New Angel

Harry Potter - J. K. Rowling
M/M
G
New Angel
Summary
Incluso antes de una luna llena larga y difícil, Remus sufre de alucinaciones y deseos extraños. Es que la mayoría son sobre Sirius.
Note
Para una mejor experiencia puedes reproducir el álbum de Niall Horan "Heartbreak Weather" : ) ¡Disfruta!

New Angel

I don’t know what’s best for me
but maybe it’s time
I need a new a angel
The touch of someone else to save me from myself

 

Remus tuvo una noche difícil. Es decir, independientemente de que haya sido luna llena, una en particular intensa, Remus ni siquiera pudo descansar cuando fue capaz de hacerlo.

Hay un pequeño gran detalle que no había compartido con sus compañeros, sus buenos amigos: Remus no estaba tan peleado con la Luna cómo podrían creer, no todo el tiempo.

Sí, le aterraba miserablemente, pero sólo le asustaba a Remus, al hombre a punto de romperse, el muchacho oculto bajo el árbol, el niño mordido. Era muy diferente con el lobo, para el lobo a veces era un Dios al cual alabar, otras una madre que lo abrazaba, otras una hermana de la cual cuidar toda la noche, lo que fuese, el lobo la encontraba siempre encantadora e indudablemente como fuente de adoración. 

Y por sobre todas las cosas…

—¡Rem! —gruñó Sirius en un susurro. 

Remus inhaló con fuerza, abriendo los ojos e incorporándose con brusquedad, manoteando como si hubiera estado debajo del agua. 

—Oye, oye, Lunático, estás bien, ¡oye! —continuó susurrando Sirius, subiendo por completo su cama. Intentó atrapar las manos de Remus pero solo consiguió mantenerlas frente a su rostro—. ¡Shh! ¡Shh! Estás bien, Remus, lo prometo. Respira. Aún no es luna llena, sólo era una pesadilla. 

Sí… es que no era una pesadilla. Era un sueño. Uno sobre él mismo, corriendo a cuatro patas por los bosques rodean su casa en Gales, se sentía tan real, tan feliz y libre; oh, y cuando llegó al famoso claro del que se han escrito leyendas mágicas, oh, qué mágico se sintió ver la grandeza y palidez de la luna, tan puesta para que el lobo pudiera aullarle toda la noche, y sin nadie alrededor para interrumpir su cántico. Era tan real y se sentía tan bien, que asustaba a Remus, al joven debajo del lobo.

—Lo siento —murmuró Remus, agitado y avergonzado—. Estoy bien, vuelve a dormir, Canuto. 

—Tonterías —resopló—. Quita, hoy compartirás tu cama conmigo. 

—Sirius, de verdad no es necesario…

—Lupin —sonrió Sirius, una sonrisa falsa y apretada—, te escuché hasta mi cama, casi dejas de respirar, no te voy a dejar dormir solo esta noche.

—Tu cama está como a cuatro pasos, Canuto —bufó.

No obtuvo más respuesta que Sirius manoteando sobre sus costillas para hacerle un lugar. Remus suspiró y se apartó hasta que ocupó un extremo. Sirius se metió en la cama, acaparó una simple sábana y cerró los ojos. 

—Te aventaré de la cama si me pateas —amenazó en voz baja y nada amenazante. Remus rió y también cerró los ojos.

—Gracias, Sirius. 

—Mhm. 

Para Remus, estas pesadillas se sentían tan reales y vivas, que estaba seguro de ser un lobo cuando abría los ojos. Nunca lo era. 

No entendía por qué soñaba algo así, mucho menos cuando apenas y lograba retener información cuando estaba en forma de lobo, ¿cómo era posible que pudiera sentir tal anhelo por la luna? Temía que la respuesta fuera más obvia de lo que se atrevía a indagar, y que tal vez se deba a que él, Remus, el hombre sin transformar, de alguna forma también se torne salvaje y genuinamente encuentre belleza en adorar a lo que le rompe los huesos cada vez. 

Faltan horas para la luna llena, Remus no soporta el dolor en su cuerpo, los pensamientos que se agitan en su mente sin orden, los sonidos distantes y los olores fuertes de su entorno. Así suele ser, excepto que esta vez es diferente; sí, le duele el cuerpo, sí, tiene muchos pensamientos sin sentido, pero no hay bullicio ni fuertes olores; no, hay una respiración a la par que la suya y olor amaderado, tal vez incluso humo de tabaco. 

Remus tiene que parpadear varias veces para despejar los pensamientos extraños de su mente, y, cuando finalmente puede ver y pensar con claridad, está seguro de que está soñando nuevamente, pero esta vez si se trata de él, de Remus. 

Sirius Black duerme frente a él. Con menos de la mitad del rostro aplastado contra la almohada, la sábana bajo la barbilla, el cabello desordenado, y tan, tan silencioso. Sólo se escuchan sus respiraciones, para Remus se escuchan como la canción de cuna perfecta para volver a dormir, pero no se quiere perder esta imagen ni in segundo.

Bueno, además de las pesadillas que son más sueños lobunos, Remus tampoco le ha mencionado a sus amigos que está un poco, muy, muy poco, enamoradísimo de Sirius. 

—¡Ey! ¡Arriba holgazanes! ¡Hoy es el día! ¡Hoy saldremos con Lunático! ¡Hoy seremos animagos fuera del castillo! —exclamó James desde su cama, rompiendo totalmente con su paz y aislamiento del sonido exterior con su griterio. 

—Carajo —masculló Sirius—. Ya te oímos, Potter, deja de gritar. Tal vez toda la torre ya te escuchó. 

A Remus se le olvida que se supone estaba dormido, así que debería tener los ojos cerrados, en cambio, Sirius le devuelve la mirada e inmediatamente sonríe apenado.

—Le diré que se calle, olvida que te molesta el ruido —susurró bajísimo, muy cerca de su rostro y tan, tan lejos al mismo tiempo. 

—Gracias —gesticuló imitando su sonrisa. 

Remus se sintió en una carrera por memorizar sus ojos antes de que saliera de su cama, pero Sirius no hizo el más mínimo intento por moverse. Se quedó ahí, compartiendo la mirada mientras sonreía. Casi que sabía que Remus intentaba memorizar sus ojos, y lo dejó hacerlo libremente. Hasta que se fue. 

—Basta, Cornamenta, harás que le explote la cabeza a Remus.

—¡Mierda! Perdón. Lo siento, Lunático.

—Todo Gryffindor lo siente —gruñó Peter, arrastrando sus pies fuera de la cama. 

—Lo siento, te veremos más tarde —prometió James, asomado entre las cortinas de su cama. Remus sonrió y le mostró un pulgar en alto. 

Remus iría con Madame Pomfrey, el día de luna llena era un poco más insoportable que la mañana después de ella. El lobo estaba literalmente a horas de salir, por lo que Remus se volvía hipersensible a todo tipo de cosas. Además, ¿cómo explicaría que come carne cruda en el Comedor frente a todos? No, Remus preferiría la seguridad de la enfermería, con pociones que aturden sus sentidos lo suficiente como para olvidarse del lobo hasta que fuera hora de irse. 

Entre las pociones de colores interesantes y los recuerdos de Sirius esa mañana, Remus se encontró dormitando la mayor parte del día, y, en consecuencia, olvidándose de estar preocupado por sus amigos, los que esta noche se colarían a la Casa de los Gritos con forma de animales para hacerle compañía.

Así llegó la puesta de sol, Pomfrey lo guió debajo del sauce, lo aseguró en la cama de la Casa de los Gritos, y se fue. El cielo oscureció lentamente y con ello empezó la transformación de Remus. 

El hombre se rompe y desarma hasta los huesos, transformando la piel y perdiendo la conciencia hasta que el lobo se encuentra construido y armado con fuerza en cada aspecto. Remus siempre imaginó que se aturdía por no poder ver la luna en todo su esplendor, y que por eso comenzaba a arañar todas las paredes, después se cansaría y creería que él tiene la culpa, así que se haría daño con sus propias garras. 

Esa noche es diferente. El lobo da traspiés hasta que puede llegar a la ventana bloqueada mágicamente con madera, no puede ver la luna. Un aullido desgarrador corta el aire, suena como un ruego para ser digno de verla, pero bien podría ser una disculpa por no ser capaz de ir tras ella. 

Y justo cuando está a punto de lanzarse en busca de una salida, escucha ruidos. Primero son voces, después son patas, cascos y chillidos. El lobo olfatea el aire, incapaz de reconocer al intruso, rabioso de que algo intente robarle la luna, amenazante con aquel que intente retenerlo. Pero entonces los ruidos se acercan y, sin alboroto, tres figuras entran a la habitación del lobo.

Tienen ojos brillantes a pesar de la oscuridad y dos son figuras prominentes, hay una diminuta que bien podría ser un roedor, las otras parecen ser un oso y un ciervo adulto. Sólo una figura avanza: el oso.

Excepto que no es un oso. Conforme avanza el lobo lo reconoce como un can, un perro de abundante pelo negro, cuerpo grande y ojos clarísimos. El lobo parpadea en su dirección. Hay algo ahí, en sus ojos y esa mirada baja que luce familiar. 

La fugaz imagen de un hombre atraviesa la mente del lobo, lo hace agitar tu cabeza con brusquedad y dar un paso atrás. Debería atacar, debería defender su territorio, pero en cambio, algo en esa mirada perruna le asegura que no están aquí para quitarle su lugar, el ciervo irradia seguridad y jamás flaquea, la rata chilla y se escurre, pero nunca se esconde. El perro, por otra parte, denota imágenes que requieren entendimiento mas allá del lobo, o tal vez es ese mismo entendimiento el que arrastra a un hombre de ojos clarísimos y cabello negro a la conciencia lobuna.

Esta noche, el lobo no se hace daño por estar atrapado y no poder aullar a placer hasta terminar arruinado, no, esta noche termina agotado de sus sentidos y la indudable presencia de las memorias del hombre habita.

Cuando sale el sol, el lobo se contrae y chilla bajito hasta que los lloriqueos se apagan y devuelven a un muchacho tiritando, tal vez de frío o tal vez de miedo. 

—Todo está bien, Lunático —susurró James, cubriendo el cuerpo de su amigo con una sábana—. Intenta descansar mientras viene Madame Pomfrey, ¿sí?

Peter extiende la capa de Remus sobre su cuerpo y le muestra un pulgar en alto antes de abandonar la habitación. 

Sirius se inclina a su lado y recarga el rostro en el piso para estar a la altura de Remus. 

—¿Quieres subir a la cama? —preguntó con voz ronca. Remus hizo un sonido negativo con su garganta—. ¿Resultó bien? ¿Te hiciste daño? 

—Debe descansar, Canuto —reprendió James. 

—Sólo mi cabeza —balbuceó pausadamente y con mucha dificultad, sin energía para abrir mover sus manos al punto donde su cabeza explotaría pronto. 

—Está bien, Poppy ayudará, iremos a verte más tarde —prometió Siris. 

—Hogwarts ya debería estar abierto —habló Peter desde alguna parte. 

Sirius cubrió su nuca con la capa y salieron de la casa de los gritos entre despedidas susurradas, traspiés, maldiciones entre dientes y risitas cómplices. 

De vuelta en el colegio, bajo toda clase de pociones y mantas calientes, Remus duerme y, sin previo aviso, sueña con la luna. 

La ve lejana y hecha pedazos, dividida por trozos de madera que no le permiten salir. Luego lo ve, Sirius en su forma de perro, acercándose con la cabeza gacha pero paso decidido; una vez que está frente a él, levanta la mirada y expone sus ojos clarísimos, inmediatamente deja de ser un perro frente al lobo y se vuelve Sirius en su cama, cerca de su rostro y los ojos tan claros. El sueño avanza como si fueran recuerdos dentro de un recuerdo. 

Y cuando despierta agitado pasado el mediodía, Remus está convencido de que no estaba soñando, sino que realmente estaba recordando la noche recién vivida. ¡El lobo conocía a Sirius! Es decir, pudo saber que era él. De alguna forma Remus le había compartido sus memorias de Sirius mientras era su turno de tener el control. 

—¡Ey, Rem! ¡Fue absolutamente increíble ! —gritó Sirius, desinteresado de estar gritando en la enfermería o mucho menos. 

Sí, Remus estaba de acuerdo: no lo podía creer. 

Pasó las siguientes fases lunares preguntándose si se volvería a repetir la siguiente luna llena, aprovechando cada instante que tenía los ojos de Sirius para él, y ansioso de los sueños lobunos. 

Hasta que llegaron, pero no fueron como la última vez. 

En su sueño, el lobo corría y corría con libertad bajo la luna, aullaba y aullaba, pero no parecía suficiente para sentir verdadero regocijo. Y entonces lo escuchó: un aullido nada lobuno, pero indudablemente perruno. El lobo alzó las orejas y corrió en su dirección. Llegó al claro místico de leyendas mágicas, y ahí, en el centro mejor iluminado por la prominente luna, lo esperaba un inmenso perro de brillante pelaje nego y ojos clarísimos. 

Cada paso que daba el lobo para acercarse difuminaba la imagen del perro y se volvía un hombre, regresaba al pelaje o retomaba el cuerpo humano; al lobo no podía importarle menos, sentía la urgencia de llegar ante su presencia. Cuando estuvo frente a los ojos grises clarísimos, fue una pata la que se elevó en el aire como saludo, el lobo aulló con júbilo y se echó sobre el pasto; la pata tocó su cráneo y nuevamente comenzó a difuminarse, a veces sentía una pata, otras una mano, pero siempre sobre su cabeza, siempre amortiguando las ansias por correr tras la luna que jamás se dejaba alcanzar. 

—Pst, pst, Lunático —susurró Sirius, dentro de su cama. Remus abrió los ojos, desorientado y abatido por abandonar su sueño—. ¿Estás bien?

—Eso creo —murmuró Remus, ahora consciente de la mano de Sirius en su cabeza, moviéndose sin sentido pero sintiéndose tan bien.

—¿Puedo quedarme aquí? —preguntó con la mirada en el techo—. No estoy teniendo una buena noche. 

—Seguro, Canuto —sonrió—. Pero si me pateas te lanzaré de la cama.

Sirius sonrió y le dedicó una mirada brillantísima a través de la oscuridad. 

—Parece justo. 

Remus vuelve a dormir con el corazón calientito y su mente corriendo tras un perro que se convierte en hombre y tiene ojos clarísimos; cuando despierta, son esos mismos ojos los que lo observan con una sonrisa adormilada.

—¿Listo para hoy, Moons? —preguntó bajito. 

—¿La verdad? Sí —aseguró con ojos chiquitos, completamente ajenos a que recién terminó de dormir—. Ahora sé que serà diferente. 

—Por supuesto, estaremos ahí —rió Sirius, como si siempre hubieran estado a su lado—. Y yo no te dejaré hasta que amanezca. 

—Lo sé. 

Contaba con ello, Remus y el lobo, que quizá siempre han sido uno solo, pero hasta ahora se han puesto de acuerdo para perseguir lo mismo, en la forma que sea. 

Las lunas llenas dejan de ser sobre la luna y se transforman en las noches con sus amigos, las travesías por el bosque, los aullidos en un grupo extraño, los ojos clarísimos de un perro juguetón y los roces de piel que se sienten por encima del pelaje, de la conciencia y el lobo. 

Remus desea que algún día puedan ser los hombres los que puedan rozar así sus manos. 

Y pronto lo serán.