
Capítulo 1
La lluvia tamborileaba sobre el techo de la cabaña, el sonido grave y constante de las gotas chocando contra la madera vieja creando una atmósfera inquietante. El viento soplaba con fuerza, y a través de las rendijas de las ventanas, las gotas de agua se filtraban como hilos dorados. Una tormenta se aproximaba. Dentro, la luz era débil, tan solo unas pocas velas parpadeaban sobre la mesa de madera, luchando por mantenerse encendidas en medio de la oscuridad. Dos miembros de la Orden, empapados de su turno de guardia, descansaban en un sillón, agotados, pero alerta. Otro chico estaba desplomado en uno de los pasillos, durmiendo sobre un saco de dormir desgastado del uso. El resto de las habitaciones demasiado silenciosas y polvorientas, demasiado solitarias como para ser deseables. Tenían la regla de permanecer en la línea de la visión de al menos uno de sus compañeros de unidad.
Ginny, con el rostro serio y ceño fruncido, repasaba los pergaminos extendidos ante ella, sus dedos moviéndose rápidamente sobre un mapa manchado de humedad, mientras trataba de ignorar el cansancio que se apoderaba de su cuerpo. Llevaban una semana huyendo de un punto a otro, sin poder establecerse en un lugar seguro ni volver a la base. Sus prendas oscuras y arrugadas que habían visto tiempos mejores se mimetizan con el ambiente sombrío de la estancia y su cabello largo, brillante con la luz de las velas, estaba recogido en una trenza deshecha.
Luna estaba sentada en silencio al otro lado de la mesa, parecía tan tranquila como siempre, aunque su rostro reflejaba una seriedad que no se había visto en ella desde hacía tiempo. Hojeaba un antiguo tomo, sus dedos rozando las páginas con suavidad, por enésima vez. Habían encontrado ese libro hacía varios meses, en la biblioteca olvidada de un aquelarre particularmente desagradable, en una de sus misiones. Parecía inofensivo, no especialmente grueso ni grande, pero algo en su contenido había captado la atención de Luna y desde entonces habían comenzado a trazar un plan que les daba un atisbo de luz.
—La última emboscada fue aquí y con la información que tenemos podemos asumir que tienen un campamento por aquí—dijo Ginny, trazando un círculo pequeño y una cruz con un trozo de carboncillo. Su voz era firme, pero contenía un tono de urgencia que no pasaba desapercibido.— Si logramos cruzar por este flanco antes del amanecer, podremos estar fuera de su alcance para cuando refuercen las patrullas.
Neville, sentado al otro lado de la mesa, frunció el ceño. Su rostro estaba curtido por los años de lucha, pero sus ojos conservaban un brillo de lucha obstinada. Una barba de varias semanas escondía la mitad de su rostro. Se apoyó en la mesa para ver más de cerca el mapa marcado, dejando al descubierto una mano vendada.
—Es un plan apresurado, Ginny —dijo con cautela, su tono cargado de preocupación—. Creo que debemos dar media vuelta. Este lugar no es tan seguro como pensábamos. Ayer avistaron una pareja de mortífagos a cinco kilómetros, y estamos muy cortos de provisiones. Debemos tomar las escobas y dispersarnos.
—¿Y cuándo será la próxima vez que estemos tan cerca del norte? Saben que hay algo que queremos en esta dirección —rebatió Ginny—. Puede que la próxima vez que tengamos el camino tan despejado ya sea demasiado tarde.
Luna, asintió suavemente ante las palabras de su amiga mientras tachaba algo entre las numerosas notas dentro del tomo. Su cabello rubio caía lacio, empapado por la humedad que se filtraba a través de las paredes. Una vela cercana a ella titiló, luchando por mantenerse encendida.
—Las nargúles siempre aparecen antes de un desastre —murmuró. Pero su tono no era el soñador de antaño; había algo en su voz que hizo que Ginny la mirara, parando en seco sus cavilaciones. Luna también levantó la mirada, parecía que acababa de registrar sus palabras, ambas miraron a la puerta al unísono.
Antes de que pudiera responder, un sonido sordo resonó en la distancia. Las cabezas del resto de los presentes se giraron hacia la puerta, y el silencio cayó como una losa.
—¿Qué fue eso? —susurró una voz desde las sombras de la cabaña. El miembro de la Orden que había hablado se levantó en silencio, su varita ya en la mano. En un gesto casi automático, los demás hicieron lo mismo.
Neville fue el primero en actuar, apagando las velas con un suave susurro y sumiendo el interior en la oscuridad total. La única fuente de luz era la luna, que se filtraba por la claraboya del techo y las rendijas de las ventanas, pintando la habitación con un resplandor pálido y frío.
Ginny se puso de pie en silencio, su corazón acelerándose. Había aprendido a leer las señales del peligro, y cada fibra de su ser gritaba que el tiempo se había acabado. Un quejido resonó afuera de la cabaña.
—¡Nos han encontrado! —gritó Neville, justo cuando la primera explosión hizo volar la puerta y parte de la pared en pedazos.
La habitación se llenó de humo y escombros. Gritos de maldiciones y hechizos resonaron en el aire, mientras el suelo temblaba bajo los pies de Ginny. Su varita voló de inmediato hacia su mano, y conjuró un Protego con rapidez, desviando un rayo de luz verde dirigido hacia ella. Al otro lado de la habitación, vio a Luna caer al suelo por la onda expansiva, pero, para su alivio, vio que se levantaba de nuevo, aunque con dificultad.
—¡Neville, saca a los demás de aquí! —gritó Ginny, lanzando un Petrificus Totalus a un mortífago que había irrumpido en la cabaña. El hombre cayó al suelo con un golpe seco, pero otros tomaron su lugar de inmediato. Siguió enviando hechizos y maldiciones con apenas una respiración entre una palabra y otra, cubriendo la retirada.
Neville no dudó, acostumbrado a su formación con él a la cabeza de la retirada y Ginny y Luna cerrándola. Los cuerpos comenzaron a acumularse en la entrada mientras las dos amigas resistían. Ginny sabía que no todos lo lograrían. La estancia no estaba hecha para soportar ataques como éste y su unidad de la Orden contaba con miembros demasiado inexperimentados, seguramente aquellos que montaban guardia ya estuvieran muertos.
Un destello de luz roja cruzó el aire, y Ginny se lanzó al suelo para esquivarlo. Cuando levantó la cabeza, vio a Luna de pie delante de ella, blandiendo su varita con una precisión letal, concentrada mientras lanzaba un escudo sobre otro a medida que se iban fracturando, uno de los miembros que estaba con ellas había caído.
—Ginny, tienes que seguir al norte —dijo Luna, apenas audible entre el estruendo de la batalla.
—¡No voy a dejaros! —respondió Ginny. Luna ya había girado hacia la puerta principal, conjurando una barrera que bloqueó temporalmente el avance de los mortífagos.
Había cuerpos tirados por toda la habitación, pero sólo dos pertenecían a su unidad. Los demás habían logrado escapar, o eso quería creer Ginny. Afuera, los ruidos de la lucha se desvanecían en el viento y el retumbar de los hechizos. Ginny se arrodilló junto a uno de los cuerpos, tratando de encontrar signos de vida, pero su pulso estaba ausente. No recordaba ni su nombre, sólo sabía que era uno de los recién reclutados. Luna, sin embargo, la apartó con suavidad sin mirar al cadáver.
—No hay tiempo —dijo Luna, con una firmeza en la voz que Ginny rara vez escuchaba—. Tienes que irte, Ginny.
Luna la miró directamente a los ojos, como si supiera exactamente lo que estaba pensando. Aunque sabía que las bajas eran inevitables, cada muerte le dolía, era un fracaso personal como capitana de la unidad, tras la muerte de su capitán anterior, y el anterior a este. Luna la tomó de la mano guiandolas hacia la mesa y recogiendo los pergaminos importantes, mientras Ginny se apresuraba a incendiar el resto.
—Eres la persona más rápida, más fuerte y resolutiva de esta unidad. Pero si no sigues adelante, todo esto, todo lo que hemos sacrificado, será inútil. Ginny, hazlo por ellos. Por la vida que aún podemos recuperar.
Las palabras de Luna, dichas con suavidad, atravesaron a Ginny como un cuchillo. Sabía que no tenía tiempo para discutir. Con un nudo en la garganta, cogió el tomo que Luna había estado leyendo, guardó los pergaminos y el mapa, que su amiga le extendía, contra su pecho. Un estallido rompió las ventanas y los trozos de madera que las tapaban volaron por los aires.
Ginny y Luna corrieron hacia la salida despejada. La lluvia las golpeó. La pelea estaba en auge.
—¡Vete! ¡Te cubriremos! —grito Luna, la espalda de Neville enseguida contra la suya. Escudos y maldiciones rebotando entre su unidad y los mortífaos que comenzaban a rodearlos.
De los diez miembros que habían comenzado, sólo otros tres peleaban junto con sus amigos, a Ginny le dolió el corazón, pero aún así corrió hacia el único camino descubierto.
—¡Accio escoba! —gritó, La Barredora 13 de Ginny voló hacia ella con un golpe seco contra su mano. Sin detenerse, saltó sobre la escoba y dió una patada con fuerza contra el suelo embarrado con la lluvia, despegando en el aire mientras el rugido de la batalla quedaba atrás. Sin embargo, los gritos y los destellos de luz seguían persiguiéndola en su mente. La culpa era un peso insoportable, pero no podía detenerse. No ahora.
La tormenta se intensificó, y los mortífagos no tardaron en seguirla a pesar de los esfuerzos de sus amigos. Ginny aceleró su escoba, esquivando los hechizos que explotaban a su alrededor. El viento y la lluvia le dificultaban la visión y el vuelo, pero también a sus perseguidores. Ginny ajustó su agarre y ascendió bruscamente hacia las nubes, buscando perderlos en la oscuridad.
Aceleró la escoba, forzándola al máximo y se consoló con que sus amigos tenían menos mortífagos contra los que luchar. Fue el último pensamiento que les dedicó antes de concentrarse por completo en su vuelo.
El vello de su nuca se erizó. Sin pensarlo, se lanzó hacia la derecha, esquivando por un pelo un rayo de luz verde que rozó su rodilla, dejando un ardor intenso en la piel. Las voces llegaron poco después, y las siluetas de varios mortífagos aparecieron detrás de ella.
La tormenta estalló con furia. Un relámpago iluminó a sus perseguidores; tres figuras en escobas más rápidas que la suya. Pero por suerte, ninguno de ellos había pasado años jugando como cazadora ni era la futura promesa del quidditch de toda una generación.
Los cielos se iluminaron no solo por los relámpagos, sino también por los hechizos que explotaban a su alrededor, chispas de colores que ella esquivaba con giros rápidos y movimientos calculados. La lluvia golpeaba con fuerza, y sus dedos entumecidos luchaban por mantenerse firmes en el mango de la escoba. Ginny siguió ascendiendo bruscamente, dirigiéndose a las nubes, esperando perderse en su densidad.
El escenario era dolorosamente familiar: huir de una batalla, de las ruinas de lo que antes era su hogar. La Madriguera, Hogwarts, su unidad de la Orden… todo destruido. Un escalofrío recorrió su espalda mientras la resolución luchaba por mantenerse intacta.
Emergió por encima de las nubes, donde la luna brillaba en un cielo despejado. Por un breve instante, el silencio se adueñó del mundo. Los gritos y los hechizos seguían, amortiguados por la distancia, pero aquí arriba todo parecía más simple. Por un segundo, Ginny consideró dejarlo todo, dejar de luchar. Después de las muertes de su familia, Ron desaparecido… Recordó el tomo y los papeles ocultos en su túnica, los sacrificios de sus amigos. Su resolución regresó con la fuerza de un incendio, tenía vidas que recuperar y futuros por regalar. En el mismo momento en que los primeros mortífagos rompían la superficie de las nubes, Ginny se dejó caer en picada.
La Barredora 13 gimió bajo la presión cuando Ginny giró bruscamente hacia la izquierda, esquivando un nuevo rayo de luz roja que chisporroteó al pasar peligrosamente cerca de su rostro. Su respiración era un jadeo constante mientras zigzagueaba entre los hechizos, empujando su vieja escoba al límite. Los mortífagos la seguían, sus varitas ardiendo con destellos letales. Ginny sabía que no podía enfrentarse a los tres a la vez, no sin una estrategia, y aunque no era su punto fuerte, prefiriendo derribar los problemas de frente, si que podía ser escurridiza y había aprendido un truco o dos de las lecciones de George, en los viejos cuarteles de la Orden.
Se dejó caer bruscamente en picada, el aire silbando en sus oídos y el pelo mojado pegándose a la piel. Una risa burlona resonó detrás de ella. Estaban ganando confianza. Perfecto. A medio descenso, Ginny tiró de la escoba hacia arriba, girando sobre sí misma en un movimiento brusco que dejó a uno de los mortífagos fuera de equilibrio. Con la varita en mano, conjuró un Expulso hacia la escoba más cercana.
El mortífago salió despedido hacia un lado, su escoba girando fuera de control antes de desaparecer en las nubes. Uno menos, dejó que sus sentimientos se anestesiaran ante la muerte, no era la primera vez que debía matar pero no era insensible al acto.
Mientras Ginny giraba rápidamente para enfrentarse a los otros dos, un Desmaius chocó contra su escoba. La Barredora tembló violentamente, una corriente eléctrica recorriendo las ramas de la cola y subiendo hacia el mango. Ginny luchó por estabilizarse mientras un frío temor recorría su espalda. Cada hechizo que le lanzaran podría ser el último.
—¡Aquí, Weasley! —gritó una voz grave y masculina desde su derecha, con un tono casi juguetón, como si estuviera disfrutando de un espectáculo particularmente macabro.
Ginny no se dejó engañar y giró para esquivar un hechizo de luz púrpura proveniente del otro mortifago, pero el movimiento brusco la dejó desprotegida por un segundo. Una segunda maldición impactó contra su brazo, y su varita salió volando de su mano, girando en el aire antes de desaparecer entre la tormenta.
Por un instante, el pánico se apoderó de ella. Sin varita, estaba prácticamente indefensa en una batalla. Pero no había tiempo para lamentarse por la pérdida. El mortífago que había gritado antes, un hombre con la máscara blanca tapando su rostro, se lanzó hacia ella, su escoba ya demasiado cerca.
—¿Creías que podrías escapar tan fácilmente? —su voz era un susurro distorsionado por la máscara.
Ginny reconoció al hombre, llevaba semanas persiguiendolos, el capitán de un escuadrón de mortífagos prominente por su eficiencia.
Ginny esperó hasta el último segundo antes de inclinar la escoba hacia un lado, rozando la de su atacante y haciendo que este perdiera el equilibrio. El mortífago, sin embargo, apenas titubeó. Los ojos burlones bajo su máscara eran visibles incluso en medio de la tormenta. Compartieron un instante de miradas mientras se empujaban el uno al otro, su enemigo con la ventaja de un cuerpo más grande que el suyo ganaba terreno y la guiaba hasta su compañero. Ginny pegó un frenazo y subió en espiral para huir de la maniobra, buscando altura y tiempo, pero sus perseguidores eran implacables. Las nubes los envolvieron, y el sonido de la tormenta casi ahogaba los gritos y los destellos de los hechizos.
Sin varita, Ginny sabía que la única opción era utilizar su entorno. Atravesó una nube especialmente densa, reduciendo la velocidad lo justo para forzar a su oponente a seguirla más de cerca. Cuando uno de los mortífagos emergió de la nube, Ginny giró su escoba en un ángulo cerrado, lanzándose directamente hacia él.
El impacto fue brutal. Su hombro chocó contra el brazo del mortífago, y ambos quedaron desestabilizados. Ginny recuperó el control primero, pero su atacante no tuvo tanta suerte. La escoba del mortífago se inclinó violentamente, y con una última patada cortesía de Ginny, él cayó en espiral hacia las profundidades de la tormenta.
Ginny quedó sola, observando su alrededor jadeando y flotando sobre las nubes mientras los ecos de la batalla se desvanecían. El mortífago de antes no apareció de entre las nubes. Pero Ginny sabía que no se había librado aún.
"¿Creías que podrías escapar tan fácilmente?" Pensó con la voz burlona del mortífago en su cabeza, como un eco del desafío.
Sin su varita, con el brazo entumecido, sabía que el peligro no había pasado. Respiró profundamente, ajustó su agarre en la Barredora 13, y comenzó a volar hacia el norte, esperando que nadie la siguiera. Pero el peso de la persecución seguía allí, acechando como una sombra.
Voló durante horas, sus manos casi congeladas y su cuerpo tenso por el esfuerzo. Cruzó paisajes grises y montañas oscuras, rezando a Merlín que los mortífagos se dieran por vencidos. Finalmente, con el primer resplandor del amanecer, Ginny vio las ruinas de un viejo edificio rodeado de bosque. Exhausta, descendió hacia ellas, y cuando sus pies tocaron tierra, las lágrimas comenzaron a correr, mezclándose con la lluvia.
Ahora sí que sí, estaba sola.
Cuando Ginny despertó, el cielo seguía encapotado. Un gris plomizo cubría todo el paisaje, como era habitual en Inglaterra desde el ascenso de Voldemort. El aire estaba húmedo y pesado, y el suelo bajo su cuerpo le pareció más frío de lo que esperaba. Su cuerpo dolía, especialmente en el brazo y la espalda. Había caído en una espiral de agotamiento al aterrizar y no se había levantado. Cada fibra de su ser le pedía descanso, pero no podía permitírselo.
Cada movimiento le costaba, y la sensación de debilidad era tan intensa que parecía que la tierra quería tragarse sus fuerzas. El dolor en su brazo le nublaba la mente. Con la adrenalina de la pelea no había reparado en el dolor pero ahora notaba la muñeca hinchada, debía de haberse lastimado en ese golpe contra el mortifago.
La fatiga no era solo física: su mente también estaba agotada. La huida, los gritos, el caos… ¿y ahora qué? ¿Qué le quedaba? No tenía las respuestas y no podía darse el lujo de hacer demasiadas preguntas.
Su mente se aferró a los recuerdos de la noche anterior: el ataque, sus compañeros caídos… y después, la huida. Luna y Neville espalda contra espalda.
Luna… Ginny casi podía ver su rostro sereno, su mirada fija, como siempre tan enigmática, mientras le entregaba el libro y los pergaminos. Los recuerdos de ese momento la hicieron sentir un nudo en la garganta. ¿Qué iba a hacer sola? No tenía la mente brillante de Luna, ni la resiliencia y valentía de Neville. Sin ellos, ¿en qué quedaba su misión? ¿Qué quedaba de su unidad? ¿De ella misma?
Con manos temblorosas, Ginny sacó el libro del bolsillo interior de su túnica. La tapa era gruesa, las páginas llenas de notas rápidas, símbolos y mapas trazados apresuradamente. Tachones y más frases apresuradas. Aquel libro era más que una simple guía: era el vínculo con la esperanza que había quedado en ruinas. Una promesa de algo que podría cambiar el curso de la guerra.
Miró las páginas y suspiró. Necesitaba tiempo para pensar, pero el tiempo no era un lujo que pudiera permitirse.No podía permitirse hundirse en la desesperación. Tenía que confiar en sus cualidades. La determinación, la astucia, el coraje que había cultivado a lo largo de los años. No era Luna, no era Neville, pero era Ginny Weasley, y no iba a dejar que todo lo que habían hecho hasta ese momento fuera en vano.
Con un esfuerzo, se puso de pie. La suavidad de la hierba bajo sus pies era reconfortante, pero la incomodidad en su cuerpo era innegable. Aun así, su mente se centró en el presente. No podía quedarse allí.
Se desvió hacia el borde de las ruinas, observando el pueblo. Las calles vacías de aquel pequeño pueblo mágico abandonado se extendían ante ella, desmoronadas por el paso del tiempo y el miedo. Pancartas del régimen de Voldemort se alzaban orgullosas en las puertas de las casas, postes y muros. Había algo espantoso en la quietud de ese lugar. El aire era espeso, como si la misma tierra estuviera atrapada en un lamento. No podía evitar que una oleada de incomodidad la invadiera, como si estuviera siendo observada por ojos invisibles. La gente del pueblo había huido abandonando su hogar, estaba en territorio enemigo.
El crujido de una puerta rota en la lejanía hizo que su corazón diera un salto. Los árboles se balanceaban con el viento. El pueblo estaba muerto, y ese era precisamente el problema. La quietud era peligrosa. Tenía que ser rápida.
Ginny recorrió el lugar con la mirada. No tenía varita, y aunque había practicado algunos hechizos sin ella en el pasado, sabía que no podía confiar completamente en esa habilidad ahora. No si iba a sobrevivir. La escoba, su Barredora 13, seguía siendo su único medio de escape. La recogió y la mantuvo cerca, por si tenía que huir con rapidez.
Con una respiración profunda, Ginny se ajustó la túnica, la cual estaba sucia y rasgada por las inclemencias del viaje. Necesitaba comida. Información. Y si encontraba una varita vieja y olvidada en alguna casa no iba a hacerle ascos.
A medida que se adentraba en el pueblo, las casas destartaladas la rodeaban, algunas todavía en pie, otras completamente derrumbadas. Las ventanas rotas, las puertas caídas, los jardines silenciosos. Al final de la calle, encontró una tienda pequeña que parecía estar intacta. Las vitrinas de cristal estaban cubiertas de polvo, pero la puerta estaba cerrada. Ginny se acercó con precaución, observando cualquier señal de actividad.
Sin pensarlo demasiado, Ginny empujó la puerta. Estaba cerrada, pero no con llave. La madera crujió al abrirse, revelando el interior sombrío de la tienda. Polvo y telarañas cubrían los estantes, pero entre los desordenados bultos de objetos abandonados, algo llamó su atención: una cajita. Tenía el logo de Sortilegios Weasley. Su pulso se aceleró. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que vio ese logo? Parecía una eternidad. Lo recogió con manos temblorosas, sintiendo la suavidad de la madera bajo sus dedos. ¿Era una señal de que todavía quedaba algo de esperanza? O tal vez solo un recordatorio de todo lo que había perdido. Con un suspiro, metió la caja en su bolsillo y continuó recorriendo la tienda. No tenía tiempo para detenerse en los recuerdos.
Con un suspiro avanzó por la tienda. Necesitaba seguir adelante.
Con la caída del sol y con una mochila llena de provisiones pero sin varita, Ginny abandonó el pueblito, decidida a acampar en un sitio en medio de la nada, que no pudiera encontrarse en un mapa.
Cuando Silas Grimm llegó al pueblo, el aire era pesado, denso, y el ambiente olía a hojas en descomposición y tierra húmeda. La búsqueda había sido meticulosa, y aunque los rastros de Ginny Weasley se habían desvanecido por las ruinas, algo en su intuición le decía que estaba cerca. No podía permitirse perderla, no cuando estaba tan cerca de obtener lo que necesitaba para acercarse a las filas internas del Señor Oscuro.
Al acercarse a la calle principal, su mirada se fijó en la puerta de una tienda. Estaba entreabierta. No había viento que la empujara, ni nada que justificara su movimiento. Los ojos del capitán se entrecerraron. Las hojas secas del otoño aún no se habían acumulado frente a la entrada, lo que indicaba que no había pasado mucho tiempo desde que alguien había entrado.
Una fría sonrisa apareció en su rostro. Sabía que la caza de Ginny Weasley era una cuestión de paciencia, y este detalle era justo lo que necesitaba para confirmar sus sospechas. Avanzó con paso firme y entró en la tienda. Los estantes cubiertos de polvo, las telarañas colgando en cada esquina, no ofrecían nada de valor. Pero al mirar un estante cercano al suelo, algo llamó su atención: una huella limpia y cuadrada sin una mota de polvo encima.
Se agachó y sus dedos rozaron la madera limpia. Sonrió al confirmar sus sospechas, ella estuvo aquí. Se levantó y giró sobre sus talones saliendo de la tienda, con la certeza de que estaba siguiendo el rastro correcto. Su rostro normalmente burlón con una sonrisa se endureció.
La caza de la joven Weasley no iba a durar mucho más. Estaba en su punto de mira, y esta vez no se escaparía.