
No Judgment
When you’re with me, no judgment
You can get that from anyone else
You don’t have to prove nothin’
You can just be yourself
—¡No vas a creer lo que tuve que pasar, Remus! —exclamó Sirius, con lo que una persona normal catalogaría como voz dramática, para Remus era sólo el tono habitual de Sirius.
—¿Algún primo bebió de la copa incorrecta? —se burló el castaño.
—Ja, ja —resopló—. ¡Esto es serio, Lupin! ¡De vida o muerte!
—Tus últimas visitas han sido de vida o muerte, Sirius, disculpa si no me tomo tan en serio tal afirmación.
—¡Pero esta vez es real! —gritó escandalizado—. El viejo Alphard está a punto de morir.
—¿El de los zapatos blancos? —intentó recordar Remus, no muy seguro si ese era Alphard o tal vez lo confundía con Cygnus.
—¡El mismo! —asintió frenético—. Alguna gripe o mujerzuela, da igual, madre dijo que era un mal merecido. El buen Alphard era todo un conquistador, debiste ver sus fotografías de hace veinte años, lucía como todo un…
—Sirius…
—¡Sí, sí, lo que sea! Al parecer está a punto de morir, y mi padre, como buen administrador de bienes, decidió echarle un vistazo a su testamento por si había algo que no lo hiciera válido. ¿Y qué crees? ¡Soy su heredero! —gritó con ojos bien abiertos y voz aguda, perdiendo toda la compostura con sus movimientos exagerados.
Bastó con que Remus le lanzara una mirada a su cabello, apenas desordenado, para que Sirius parpadeara y lo arreglara inmediatamente mientras murmuraba disculpas.
—No hace falta que mantengas tu imagen impecable, Sirius —le recordó Remus, con su sonrisa más amable—. Eso fue algo bastante impactante, no te juzgo por estar aturdido ni mucho menos.
Sirius alisó su playera y relamió sus labios, considerando sus siguientes palabras. Remus lo dejó, aunque se habría conformado con el griterío inicial.
—No puedo verlo —dijo en voz baja—. Al principio ni siquiera sabía que él estaba enfermo, ¿sabes cómo lo averigüé? Por la mamá de James. Fui a su casa hace dos días, y me devolvió con galletas para el tío Alphard. Y cuando se lo mencioné a mi madre dijo que Alphard ni siquiera querría comerlas. Ayer mi padre comentó que tendría trabajo gracias a Alphard Black, y hoy estábamos en la hora del té cuando masculló que yo era su heredero —suspiró—. Lo ví con mis propios ojos, Remus. Dice mi nombre.
—¿Y por qué no puedes verlo? —preguntó Remus—. ¿Que no vive solo?
Entonces Sirius osciló entre la compostura y el deseo de volverse un torbellino, Remus pudo ver con claridad el debate en su mirada, parecía una tormenta.
—Se lo llevaron —declaró sombríamente—. Está encerrado en algún lugar que mi madre no me quiere decir. Dijeron que se había vuelto peligroso o algo así. Pero no es cierto.
—¿Por qué lo dices?
—¡Él estaba bien! —gritó—. ¡Yo lo ví! ¡Toda la familia lo vio! ¡Toda la maldita sociedad de renombre lo vio! ¡ÉL ESTABA BIEN! ¡ESTABA VIVO!
—Sigue vivo —se atrevió a interrumpir Remus, impasible ante los arrebatos de Sirius—. Tu lo has dicho y, además, el señor Black no se habría tomado la molestia de ver si había alguna corrección si ya hubiera muerto, habrían ido directamente a por la lectura.
Sirius respiró agitado sobre su asiento, furioso y quizá temeroso. Asintió después de unos minutos de silencio, todavía indeciso de qué emoción dejar al frente.
—Tengo que verlo, Remus. Tengo que saber cómo, por qué. Por qué yo.
Remus observó el par de ojos de acero, los que alguna vez le parecieron fríos y distantes, ahora parecían augurar una catastrófica tormenta, en el mundo real y en su propia mirada. Sus ojos estaban cristalinos y reflejaban con intensidad la desesperación que todo su cuerpo se esmeraba por esconder.
—¿Puedes averiguar dónde está? —preguntó sonando resignado, Sirius frunció el entrecejo pero asintió—. Bien. Vuelve cuando lo sepas, yo me encargo del resto.
Sirius parpadeó en su dirección, dejando caer un par de lágrimas en el acto. Se limpió con propiedad y sin vergüenza, entonces le sonrió y se lanzó a sus brazos por un abrazo.
—No sé qué haría sin tí, Remus.
Enloquecer, sin duda.
—Anda, no hay tiempo que perder.
Sirius asintió y salió por el mismo sitió por el que apareció: su ventana.
Remus conoce a Sirius de toda la vida, en serio, viven a sólo una cuadra de distancia, sin embargo, esa cuadra es suficiente para que sus mundos reflejen un abismo de diferencia.
En el lado de Sirius se encuentran las casas enormes, de muchos pisos y jardines impresionantes, esos que salen en revista y cambian el corte de los arbustos cada temporada; allá también estás las personas denominadas “de alta sociedad”, quienes son cercanos a los consejeros, diputados, senadores y algunos hasta juran ser cercanos a la mismísima corona inglesa. Frecuentemente hay banquetes, subastas, cenas, comidas de jardín, fiestas de todo tipo y campañas políticas.
En el lado de Remus hay casas de máximo dos pisos, jardines de tres metros con algunas florecillas cultivadas y mantenidas por los dueños; ahí viven buenas personas, trabajadores, estudiantes y amas de casa, son muchos los que trabajan en oficinas prestigiosas, pero muy pocos los que comparten un lugar prestigioso dentro de ella. Frecuentemente hay reuniones familiares en el patio, juegos de niños por las calles, autobuses escolares en las esquinas, y fiestas en las salas de cada hogar.
Cuando Remus vio a Sirius por primera vez ni siquiera sabía que venía de la otra cuadra, él solo vio a un niño correr tras otro mientras gritaban cosas sin sentido. Remus los observó porque no podía creer los cabellos que veía: uno de los niños parecía haber estado corriendo contra el viento, su cabello estaba disparado en todas las direcciones, pero no parecía preocupado por ello; y el otro niño tenía el cabello largo, es decir, ni siquiera podía ver sus orejas, y era tan liso. Remus se había preguntado si eran hermanos.
Pasaron alrededor de ocho años para que finalmente pudiera hablar con Sirius. Esos años habían transcurrido sin ninguna interacción más allá de las constantes carreras entre los dos muchachos y Remus observando desde algún lugar. Pero ese día en realidad era una noche, Remus estaba terminando algunos detalles de su ensayo para ingresar a la universidad cuando el árbol frente a su ventana comenzó a moverse, y de un momento a otro había un brazo delgado y pálido dentro de su habitación.
—Amigo, ¿te importaría darme una mano? —preguntó el muchacho de cabello largo y ojos grises—. Te juro que soy un buen tipo, no robaré ni nada, solo…
—¡BLACK! —gritó alguien desde la calle.
El muchacho medio colgado de su ventana miró en dirección a la voz antes de volver su mirada suplicante a Remus.
—Ese es mi hermano, por favor, por favor, déjame entrar.
Y Remus lo dejó.
—¿Estás metido en algún problema? —preguntó cauteloso, inseguro de a quién rayos había dejado entrar a su habitación.
—Yo no lo llamaría problemas —rió él—. Sólo invité a algunas personas que mi hermano no quería a su fiesta de cumpleaños, y ahora que se han ido todos… pues quiere ahorcarme o algo así.
—¿Necesitas que llame a tu casa? ¿A tus padres?
—¡No! Mierda, no, mi madre seguramente cancelará mi mesada hasta que sea mayor de edad —farfulló—. Soy Sirius Black, por cierto, vivo en el número doce de la otra calle.
—Oh, pues, soy Remus Lupin y… vivo aquí.
La carcajada silenciosa y los comentarios fascinados sobre su decoración fueron sólo el inicio de su amistad, una en la que Sirius siempre prefirió trepar hasta su ventana en lugar de usar la puerta porque “Con todo respeto, Lupin, pero se desatarían guerras si la persona incorrecta me ve atravesando tu puerta”, “¿Y mi ventana no?”, “Bien podría ser un delincuente o tú un cualquiera, los chismes me dan lo mismo”.
Remus y su habitación eran algo así como la casita del árbol de Sirius, quien constantemente aparecía con dramas ridículamente ridículos como para que Remus se preocupara por que la policía apareciera en su puerta. “Remus, llevé un perro a casa y mi padre lo devolverá a un albergue”, “Cancelé el pedido de bizcochos de mi madre para la hora del té, creo que me correrá de la casa”, “Regulus está amenazando con delatar mi calificación en francés, no logré conquistar a mi profesor”, “La tía Druella me vio besando a alguien detrás del colegio, van a desheredarme”, “Creo que mi prima Andrómeda tiene una aventura con el jardinero, supongo que la van a echar de casa”. Para Remus esta era la hora del té: un buen chocolate entre sus manos y el último y más absurdo drama de la vida de Sirius.
Era divertido y no tenía quejas, siempre ha sido un chico de casa y Sirius aparentemente siempre ha sido un chico de problemas minúsculos. Realmente no le importa si Sirius cree que el mundo entraría en guerra si alguien lo ve a su lado, no es como que esté súper enamoradísimo en secreto de él y se muera por poder salir tomados de la mano o gritarle a esta parte de Londres. Nop. Remus es muy feliz con su peculiar hora del té.
Oh, pero esta vez no tanto. Esta vez hay algo en su pecho que sabe que este drama es serio, que ni siquiera es un drama, es una verdadera situación en la que Sirius necesita apoyo, un apoyo que definitivamente no le dará su familia, y quizá James Potter tampoco se lo pueda ofrecer, por aquello de pertenecer a la alta sociedad y repeler los conflictos de familia y bla, bla, bla.
Remus puede hacer eso. Él siempre ha estado aquí para escuchar y jamás para presenciar un desenlace adecuado, esta es su oportunidad de expandir su apoyo a algo más que burlas, abrazos, consejos o silencios comprensivos.
—¡Lo tengo! ¡Parece que está en un loquero!
—Sólo es una casa de retiro, Sirius —resopló Remus, nada impresionado de escuchar tales palabras desde su ventana, ¡por fuera!
—Lo que sea, ¿ahora qué? —preguntó ansioso.
—Ahora programamos una pequeña visita a nombre de alguien más importante que tú —sonrió Remus, tecleando frente a su computador la dirección que Sirius gritó a toda la manzana.
—No hay nadie más importante que yo —bufó el pelinegro.
—Para la sociedad a la que perteneces, querido Sirius, me temo que no eres tan relevante como percibes —rió—. Descuida, sólo necesitamos el nombre de alguien más viejo que nosotros.
—¿Y cuando se encuentren con dos tipos tan guapos como nosotros?
—Entonces cerrarás la boca, me dejarás hablar y me seguirás la corriente —enumeró Remus, claramente con una advertencia implícita en cada orden. Sirius resopló y asintió a regañadientes—. Bien, andando.
—¡¿Ahora?!
—Sí, Sirius, ahora, tomará unos minutos llegar allá.
—Pero… —dudó mirando alrededor—. No llevo ropa de hospital —susurró avergonzado.
Remus no sabe si reír o abrazarlo.
—Es una casa de retiro —repitió con una pequeña sonrisa—. Y te aseguro que nadie ahí se fijará en tu ropa, mucho menos Alphard, ¿no crees?
Sirius parpadeó indeciso hacia sus zapatos antes de inhalar con seguridad y asentir.
—Bien —asintió con renovada convicción.
—Andando —repitió Remus, cruzando una pierna por la ventana.
—¿No irás por la puerta? —preguntó entre curioso y divertido.
—¿Para que mis padres pregunten a dónde rayos voy así vestido? —se burló Remus, con su mejor sonrisa malicioso y falsa mirada escandalizada—. ¡Ni hablar!
—Ja, ja —resopló Sirius—. Búrlate cuánto quieras, mi madre te colgaría con tus propios calcetines por usar ese suéter.
—¿Qué tendría de malo mi suéter?
—Es demasiado café.
—No me jodas —Sirius le sonrió y se encogió de hombros.
—Vamos, el viejo Alphard podría estar muriendo.
No, no está muriendo. El absurdo plan de Remus de fingir que Sirius era un hijo perdido de Alphard Black se vino abajo cuando el mismísimo Alphard gritó: —¡Sirius Black! ¡Muchacho del demonio! ¿Cómo has dado conmigo?
El anciano pero muy bien conservado hombre los saludo desde un bonito camastro a la orilla de una piscina. Remus consideró que el lugar era en realidad un hotel más que una casa de retiro para ancianos.
—Mis padres dijeron que estabas muriendo —exclamó Sirius, con ojos brillantes y la sonrisa más aliviada jamás vista por Remus.
—¡Qué va! Eso desearían esos infelices —rió—. Pero te tengo que confesar, muchacho, en realidad yo inicié el rumor de la prematura y repentina muerte del viejo Alphard Black.
—¿Por qué harías algo así? —murmuró escandalizado.
Remus se sentía tan confundido, pero tan emocionado por estar presenciado un drama de primera mano, casi podría reír.
—Oh, bueno, sabes que la gente habla, hijo. Llegó a mis oídos que los Black estaban intentando reunir toda la fortuna, bienes y cacharros para un sólo heredero —suspiró con fastidio—. Y tú sabes que yo nunca he estado de acuerdo con sus locas ideas, no promuevo las peleas, mucho menos por dinero, y pues… a sabiendas por todo el mundo que no tengo ningún hijo… se podría estar formando un complot hacia mi persona.
—¿Quién podría hacer tal cosa, tío? ¿Quién se atrevería a…?
—¡La pregunta es quién no, muchacho listillo! Esas personas se vuelven unas verdaderas serpientes si de fortuna se trata —se carcajeó, como si no estuviera insinuando un atentado contra su vida de su propia familia—. Así que me adelanté. Hice mi testamento. Me encargué de entregárselo a la persona adecuada y después sólo tuve que mencionar una gripe muy fuerte en la última reunión a la que asistí, la sociedad hizo lo suyo y lo convirtió en un verdadero chisme. ¡Mi muerte, ni más, ni menos!
Remus se sentía tan fuera de lugar. Sentado frente a una casa de retiro lujosísima, en un camastro bastante cómodo, con un hombre que presuntamente estaba al borde de caer muerto y un muchacho a punto de heredar su fortuna, quienes reían a carcajadas y limpiaban sus consecuentes lágrimas.
—Sobre eso, tío Alphard… —suspiró Sirius, posiblemente reuniendo el valor para finalmente preguntar: —¿Por qué me nombraste como tu heredero?
Alphard sonrió con lo más parecido a la dulzura que Remus pudo apreciar antes de imitar el suspiro de su sobrino.
—¿No es obvio, muchacho? Siempre has sido como un hijo para mi, de entre todos esos Black, tú eres el único que parece un poco más cuerdo —rió—. Me refiero a que… nunca te han importado cosas tan banales al nivel que el resto de ellos. Tu entendiste que ese no es el punto de vivir. Y no se me ocurre alguien mejor para aprovechar la vida con la fortuna que deje atrás, como sé que ciertamente lo harías tú.
—¿Eso crees?
—¡Por supuesto! —sonrió—. Además, apuesto que mi hermana quedará calva de los nervios —rió—. Siempre ha temido que huyas de casa y dejes tirado su legado.
—Una verdadera tragedia —se mofó.
—Exacto, ni se te ocurra algo así —susurró Alphard, guiñando un ojo, como si con ello pudiera invalidar su declaración. El hombre enderezó su espalda y le sonrió con renovado orgullo—. Tal vez, una vez que yo muera y tengas un poco más de libertad económica puedas hacer lo que realmente quieres, sin complacer a nadie.
—No me gusta pensar en que mueres, tío…
—¡Tonterías! Es inevitable, y te garantizo que aún falta para ello. Pero cuando suceda —continuó—, sería encantador bailar en mi tumba porque por fin vives lejos de esa calle. Tal vez con este atractivo muchacho —sugirió con una sonrisa ladina, involucrando a Remus por primera vez en la conversación.
—Uh, le pido perdón, señor Black, Sirius y yo…
—Sí —interrumpió Sirius, mirando a Remus y chocando sus hombros con una sonrisa—. Eso sería algo que me encantaría hacer.
Alphard les guiñó un ojo y prácticamente los echó entre risas y promesas de no morir pronto, pero con el recordatorio de que no era necesaria su muerte para tener una cita o algo más colorido.
—Te dije que mi tío era genial —rió Sirius, tomando la mano de Remus entre la suya.
—No lo habría dudado, Sirius.
—Sólo espero que no lo juzgues por lo que dijo —mencionó después de un rato en silencio—. No tienes por qué hacerle caso a un hombre que bien podría estar delirando.
Remus observó su perfil, dudoso y pensativo, pero completamente hermoso y… perfecto.
—Me sorprende que, después de todos los años que nos conocemos, todavía creas que te juzgaría por algo, Sirius —respondió con voz baja, divertida y nada acusatoria.
Sirius le devolvió la mirada y se encogió de hombros.
—Esta vez no se trata de cómo luzco, Remus, eso sobre lo que siento y… lo que soy —declaró lentamente.
Remus sonrió y apretó su mano con cariño.
—Sigue sin importarme —insistió—. De hecho, con tus dramas personales o sin ellos, espero que alguna vez cruces mi ventana sólo para besarme.
Sirius sostuvo su mirada por los segundos más largos de la historia antes de mostrar una sonrisa de oreja a oreja y asentir frenético.
—De hecho, podrías hacerlo justo ahora, Sirius, no me importa si esta no es tu ropa de besar —se burló Remus, bajito y contra su oreja.
—Que sepas que no tengo algo tan absurdo como ropa para besar —resopló—. Pero si tengo una impresionante forma de besar y sería catastrófico que tus vecinos te vean tan aturdido y desaliñado.
—Ese es un ego impresionante.
—No, no, iremos a tu casa, subiremos por esa ventana, te besaré hasta que no sientas los labios y entonces hablaremos de ego —planeó con una sonrisa arrogante. Se detuvo frente a Remus, cerca de su rostro, cerquísima de sus labios—. El que llegue al último tomará el té sin pastel —susurró antes de besar sus labios fugazmente y salir disparado a la calle contraria de su casa.
Remus rió sobre su lugar, dudando si debía mencionar que él no acostumbraba a tomar té, y mucho menos a hacerlo con pastel.
No importaba, no le interesaba. Él sólo quería llegar a casa y terminar tan aturdido y desaliñado como Sirius había prometido.