
Windsor
El aire dentro de la cámara era denso, cargado con la vibración de una energía antigua que parecía latir en las paredes mismas. Mientras más me aventuraba más adentro, un destello dorado iluminó la habitación, revelando dos figuras en un retrato. La pintura, hasta entonces inactiva, cobró vida con un leve parpadeo.
Hay un hombre con porte elegante y una barba ceñida bien recortada, se encontraba frente a otro hombre con vestimenta extraña, con un semblante grave, reflejo de la tensión que parecía impregnar su conversación. Sus voces resonaron, claras y resonantes, como si el tiempo no hubiera podido apagarlas.
“Charles”, dijo el hombre de la barba ceñida, hablo con un tono contenido pero cargado de una autoridad incuestionable, “Te lo he advertido. Este poder no puede ser tratado como un simple instrumento. Es antiguo, primitivo. Su fuerza no reside en cómo puede ser utilizado, sino en lo que protege.”
El otro hombre con vestimenta extra cruzó los brazos, con una expresión oscura en su rostro. “Y, sin embargo, ¿qué hacemos con él? ¿Lo encerramos para siempre? ¿Dejamos que el tiempo lo entierre mientras el mundo se enfrenta a nuevas amenazas? Percival, eres un soñador si crees que esta magia no será buscada por otros. Otros menos... nobles.”
“¿Y qué propones? ¿Usarlo como un arma?” replicó de nuevo, dando un paso adelante. Su figura proyectaba una sombra imponente sobre el suelo de piedra. “El propósito de esta magia no es destruir, sino preservar. Si la ponemos en manos equivocadas, podríamos desatar un caos que ni siquiera nosotros comprenderíamos.”
El otro hombre soltó una carcajada amarga. “Siempre tan moralista, Percival. Pero la verdad es que el caos ya está aquí. Mientras discutimos, fuera de estas cámaras el mundo se hunde en la avaricia y el conflicto. Si no tomamos el control, alguien más lo hará.”
“¿Y quién te dice que tú serías mejor que ellos?” replicó otra vez, con los ojos entrecerrados. “He visto lo que esta magia puede hacer. Puede arrancar la voluntad de los hombres, quebrar sus almas. No permitiré que se convierta en el medio para un fin, sin importar cuán noble creas que es tu causa.”
Hubo un silencio tenso, roto únicamente por el eco de sus palabras en la cámara. Finalmente, el hombre de vestimenta extraña se giró hacia la salida del retrato, aunque antes de irse lanzó una última mirada a su antiguo compañero.
“No creas que siempre tendrás la última palabra, Percival. Los secretos que guardamos no permanecerán ocultos para siempre. Llegará un día en que alguien descubrirá esta magia y decidirá qué hacer con ella. Reza para que sea alguien digno.”
Con eso, el retrato de ese hombre se desvaneció en la oscuridad, dejando al otro solo. La mirada del hombre se suavizó, y luego se dirigió hacia al frente, observando, como si pudiera verme a través de las capas de tiempo y espacio.
“Así que ahí estás”, dijo finalmente, su voz ya no dirigida a un oponente, sino a mí. “Escuchaste lo que ocurrió. Ahora depende de ti comprender el legado que se te ha revelado. La magia antigua no se elige; ella te elige a ti. Solo espero que seas más sabio que los que intentaron controlarla antes.”
El eco de las palabras de aquel hombre se desvaneció junto con el brillo dorado que iluminaba la cámara, dejándome en la penumbra, más confundido que nunca, intentando despertar.
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Despierto desconcertado, con la mirada fija en el techo mientras mi mente tarda en ubicarse. La tenue luz del amanecer se filtra por la ventana cercana, tiñendo la habitación con un suave resplandor dorado. Por supuesto, hoy es el día: mi decimoquinto cumpleaños. Como de costumbre, la emoción me despierta antes de tiempo.
Miré a la distancia el gran reloj de madera en la pared, su tic-tac resonando suavemente en la quietud de la mañana. Me pregunté si valía la pena intentar dormir otra vez, pero pronto deseché la idea. Despertar a mi hermano siempre era una opción más divertida.
Con cuidado, me levanté de la cama, asegurándome de no hacer ruido al pisar el suelo de madera. Abrí la puerta despacio, dejando que el pasillo oscuro se revelara ante mí. Con pasos sigilosos, troté hacia la habitación de William, conteniendo una risa traviesa. Al llegar, no me molesté en ser discreto. Giré el pomo con fuerza, empujé la puerta Solo escucho su quejido de dolor.
y, sin pensarlo dos veces, corrí hacia su cama y me lancé sobre él como si fuera un colchón.
Un quejido de dolor emergió de debajo de mí. “¡Thomas!” protestó William, medio adormilado. “¿Otra vez? En serio, ¿por qué todos los años haces lo mismo?”
Con un movimiento rápido, me empujó fuera de la cama, haciéndome caer al suelo con un golpe seco.
“Eso dolió”, me quejé, sobándome la espalda mientras hacía una mueca de dolor. “No tenías que aventarme así.”
“Y tú no tenías que saltar sobre mí como si fuera un saco de papas”, replicó, entrecerrando los ojos en mi dirección.
Antes de que pudiera responder, ambos miramos hacia la puerta al escuchar unos pasos pequeños. Henry apareció, asomando la cabeza con curiosidad.
“Thomas, ¿qué haces en el suelo?” preguntó, ladeando la cabeza con una mezcla de confusión y diversión.
“No es nada, Henry”, respondí, intentando sonar tranquilo mientras me sacudía el pijama.
“¿Nada? Este idiota acaba de aplastarme hace un momento”, replicó William, señalándome con una mirada acusadora.
Rodé los ojos y me acerqué a Henry.
“No le hagas caso”, dije mientras le revolvía el cabello. “No hables así frente al niño”, añadí, lanzándole una mirada a William mientras cubría las orejas de Henry con mis manos.
“¡Ya no soy un niño!” exclamó Henry, apartándome con un manotazo.
“Sí, claro. Mírate esos cachetes regordetes”, me burlé, tomando su cara entre mis manos y estirándola suavemente.
Mala idea. Henry aprovechó la cercanía para darme un golpecito en la espalda, y William no tardó en lanzarme una almohada directamente a la cabeza.
“¿Qué está pasando aquí, niños?” la voz de mamá interrumpió nuestro alboroto. Estaba de pie en el umbral, con una expresión que mezclaba ternura y diversión. Su cabello caía con elegancia sobre sus hombros, y sus ojos azules brillaban con calidez.
“Thomas, William, vengan aquí y abracen a su madre”, dijo con una sonrisa que siempre lograba desarmarnos.
Caminé hacia ella, dejando atrás la pequeña batalla. La envolví en un abrazo fuerte, hundiendo mi rostro en su hombro mientras aspiraba su dulce aroma, una mezcla de flores y algo que solo podía describir como "hogar". Me aparté un poco para que William pudiera abrazarla también, y ella nos dio un beso en la frente a cada uno. Su tacto era cálido.
“Es bueno que ya estén despiertos. Su padre los está esperando”, dijo finalmente, con un tono exigente y una pizca de formalidad.
Al salir de la habitación, nos dedicó una última mirada. William nos empujó suavemente hacia la puerta.
“Vamos, dense prisa. Papá no va a esperar todo el día”, dijo con una sonrisa torcida antes de cerrar la puerta detrás de nosotros.
De vuelta en mi habitación, me apresuré a vestirme y a preparar mi maleta. Nos hospedaríamos en la residencia Windsor para la celebración, y aunque sabía que se suponía que todo sería una ocasión especial, no podía evitar sentir una ligera inquietud en el pecho.
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El auto avanzaba por los sinuosos caminos hacia Windsor, rodeados de colinas verdes y arboledas que parecían infinitas. Henry estaba absorto en un libro sobre caballos, uno que mamá le había comprado hace poco, mientras William miraba por la ventana con esa expresión neutral que siempre adoptaba cuando algo lo preocupaba, aunque nunca lo admitía. Yo, en cambio, tamborileaba los dedos contra la ventana, mirando el paisaje pasar con impaciencia.
“¿Qué crees que nos hará hacer papá esta vez?” pregunté finalmente, rompiendo el silencio.
“Probablemente cacería, como siempre”, respondió William sin apartar la mirada del paisaje.
“Genial, otra vez disparando a animales que no me han hecho nada. Qué emocionante”, respondí sarcásticamente, rodando los ojos.
Henry soltó una risita, aunque trató de ocultarla tras su libro.
“Seguro acabarás tropezándote como la última vez, Thomas”, bromeó William, sonriendo de lado.
“Eso fue un accidente”, protesté, pero mi tono más bien sonaba derrotado.
Mamá, que estaba sentada al frente, se giró levemente para mirarnos.
“Intenten comportarse esta vez, niños. Es el cumpleaños de ustedes dos, no una excusa para discutir o pelear”, dijo con una sonrisa suave, pero con ese toque de autoridad que hacía que todos nos enderezáramos un poco en nuestros asientos.
Al llegar a la residencia de Windsor, las puertas de hierro se abrieron con un chirrido lento. El castillo se alzaba imponente frente a nosotros, con sus torres grises y su aire de solemnidad histórica. Henry dejó escapar un "wow" apenas audible, y no pude evitar compartir su asombro, a pesar de que habíamos estado aquí antes.
Cuando nos bajamos del auto, papá ya estaba esperándonos, con su traje impecable y esa postura siempre rígida que lo hacía parecer más un retrato que una persona real.
“Llegaron justo a tiempo”, dijo, sin un atisbo de sonrisa. Luego, dirigió su mirada hacia William y hacia mí. “Espero que estén listos. Vamos a aprovechar la tarde.”
William asintió de inmediato, mientras yo intentaba ocultar mi falta de entusiasmo. Henry, por su parte, se mantuvo pegado a mamá, que nos dedicó una mirada alentadora antes de despedirse para entrar al castillo.
Mientras nos internábamos en los terrenos de Windsor, algo en el aire me hizo detenerme por un momento. Era como si una corriente fría me rozara la nuca, una sensación que no podía explicar, pero que me erizó la piel. Miré a mi alrededor, pero todo parecía normal. William me lanzó una mirada interrogante.
“¿Qué pasa ahora?” preguntó, exasperado.
“Nada, solo… pensé que había visto algo”, murmuré, sacudiendo la cabeza.
Él no dijo nada más, pero yo no podía quitarme la sensación de encima. Algo me decía que este cumpleaños sería diferente, aunque todavía no sabía por qué. Dejo de pensar en ello y continuo mi caminar.
“Espero que ya hayan desayunado”, dijo mi padre mientras avanzaba con pasos firmes, lanzándonos una mirada de reojo que no dejaba lugar a comentarios innecesarios.
“No, padre. Queríamos llegar y comer algo aquí”, respondió William, manteniendo un tono educado pero firme, como siempre lo hacía al hablar con él.
Mi padre se detuvo un instante, girando la cabeza ligeramente hacia nosotros. Sus ojos escanearon nuestras caras antes de dejar escapar un largo suspiro, uno de esos que llevaba el peso de la expectativa y la impaciencia a partes iguales.
“Diríjanse al comedor”, dijo finalmente, con un tono que no admitía réplica. “Les servirán algo de inmediato. Después, suban a sus habitaciones; ya he ordenado que les preparen la vestimenta para el día.”
Su voz, firme y autoritaria, resonó en el amplio vestíbulo. Nos quedamos en silencio, asintiendo obedientemente. Papá no era el tipo de hombre que desperdiciaba palabras, y era evidente que esperaba que sus instrucciones fueran seguidas al pie de la letra.
Con un gesto, nos indicó la dirección del comedor antes de desaparecer por el pasillo, dejando tras de sí el eco de sus pasos. William me lanzó una mirada rápida, mezcla de resignación y humor.
“Supongo que no queda más remedio que obedecer, ¿no crees?” murmuró con una leve sonrisa irónica mientras comenzábamos a caminar hacia el comedor.
“Como si alguna vez lo hubiera habido”, respondí, imitando su tono, aunque no pude evitar un ligero encogimiento de hombros.
El comedor era amplio y elegantemente decorado. Cuando entramos, un par de sirvientes ya estaban colocando platos en la mesa. La calidez del lugar contrastaba con la rígida atmósfera que nos rodeaba desde que llegamos.
Mientras tomábamos asiento, no pude evitar mirar por las enormes ventanas que daban al jardín. A pesar de la sensación de rigidez, había algo reconfortante en el lugar... aunque esa incomodidad persistía en el fondo de mi mente, como una sombra que no lograba identificar.
“Vamos, come algo antes de que papá decida venir a inspeccionar”, comentó William, devolviéndome al presente.
Sonreí ligeramente y asentí.
Después de un rato, me encontraba en la habitación que me corresponde, vistiéndome con las ropas cuidadosamente dobladas sobre la cama. De repente, escuché un golpecito en la puerta y vi cómo William asomaba la cabeza por la rendija.
“¿Estás listo?” preguntó, entrando sin esperar respuesta y cerrando la puerta tras de sí con un suave clic.
“Sí, pero la verdad no tengo muchas ganas de salir. Además, el día está tan gris... ¿crees que lloverá?” respondí, dejándome caer a su lado en la cama, mirando por la ventana.
“Probablemente”, respondió con un tono serio, sus ojos fijos en el cielo nublado. Luego, suspiró y me hizo un gesto. “Levántate. Tenemos que bajar.”
Le doy una última mirada, levantándome y siguiendo su paso. Henry ya hacia afuera, esperándonos.
Mientras avanzábamos por los extensos terrenos de Windsor, papá se detuvo en uno de los claros. Un grupo de guardabosques ya estaba allí, junto a varios caballos ensillados. William y yo intercambiamos miradas; era evidente lo que se avecinaba.
“Hoy practicaremos una actividad que requiere concentración y precisión”, anunció papá, cruzando las manos detrás de la espalda mientras nos examinaba con ese aire crítico suyo. “Espero que ambos estén a la altura.”
Los caballos parecían tranquilos, pero no pude evitar sentir un nudo en el estómago. Nunca había sido particularmente hábil con estas actividades, y William siempre terminaba superándome con su actitud estoica y eficiente.
“¿Puedo ir con mamá?”, preguntó Henry, con la mirada esperanzada.
“Henry, esto es para tus hermanos mayores. Tú puedes observar y aprender para cuando llegue tu turno” respondió papá, su tono dejando claro que no era negociable.
Henry hizo un puchero, pero no insistió.
Un guardabosques me ayudó a montar a un caballo marrón robusto que parecía más paciente que yo. William ya estaba montado en su caballo, luciendo completamente cómodo, como si hubiera nacido para esto.
“Vamos a dar una vuelta para familiarizarnos con los terrenos antes de comenzar”, dijo papá, tomando las riendas de su propio caballo.
La cabalgata fue silenciosa al principio. Solo se oía el crujido de las ramas bajo las patas de los caballos y el canto lejano de los pájaros. La tranquilidad del lugar era casi abrumadora. Sin embargo, esa sensación extraña que había tenido antes seguía presente, como si algo me estuviera observando desde los árboles.
“Thomas, presta atención a las instrucciones” reprendió papá cuando notó que me había quedado atrás, distraído.
“Sí, lo siento” respondí rápidamente, apretando las riendas para ponerme al día.
Cuando llegamos a un punto elevado con una vista impresionante del castillo, papá detuvo a su caballo y señaló hacia el horizonte.
“Miren eso. Windsor no solo es un símbolo de nuestra historia, es también un recordatorio de lo que significa responsabilidad. Espero que ambos lo entiendan”, dijo, su voz grave resonando en el aire.
William asintió solemnemente, pero yo apenas escuchaba. Había algo en el borde del bosque que llamaba mi atención. Era solo un destello, una ligera distorsión en el aire, como si algo estuviera allí, pero fuera invisible a simple vista.
“¿Thomas?”, la voz de William me sacó de mis pensamientos.
“Sí, sí, estoy escuchando”, mentí, aunque mis ojos seguían fijos en el bosque.
“¿Puedo ir con mamá?” preguntó Henry una vez más, su voz sonaba cansada y su mirada denotaba algo de frustración.
Mi padre lo observó con desdén, un silencio denso se instaló entre ellos. Con una ligera inclinación de la cabeza, su mirada se desvió hacia un guardabosque cercano, quien parecía comprender al instante. Sin mediar palabra, el hombre se acercó a Henry y, con un gesto firme, lo dirigió de vuelta al castillo.
Vuelvo a fijar la mirada en el bosque, el susurro del viento entre los árboles parece casi hipnótico. De repente, un parpadeo rápido y, en ese breve instante, siento algo... algo que me ataca con tal fuerza que me hace caer del caballo. La sensación de impacto me aturde, y caigo al suelo con un golpe sordo.
Me repongo rápidamente, intentando orientarme, y al parpadear de nuevo, todo parece estar en calma. El bosque está inmóvil, nada se mueve, como si nada hubiera sucedido. Respiro hondo, confundido, buscando alguna señal de lo que acaba de ocurrir. Pero no hay nada, solo el eco distante de los árboles me rodea, como si nunca hubiera pasado.
Me levanto rápidamente del suelo, frotándome el brazo donde el golpe fue más fuerte. Miro alrededor, mis ojos recorren el lugar buscando alguna pista, algo que justifique lo que acabo de experimentar.
“¿Thomas?” La voz de William me llega desde atrás, un tanto alarmada. Me doy vuelta y lo veo acercándose a caballo, mirándome con expresión preocupada. “¿Qué te ha pasado? ¿Estás bien?”
“Creo que... no estoy seguro”, murmuro, aun mirando al bosque, mi mente tratando de asimilar lo que acaba de ocurrir. “Vi algo. O al menos, me pareció ver algo. Pero ya no está.”
William baja de su caballo rápidamente y se acerca, tocándome ligeramente el brazo. “¿Algo? ¿Qué tipo de algo?”
“No sé”, respondo, todavía desconcertado. “Fue rápido... algo oscuro, pero al parpadear ya no estaba allí. Tal vez fue solo mi mente jugando trucos.”
“Eso no suena como algo de los trucos de la mente”, dice William con una leve sonrisa nerviosa, pero sus ojos aún reflejan preocupación. “¿De verdad crees que fue solo eso?”
“No lo sé, pero...”, comienzo a decir, dudando, “siento que hay algo extraño en este lugar, William. Algo que no puedo explicar.”
William se queda en silencio, observando el bosque con cautela. Luego, suspira y mira a su alrededor. “Quizá no deberíamos seguir adelante. Mamá siempre decía que este lugar tiene algo raro. Tal vez sea mejor volver al castillo.”
“Sí, tienes razón”, asiento lentamente, aún sin poder quitarme la sensación extraña que me recorre el cuerpo.
De repente, escuchamos la voz de mi padre, que retumba a través del aire con autoridad. “¡Niños! ¿Por qué se detienen?” se detiene a un lado, mirándonos con una mirada exigente.
“Thomas... se cayó del caballo”, responde William, su tono cargado de preocupación mientras se acerca a mí, como si quisiera asegurarme de que estoy bien. “Quizá deberíamos volver, padre. Creo que ya es suficiente por hoy.”
Mi padre nos observa por un momento, sus ojos fríos recorriéndonos antes de suspirar con pesadez. “No vamos a perder el tiempo por una caída de caballo, William”, dice con un tono que no deja lugar a réplica. “Levántate, Thomas, y sigue adelante.”
Aunque sus palabras no dejan espacio para discusión, noto una leve tensión en su voz, como si estuviera preocupado, pero no dispuesto a admitirlo. Me levanto, sacudiéndome la tierra de la ropa, pero no puedo evitar que la inquietud me siga.
“Por favor, Padre”, digo mirándolo con suplica.
Mi padre me mira impaciente durante un largo rato, al final me lanza una mirada cansada y comienza a avanzar de vuelta al castillo.
“vuelve a subir al caballo, hay que regresar”, dice, por último, con tono demandante.
William me lanza una mirada furtiva, como si pudiera leer mis pensamientos. “¿Estás seguro de que estás bien?” susurra.
“Sí, pero ya no estoy seguro de seguir”, respondo en voz baja, mientras mis ojos vuelven a recorrer el bosque.
No tardamos mucho en regresar al castillo. Poco a poco, el cielo se fue cubriendo de nubes grises y, en un abrir y cerrar de ojos, comenzó a llover intensamente. El sonido de las gotas cayendo sobre la tierra se sumó al crujir del viento, creando una atmósfera sombría. Nos apresuramos a bajar de los caballos y corrimos hacia la entrada, buscando refugio.
Allí, en el umbral del castillo, mi madre nos esperaba bajo una sombrilla, su rostro reflejando una preocupación que no pasaba desapercibida. Al vernos, sus ojos se suavizaron, pero no logró ocultar la inquietud que tenía.
Mi padre, al ver la tormenta, se acercó rápidamente a ella. Ambos comenzaron a hablar en voz baja, pero la distancia y el sonido de la lluvia hicieron que sus palabras fueran inaudibles. Sin embargo, en medio de la conversación, ambos voltearon hacia mí al mismo tiempo, sus miradas fijas en mí como si esperaran algo. No pude evitar sentirme incómodo y, por un momento, confuso.
William, al notar mi desconcierto, me tocó el hombro y, sin decir palabra, comenzó a guiarnos hacia las habitaciones. “Vamos, cambiémonos”, dijo con un tono bajo, pero firme. Acepté su sugerencia sin hacer preguntas, sintiendo que era lo mejor en ese momento. Aunque la incomodidad seguía creciendo dentro de mí, traté de no prestarle demasiada atención.
En poco tiempo entramos a la habitación cercana, ambos cambiándonos de las ropas mojadas tras la tormenta. Había un silencio extraño entre nosotros, roto únicamente por el suave golpeteo de la lluvia contra las ventanas. Sentí que William quería decir algo, pero parecía dudar. Finalmente, fue él quien rompió el silencio.
“¿Te has dado cuenta de cómo papá te mira últimamente?” preguntó mientras se acomodaba el cuello de su camisa.
Levanté la vista, sorprendido por su comentario. “¿A qué te refieres? ¿Qué tiene de raro la forma en que me mira?”
William suspiró y se sentó en la cama frente a mí. “Es difícil de explicar, pero parece… no sé, como si esperara algo de ti, aunque ni él mismo sabe qué. ¿Te has dado cuenta?”
Lo miré, intentando entender. “¿Crees que tiene algo que ver con lo de hoy? Con la caída en el bosque.”
William frunció el ceño, pensativo. “Tal vez. Papá no es exactamente el más expresivo, pero hoy estaba diferente… como si estuviera más preocupado de lo habitual.”
“Tal vez es porque me vio como una ‘vergüenza’”, respondí con sarcasmo, intentando aligerar la conversación, aunque algo en mi interior no estaba tan seguro. “O tal vez solo estaba molesto porque la cacería se arruinó.”
William dejó escapar una risa corta. “Eso sí suena más como papá.”
Antes de que pudiera decir algo más, la puerta de la habitación se abrió con un golpe leve. Mamá entró, con una expresión en su rostro que no solía mostrar.
“Thomas”, comenzó con suavidad, “tu abuela quiere verte en el Palacio de Buckingham. Es algo importante.”
William y yo intercambiamos miradas. Era raro que la abuela hiciera una solicitud así de directa, especialmente para uno solo de nosotros.
“¿Por qué?” pregunté, sintiendo como un nudo se instalaba en mi estómago.
“Es algo que necesita hablar contigo personalmente”, dijo evitando mi mirada. “Nos iremos todos, pero esta conversación es solo para ti.”
William dio un paso hacia mí, colocando una mano en mi hombro. “Sea lo que sea, estaré cerca.”
Asentí, agradecido por su apoyo, mientras mamá giraba sobre sus talones para salir de la habitación. El peso de lo que fuera que mi abuela quisiera decirme ya se sentía demasiado, y el suave golpeteo de la lluvia contra las ventanas no ayudaba demasiado ante la inquietud que parecía dejar mis pensamientos abrumados.