz que sujetaba con ambas manos. El hombre se acercó lentamente al grupo, concretamente a Lily, y extendió la cruz hacia ella, como ofreciéndosela. James sacó la varita y apuntó al extraño grupo, pero Lily le agarró el brazo y le hizo bajarla.
—Cruz ya tengo —dijo la joven con firmeza y nerviosismo, rechazando el ofrecimiento.
Mientras tanto, Remus sacó su varita y trazó con ella un círculo en el suelo, murmurando algo para sí. Agarró a James y Sirius y los arrastró al interior del círculo justo cuando el hombre trataba de ofrecerle la cruz a uno de los muchachos. El hombre los miró, pero se apartó, hizo una mueca triste y se marchó lentamente, seguido de la comitiva de espectros.
Cuando ésta desapareció de su vista, poco a poco se volvió a escuchar el ulular de los búhos y el canto de los grillos.
—¿Qué narices era esa gente? —preguntó Sirius, algo aturdido.
—La Santa Compaña —respondió Remus—. ¿Me equivoco, Lily?
—No, no te equivocas. Son espectros, almas en pena. Todos menos el que iba al frente. Ese pobre hombre aún está vivo, pero está condenado a guiar al resto hasta que consiga pasarle esa cruz a otro incauto. Por aquí es muy conocida, hasta los muggles hablan de ella. Yo pensaba que sólo era una leyenda, pero antes también pensaba que la magia no podía existir, así que...
—Mejor vámonos, no vaya a ser que vuelvan... —intervino Peter.
Finalmente, se decidieron al azar por un camino y echaron a andar por él. No mucho después, entre los árboles, vieron por fin ante ellos el castillo, que se alzaba imponente en medio del bosque. Sigilosamente se acercaron al gran portón de entrada y lo atravesaron, asegurándose de que nadie los viera.
Por suerte para ellos, llegaron a la torre en la que se encontraban sus dormitorios sin cruzarse con nadie. Una vez más, sus aventuras quedaron en una simple anécdota de la que se reirían más adelante. Siempre andaban metiéndose en líos y siempre salían airosos. Como ellos solían decir: travesura realizada.