
Merecer o Desobedecer
Lily.
Las cosas nunca resultaban como quería. Tal vez porque su vida estaba planeada, de pies a cabeza, como seguir los pasos de una lista. Lista que quería escupir, sumergir en combustible y luego arder en llamas. Mil veces hasta que sus propias manos se quemaran. Porque simples quemaduras no dolían, no cansaban como la vida que estaba viviendo.
Se suponía que así vivían las mujeres, casadas antes de ser mayores de edad con un desconocido, pero, ¿a quién le importa? Porque es rico. Dinero, dinero y dinero. Lily estaba harta del dinero.
El mundo se mueve con dinero. Monedas, billetes, objetos valiosos y una mierda. Pero su propio mundo carecía de sentido y no lo solucionaría con dinero.
—Los pobres se casan por amor.
Le dijo su madre cuando le anunciaron su compromiso. ¿No debería ser al revés? ¿Yo anunciándoles mi puto compromiso?
Pero protestar con paredes históricas no llevaba a ninguna parte. Así que sí, las cosas nunca resultaban como quería. Nada nada nada.
Era una sola cosa la que deseaba, que anhelaba. Y reducirlo a "una cosa" era demasiado cuando hablaba de libertad. Había encontrado una forma de vivirla. Durara lo que durara, estaba dispuesta a intentarlo. Descubrirla.
Había una cosa que deseaba y Lily esperaba que por una vez, resultara bien. Porque desde que se había casado, ya no podía pensar solo en sí misma. Pensaba en dos, por dos. Y no lo haría si no apreciara a su marido como lo hacía.
—Sirius.
Últimamente hasta dormía con la cabeza apoyada en su escritorio, llena de libros y su cuaderno forrado en cuero. De vez en cuando se preguntaba cómo su mano seguía con movilidad después de escribir durante horas.
Lo envidiaba un poco, por haber encontrado una forma de distraerse y disfrutar al menos algo de la vida. Lily había probado con muchas cosas, desde pintura hasta costura, y aunque era bastante buena en ambos, ninguna la satisfacía. Pero Sirius, Sirius parecía vivir en un paraíso constante.
—¡Sirius!
El mencionado giró la cabeza, provocando que varios mechones de cabello negro se le escaparan del moño que se había hecho por la mañana. La mañana. Ya son las nueve de la noche . Lily se acercó para acomodarlos, sonriendo a pesar de que Sirius le acarició un brazo y luego se refregó los ojos con cansancio.
— ¿Qué hora es? —bostezó.
—Tardé. Ya prepararé la cena.
—Iré en un momento.
Detestaba cocinar, por ejemplo, y había días donde prefería quedarse con la ornalla. Era por la noche donde la soledad se sentía. Cuando corría las cortinas y los faroles iluminaban la oscuridad. Los días solo pasaban. La misma vista, la misma casa, las mismas personas y siempre lo mismo.
También detestaba que por las noches Sirius se sintiera tan cansado que apenas hablaba. Estaba en una especie de trance. Por el día no actuaba de esa manera, así que suponía que la noche los mataba a los dos de nostalgia y mucho pesar.
A Sirius le gustaba actuar, así que no estaba segura de que algunas cosas no le molestaran con la misma intensidad. Porque si lo hacía, no lo demostraba.
—Está bueno —comentó, masticando un bocado. Lily corrió su vaso para verlo mejor y levantó las cejas.
—Está malo.
Él se encogió de hombros, decidiendo si las encimeras eran más interesantes para ver, o si quizás la mesa en sí.
—¿Reg se comunicó? —preguntó.
—No, dejó la correspondencia hoy por la mañana, pero no me fijé su remitente.
Sirius sacó de la canasta que funcionaba como centro de mesa las cartas que habían dejado en el buzón. Eran unas cinco, las cuales se suponía que debía responder lo más antes posible por amabilidad, pero a Lily no le importaba demasiado.
Leyendo rápidamente, su esposo se concentró en un sello rojo y luego levantó la mirada, con los ojos más sorprendidos que Lily le había visto jamás.
—¿Tu hermano?
—No, no... —con una sonrisa un poco maníaca ya la vez confundida, sacó su contenido. Parecía más bien una nota de solo una cara, que a pesar del sello elegante, no parecía serlo demasiado. Esperaba paciente, pero Sirius parecía leer los párrafos las veces que fuera posible.
Ella se inclinó sobre la mesa, examinando si no estaba pasando sus límites de convivencia, y luego miró aquel sello. ¿Teatro Lúmina?
—¿Qué es esto?
—¿Eh?
Lily alzó el papel.
—Oh, yo... he intentando llevarles mis escritos al Teatro de la ciudad para ver si eran... buenos —carraspeó, rascando nerviosamente su cuello.
—¿Y respondieron?
—¡Sí, les gustaron! No fue sencillo, quiero decir, básicamente les rogué al menos dos veces para que me dieran una oportunidad. Ninguno de ellos quiere creerle a los adinerados, ¡Ja!
Aquel "já" careció de gracia, y pareció hundido en desgracia. Una desesperación en sus ojos grises que Lily comprendió de principio a fin. También había una especie de alivio en ellos, supuso que por lo que acababa de leer. Y Lily encontró su alivio en sus propios ojos al presenciar la desesperación de su compañero. Tal vez...
Tal vez...
Sirius debió reírse genuinamente para que reaccionara. Se perdía con facilidad los últimos días. Decidiendo que la envidia solo aumenta la infelicidad y que en realidad, al menos él merecía algo de la libertad que ella buscaba, sonriendo y presionando su brazo con cariño.
—Felicidades, Sirius.
—Gracias, Lils. ¿Brindamos?
La risa que le brotó fue verdadera.
Black buscaba cualquier excusa, cada cierto tiempo moderado, para beber juntos. Y podría ser que eran sus mejores momentos del matrimonio, acostados en los lados opuestos del sofá, con sus pies en su regazo y sus mejillas coloradas como su cabello, suelto como un abanico. El de Sirius, sin embargo, estaba hecho un desastre y su ropa arrugada del día. Tenía esos ojos pícaros, graciosos, con la comisura de su boca levantados. Así, daba un aspecto bastante divertido, aunque para algunos probablemente bastante loco.
—Por un momento pensé que actuabas —dijo, estirándose para pasarle la botella. Él se rio y ella sonriendo—. Te veo haciendo, ¿sabes? Le gustas a las personas, ¿me vas a decir que nadie pidió que actuaras?
—Me odiaban por ser descartado al preguntar si yo , alguien con la vida resuelta, podía ser parte. Ni siquiera sé cómo funciona el carajo —bebio. Lily iba a aprovechar la oportunidad, pero él la siguió—. Pero no estabas equivocada. La señora del vestuario me confundió y comenzó a medirme los hombros para la vestimenta. Dijo que nunca había pasado por allí "¡un actor con belleza inigualable!" y comenzó a hablarme de su sobrina, una dama con habilidades culinarias.
—Tengo competencia, ¿acaso? —bromeó.
—¡Oh, caballero, mira ese cabello! ¡Mi sobrina odia los zapatos, lo que es bueno considerando que usted es bajo y ella muy alta!
Lily le pasó la botella mientras se reía abiertamente.
— ¡Ella está enamorada de un hombrecillo, feo como las mentiras!
Imitó empalagosamente la voz, levantando el cuello para hacer gestos dramáticos. Pero luego se presionó la nariz cuando comenzó a ahogarse con su saliva. Tomó algo de alcohol y fue peor, hasta que con un par de golpes en su pecho y varias muecas, pudo calmarse.
—Pensé que me saldría por la nariz, uf —respiró hondo. Levantó la ceja cuando Lily estaba apretando sus labios y moviéndose en silencio—. ¿Te estás riendo? Estuve al borde de la muerte, Lily.
Ella estaba un poco ebria. Todo parecía gracioso.
—Cuidado. Tanto desinterés podría llevarme a aventurarme con la sobrina de piernas largas —dijo.
Lily se sentó, tomándose su tiempo para calmar la risa absurda y poder hablar.
—¿Otra más?
—Eres mi única mujer, Lils —bebió.
—¡Pufff!
Se sumergieron en un silencio agradable. Se había acostado de nuevo, golpeando rítmicamente su pie al compás de los silbidos de Sirius, ya relajado.
Así lo había conocido, lleno de sarcasmo, mal humor por su vida, pero con una lealtad y complicidad genuina con las personas que lo merecían. Le gustaba bromear, sacar sonrisas.
Complicidad.
Complicidad.
—¿Sabes? Serie un buen pirata.
—¿Pirata? ¿Qué me delata? —bromeó—. Podría probar la actuación algún día, supongo. Actuar lo que escribiste debe ser ...uff . Pasame la mierda.
Ella gimió con pereza, obligándolo a estirarse por su cuenta para buscarla.
—Siempre Shakespeare y Shakespeare —añadió—. Es bueno. Trágico, romántico, irónico y mezcla lo que sea, un ambiente oscuro, pero mi cabeza... ¡es un libro! Necesito simplemente... sacar mis escritos. La gente quiere algo nuevo. Yo quiero algo nuevo.
—No me refería a la actuación.
—¿De mis escritos?
—No, Sirius —suspiró, pasando saliva—. Hablaba de la piratería. Serie un buen pirata.
Sirius se rio, jugando con el borde del pico de la botella.
—No sé absolutamente nada de eso.
—Tampoco de los escritos, pero lo haces.
—Recibí educación, Lils.
–¡Podrías aprender! Sé y sabes que eres muy inteligente.
—Espera, ¿de verdad hablas en serio? ¿Piratería?
Ella lo miró fijamente, sentándose mientras lo hacía. Luego ascendió, porque necesitaba demostrar, con sus fuerzas, que hablaba en serio.
—Tu cabeza, sientes que va a explotar, ¿no?
—Por los escritos. Tengo muchos personajes, muchos diálogos. Las ideas, por...
—La mía va a explotar con esta idea. ¡Con esta vida! ¡Siento que la estoy desperdiciando! Siento no, ¡se que lo estoy haciendo! Me paso días y días, hace años , encerrada aquí sin hacer nada que valga la pena. Nada que me llene.
Sirius parecía pasmado, mirándola e intentando descubrir en qué momento decir algo.
Siempre es el momento, Sirius, siempre, maldita sea. Pensó.
—Quiero ser pirata, Sirius.
—¿Hablas de escaparte? ¿Sola?
-¡No! ¡Contigo si aceptas! ¿Qué vas a hacer cuando pregunten por mí? ¿Dirás que morí? ¿Cómo lo comprueban? ¡¿Y mis padres?!
—¡Ja! Estás bromeando. No voy a irme, Lily.
—¿Por qué no? ¿Qué carajos hay aquí, eh?
—Esto —alzó la carta. Se la había guardado en el bolsillo desde la cena. El pedazo de papel los rodeaba como un fantasma malvado, bajo la percepción de Lily, deseando quemarla.
—Tú estás bromeando —respiró.
—¿Sabes lo que me costó conseguir la oportunidad? ¡Y semanas y semanas escribiendo!
—¡Lo sé, rogaste y rogaste! ¡¿Pero qué vas a hacer cuando no funciona?! ¿O cuándo se cansen de que a un rico, TUS palabras, le vaya bien? ¿Cuándo aparece un intruso, Sirius? ¿Cuándo pasa de moda? ¡No sabes si eres Shakespeare! Tal vez no perdurarás jamás!
—¡No detesto nuestra vida! ¡No tanto como tú!
Lily apretó los dientes, sintiendo picor en los ojos por la frustración. Tanto tiempo deseando decirlo, para que simplemente...
Gritar. Gritar. Gritar. Morder . Y lo único que sentía era su pecho aguantando por llorar.
—Me levanto cada mañana —inhaló—, y no hago absolutamente nada. Intento ser productivo con cosas que ni siquiera me gustan. Tú hallaste algo, pero yo no, y eso me está matando.
—Tal vez solo no lo haz descubierto —dijo, mirándola solo un momento.
—Ni siquiera es solo eso, ¿sabes que amo a alguien más? ¿Que hice una lista de cosas que deseo hacer?
—Sabes que no me importa que veas a alguien más...
—¡No es así como quiero que sea! ¡No... no quiero seguir aquí! ¿Y si lo mío es estar sobre un barco?
Sirius la miró, juntando las cejas.
—No sabes nada sobre eso. No puedes saberlo. ¿Y qué harías? Es una locura.
—¡Conozco a piratas! No les importa que me una, y me han estado enseñando sobre algunas cosas —en realidad solo es un pirata— . Será una aventura.
—Que podría acabar en la muerte.
—Crees que prefiero morir acostada en este sofá?
—Lily...
—Sirius… planeé. Y lo único que me queda es tu aprobación, porque no quiero dejarte solo. No por ti, si no por la complicación de eso —dijo, acercándose lo suficiente para apoyar su mentón sobre el respaldo del sofá, a poca distancia de su rostro.
—Esta es la vida que deseo —una vez más, la carta voló y cayó sobre ambos. Lily, con una decepción evidente, la tomó con su mano y la arrugó, secándose las lágrimas con la mano sobrante. Sirius parecía rígido, no por la carta, si no por la reacción—. Lo siento, Lily, pero...
—Cállate, por favor.
—Hallarás lo que haga tu felicidad, podrás...
Con movimientos rápidos, se puso de pie y se marchó a la habitación.
Sirus.
Miró la puerta del Teatro a unos cuantos pies de la escalera, solo para apreciar la amplitud de la estructura y la bonita arquitectura vieja. No usando su dramatismo habitual, porque a esto lo sentía de verdad. Un cosquilleo profundo recorriendolo de arriba abajo. Escalofríos intensos y la impulsividad necesaria para prácticamente correr hacia dentro.
Es lo que hizo literalmente , ignorando la rigidez de sus zapatos que le rogaban que no corriera porque desgastaría la zuela y perdería lo brillante.
Lo de última moda, reflejo de un estilo barroco, lujoso y caracterizado por su atención al detalle. Era lo que lo había retrasado en primer lugar; Chaqueta larga y ajustada, de un rojo intenso y TEATRAL , con bordados blancos y dorados, combinada con un chaleco a pedido personalizado. Con cada capricho y propio de una billetera gorda.
Debajo, calzones que le llegaban a la rodilla, acompañados con medias de seda, de la más suave que se ocupaba de ordenar cada noche antes de irse a dormir.
Sobre su cabeza, nunca optaba por usar pelucas. Eran demasiado comunes . Él prefería destacarse. Una cabellera negra y no muy rizada, contraste de las cabezas blancas y empolvadas, poco suaves.
Pero de vez en cuando, como en estas ocasiones, disfrutaba usar un sombrero tricornio, con el detalle de una pluma en su exterior porque aquello le recordaba a su propio disfrute: escribir por la noche.
De color rojo, porque combinar piezas era importante.
Estaba consciente de que para su pasión artística, su estatus lo menospreciaba por los mejores artistas. Dinero, dinero, dinero , Lily siempre lo decía.
Pero a Sirius no le molestaba en lo absoluto vestir lo más extravagante del armario. Le destacaba su belleza natural y como artista frustrado, sobrevivía de la atención. Aunque fuera por su exterior y no por sus pensamientos.
Como sea , eso podía cambiar. El primer paso estaba hecho. Lo había agotado tanto que estaba pensando en dedicarse por su cuenta. Al principio, lo molestaba que era a pensar en dinero , en que su reconocimiento se debía a eso. Pero cuando las oportunidades e ideas se iban acabando, ya no le importaba. De verdad que no. Pero, de repente, la carta llegó a sus manos. Y allí estaba, paseando hacia los escalones del escenario, con las luces medio apagadas. Producto de su esfuerzo.
No había fechas de funciones, porque acababan de finalizar después de unos cuatro fines de semanas consecutivas, así que estaban en proceso de creación y no de actuación. Los actores, quienes siempre ganaban por número, no estaban. Así que siendo pocos, se sintió más confiado y se dirigió con gracia a donde había ido cada vez a rogar.
Lo recibieron dos hombres, una especie de directores en conjunto. Escribían, dirigían y lo miraban con peste. Al principio. Ahora, Sirius olvidó sus sutiles burlas de ataque e insultos cuando lo saludaron con más ánimo de lo habitual.
Lo hicieron sentarse en una pequeña mesita llena de cosas, pero su atención vagó hasta que se centró en sus propios papeles que había dejado hacía dos semanas, al menos.
Estaban llenos de borrones, reconociendo que algunos suyos, y otros no. Aquello le provocó una reacción impulsiva, levantando una ceja a quienes lo miraban.
—Es una buena historia —dijo Fletcher, quien daba más presencia—, mucha ficción, aventura y pasión. Tienes un don para las rimas, ¿cómo decía, Tom? —se dirigió a su compañero, que juntó sus manos.
—"Cuando la pasión acaba, se desnudarán nuestras verdaderas almas. Porque sé que acabará pronto, lo hará cuando el sol se oculte y la luna ilumine nuestro pesar cohibido" —citó.
—Desabrido.
—¿Cómo?
—"Nuestro pesar desabrido", no cohibido —corrigió.
Aquel Tom se rio, apuntándolo.
— ¿Qué coño significa esa palabra?
—Significa...
—Como sea, amiguito —interrumpió Fletcher—, la historia de amor acaba bien. Luego de mucho sufrimiento de arrepentirse salvan su relación, ¿por qué?
—¿Por qué qué ? No fue de repente, pasaron por muchas cosas antes de que...
— ¿Por qué después de mucho sufrimiento, haces que valga la pena? —preguntó.
—Al público le gusta la tragedia, los amores prohibidos. Vienen aquí para burlarse de la desgracia del mundo, para identificarse. Encontrar un sitio en este mugroso lugar, ¿comprendes? —siguió Tom.
—¿Estás seguro de que eso es lo que le gusta? ¿O es simplemente lo que están acostumbrados a ver? —cuestionó Sirius—. ¿Por qué no darle una dosis de felicidad si vienen a deprimirse?
Algo de ello le recordó vagamente a Lily.
Anoche.
Anoche.
—Porque debe ser entretenido, y si la felicidad no es su lugar, no les importará en lo absoluto —respondió Tom.
—¿Haz visto quiénes vienen? —preguntó Fletcher.
—¿Qué quieres decir?
—Ricos, ¡vienen ricos! —saltó—. Gente miserable que viene a reflejarse en los personajes más cuestionables para simplemente justificar sus acciones. Engaño, desamor, deseo impuro, cada cosa que sea pecado, amigo.
Sirius no estaba seguro de qué respondió.
Estaba molesto, escudriñándolos a ambos y pensando si debería arrancarles los ojos o arrancarse a sí mismo las orejas.
—Eso es absurdo —respondió, acomodándose en el poco espacio apretado de la mesa. Un caballero nunca pierde los estribos cuando se le está burlando. Por supuesto que había golpeado a personas por menos que esto, pero esto , lo que estaba frente a sus ojos, era su oportunidad.
—Entonces ¿qué haces aquí?
—Me respondieron en una maldita carta.
—Eres un asqueroso adinerado miserable e infeliz —continuó Fletcher—, por eso estás aquí. Esa es la respuesta.
— ¿Entonces por qué carajo me llamaron?
—Esta mierda es buena —dijo Tom, alzando sus papeles—, muy buena, pero el amor no funciona, no esa clase de amor. No es polémico, no es mentiroso. Es absurdo y aburrido.
— ¿Les acaban de romper los corazones? —se burló, pero Fletcher le desarrolló una mirada parecida.
—Debes adaptarte al público, sacar y adivinar lo que guardan los idiotas de la sociedad. Estoy felizmente casado, pero eso no es algo que ustedes experimenten, ¿o sí? Tienes amantes, ¿verdad? Ese jugo es lo que buscan ver, sin sentirse apenados. Son lo suficientemente narcisistas para esperar que unos actores retraten su vida frente a la ciudad.
—Fletch quiere decir que ocuparemos la historia, pero que cambiaremos lo que ves rayado. Será una historia de amor diferente —dijo Tom—. Creería que luego de lloriquear como un maricón, aceptarás la propuesta suertuda que ofrecemos.
Sirius estaba enfurecido, y siempre había sido malo ocultándolo y quedándose en silencio y quieto. Pero al apretar las hojas en sus dedos mientras las sostenía, el papel cortó su pulgar y aquello fue suficiente para que leyera las modificaciones.
En el pasado, en momento de crisis, había jurado que no le importaba modificar nada si eso significaba que su historia serviría para algo.
Allí estaba, la oportunidad. La historia no se centraba en la historia de amor, estaba lejos de eso, pero después de mucho sufrimiento, ¿la pareja acabaría mal? Eso sonaba pesimista en su máximo esplendor. Realista, puede ser. Pero la ficción no se supone que lo sea. ¿Hace cuántos años todo es tragedia? ¿Diez? ¿Veinte? ¿Más? ¡Basta!
El esfuerzo no daba frutos, eso estaban diciendo.
Se lo había dicho a Lily, que si intentaba buscar, hallaría lo que le apasionaba. A sí mismo, que algún día funcionarían sus escritos (¡lo hicieron!). Y estos hombres, los mismos que lo habían dicho, le estaban demostrando lo contrario al aceptar su creación.
Pero la sociedad, claro.
—Podemos oír los engranajes trabajando en tu cabeza —se burló Fletcher—. ¿Aceptas o no?
—Sí —suspiró, culpándose por sentir una brisa de emoción pese a la molestia.
Tom sonrió, con dientes de tiburón.
Después de una extensa charla sobre muchas cosas a la vez, de la cual intentó concentrarse y no recordar lo anterior, salió sintiéndose aireoso pero pesado, con un compromiso. ¿Hace cuánto no tenía un compromiso? Tal vez con sus amantes (¡ven a verme mañana, cariño!), pero nunca los cumplía a menos que estuviera en aprietos.
De camino a casa, ya oscureciendo un poco, Eddie Stevens lo detuvo. Un hombre que vivía cerca, de su misma altura y partidario de las pelucas horrendas. Su rostro era tan afilado y majestuoso que quedaba bien incluso con ellas. A Sirius le gustaban sus tiempos a solas, pero le costaba relajarse.
Tenía una inmensa curiosidad por saber de qué color era su cabello y poder peinarlo con sus dedos.
—Black, ¿ha oído algo sobre su hermano? —preguntó después de saludarlo.
—No, no, ¿usted?
Regulus Black, su hermano menor, y Eddie Stevens, eran amigos hacía un tiempo. Regulus diría "no somos amigos, solo conocidos", y Sirius lo odiaba por eso, porque de serlo, iría más seguido a su mansión. También lo odiaba por la preocupación genuina del hombre hacia él, sabiendo la despreocupación de su hermano por Eddie.
Pero con Regulus todo era unilateral, nada mutuo.
—No —sacudió la cabeza—, y sospecho que pudo haberle pasado algo, ¿a dónde dijo que iba?
—No estoy muy seguro, pero ya sabe, por su trabajo a veces es impredecible —algo frío lo recorrió, un miedo que le apretó la garganta. Eddie pareció notar su cambio de voz, y se mostró pensativo.
—Mencionó que no demoraría demasiado, que era algo de último momento, lo recuerdo —dijo con pesar—. Nunca llega luego del día que dice.
—¿Te dice qué día volverá? —maldito.
—A veces, un aproximado. Pero le pasó algo, ¡seguro que le pasó algo! —Sirius pasó saliva, con la garganta más apretada. Eddie se desilusionó, con una especie de desesperación plasmada en su rostro.
—¿Tú crees?
Sirius había sido protector con su hermano pequeño desde siempre, pero al casarse, mudarse lejos y acostumbrarse a los largos viajes de Regulus, dejó de sentir preocupación.Tan preocupado, al menos. Pero con esto, con alguien más pensando lo peor, ¿cómo podía no desesperarse?
Casi saltó cuando Eddie le puso una mano en un hombro, comprensivo.
—Por favor avísame si sabes algo. Y si regresa, pídele que me busque —pidió. Sirius se perdió un momento, encandilado, pero luego asintió, pensando en muchas cosas a la vez. En Regulus, Regulus, Regulus.
—Lo haré. Cuídate.
—Lo mismo digo, Black. Hasta luego.
Su caminar un poco rígido le recordó a su hermano.
Carajo.
Lily, si algún día volvía a dirigirle la palabra, le diría que fuera a dónde Regulus trabajaba. Lo que sería buena idea si realmente Regulus lo hiciera. La verdad sobre él estaba cubierta por miles de mentiras, unas sobre otras, mantenidas únicamente por él y sus padres (hasta donde sabía). Con su naturaleza, era muy difícil saber si estaba bien, en peligro o sin vida.
La única solución prefería saltarla. Hablar con sus padres era mucho peor que arriesgarse a intentarlo de otra manera. ¿Pero qué otra manera había?
Mientras caminaba, recordó los detalles posibles.
Regulus pocas veces era detallista con su vida, y a su vista, vivía dos. Tanto arriba como abajo. Vivían cerca pero no se veían más que dos veces por semana. Y en el océano, Sirius no sabía absolutamente nada. Solo que habían más como él y que se acompañaban como una manada.
Varias veces, cuando era más pequeño, sintió celos al saber que su hermano pequeño estaba mejor en el agua que con ellos. Sumándole que quedarse solo significaba convivir con su madre.
Y...
Ella era un monstruo.
Intentó no pensar en eso (aunque fue imposible) mientras se acercaba a la puerta de la casa. No su casa, si no la casa vieja. La de su infancia. La que prefería no ver nunca más.
Sus pies lo habían obligado a ir hacia allá, con solo la esperanza de saber sobre Regulus.
Tembló brevemente mientras su mano golpeaba con la madera. Era una mansión, enorme y lleno de oscuridad. Llena de muerte. Tan grande que daba vértigo recorrerla. Tan fría que en invierno morías lentamente mientras dormías.
Era una pesadilla.
La puerta se abrió a los minutos, primero por una sirvienta, e inmediatamente apareció detrás su madre. Una mujer de mirada severa y peligrosa, llena de rabia. Le mostró una de sus sonrisas falsas, perturbadas y peligrosas, acercándose al borde para que no ingresara.
—Querida madre —se burló. En general, descargaba su odio. Ahora, buscaba mantenerse lo más posible al margen—, siempre es... nuevo verte.
—¿Qué buscas?
Tenía una oportunidad. Porque aunque odiaba admitirlo, Sirius estaba en sus garras. Aún. Después de años y años. Seguía casado como ellos querían, y siendo un rico idiota como le impusieron.
—Quería hablar con mi padre.
—¿Por qué?
—Es sobre Regulus.
Con un gesto, quiso pedirle pasar, y para su sorpresa, ella cedió pero cerró la puerta apenas pasó, casi arrancándole alguna parte.
Sonó con fuerza y sus pulseras cosquillearon cuando señaló hacia adelante por el primer pasillo.
Siempre faroles, amarillos que no alumbraban nada.
—¿Qué sucede con él?
—No aparece. Él... no aparece.
—Te enseñé a expresarte cuando era necesario, así que hazlo —ordenó, obligándolo a sentarse en el primer asiento disponible de la primera habitación.
—Se fue al océano y no regresó —dijo, casi mordiéndose los labios.
Al momento apareció Orión Black, su padre. Hombre difícil, pero menos demente, y con una mirada destrozadora. Lo miró como los del Teatro, pero reaccionó, probablemente por primera vez en su vida, cuando le explicó la situación.
—Necesito que me ayudes —decirlo dolía justo en sus promesas, en sus recuerdos, en cualquier imagen de él apretando los dientes en las superficies de la mansión. Pero Regulus. Nada importaba más que Regulus en ese momento, cuando estaba sintiéndose más paranoico—. Necesito que...
—Te oí —interrumpió Orión. Odiaba que al mirarlo, se viera a sí mismo; mismo cabello (aunque mucho más corto) y los mismos ojos grises (menos perturbados). Y a pesar de que la forma del rostro afilado y los labios perfectos se debían a su madre, la mirada de su padre era lo que hacía que se reflejara. Lo odiaba porque lo que menos deseaba era ser como él.
—Irresponsable —añadió su madre—. Debiste venir antes, ¿hace cuánto se marchó?
Eso es mentira, pensó. Si hubiese ido antes, quizás no le habrían dado la suficiente importancia, conociendo la independencia de su hijo menor.
—Siete días, madre.
—Siete —repitió su padre, negando con la cabeza. De repente, se levantó del asiento y azotó la puerta al salir. Con una mirada bastó para que Sirius comprendiera que debía seguirlo detrás de su madre.
La mansión de los Black estaba léjos del resto del mundo, del pueblo y de sus habitantes, pero intencionalmente cerca de un río. Un lugar pintoresco pero muy oscuro por la noche, con la única iluminación de la luna. Él solía ir de pequeño, verificando si había heredado lo que se suponía que debía. Deseando descubrirlo por la noche así por la mañana podía acompañar a Reg en sus aventuras, con su supuesta familia del océano.
Nunca pasó.
Y por eso dejó de ir.
Recorrieron al menos diez minutos hasta que se detuvieron en esa parte de su infancia. Era injusto que se embelesara al ver lo azul, las piedras y su sonido calmante. Admiraba el océano como un museo de arte. Observarlo solía cautivarlo, y se sentía una maldición porque no podía hacer nada más que aprender a nadar en él. Mantenerse arriba y no hundirse. No mirar más allá bajo ninguna circunstancia.
Hacía demasiado tiempo no veía una transformación, y de todos modos, a Regulus dejó de gustarle que lo viera hacerlo en la adolescencia. Por eso, y más razones, cuando los pies de su padre se convirtieron en una cola exhuberante y su piel cambió de color, se sorprendió por la impresión.
Luego, inexpresivo, su padre nadó hacia la profundidad y desapareció, dejando al agua en un ritmo constante pero más rápido.
Sus ojos se encontraron en el reflejo junto al rostro de su madre, detrás de él. Luciendo inexpresiva, acostumbrada al cambio. Todavía, después de varios años, no sabía si ella estaba resignada por su naturaleza, por no convertirse en sirena al pisar el agua, como su esposo. Sirius había salido a ella, y en vez de haber sido comprensivos, fueron lo opuesto. Por supuesto que su relación deteriorada no se debía solo a eso. Sirius no lo recordaba, pero probablemente desde siempre, desde que comenzó a defenderse y defender a su hermano.
Pero el océano era algo sin resolver. Una pieza complicada que lograba deprimirlo y, al mismo tiempo, adorarlo como una moneda de oro. A veces sentía como si una pizca de la magia marina estaba en alguna parte de su cuerpo, pidiendo salir y, al no poder hacerlo, pudriéndose de deseo y adoración debajo de su piel.
Pero eso era imposible, porque después de veinte y dos años, su contacto con el agua seguía siendo como siempre. Solo pies. Solo un humano.
—Si lo fueras, podrías ser parte de esto y no recurrirías a nosotros —dijo su madre, de repente, haciéndolo saltar.
—Tampoco lo eres, ¿no? —murmuró, apretando los dientes.
—Si hubieras aprendido a nadar...
—Lo hice. Lo hice.
—Pero no lo suficientemente bien, no más de lo que deberías.
—¿Querías que muriera ahogado? —espetó, girándose para verla de frente—. Ja, seguro que sí.
—No uses ese tono.
Sirius se mordió la lengua esta vez, alejándose lo suficiente del agua para que su padre no lo asaltara cuando regresara, aunque si lo hiciera sería apropósito, ya que podía ver. Estaba bastante seguro de que ninguno de los dos quería tocarlo, de todos los modos. Un hijo insoltente, malcriado , no debe ser querido.
No obstante, su padre no apareció hasta casi quince minutos después. Apenas salió del agua se convirtió nuevamente en un hombre, sin escamas, sin cola ni nada extraordinario. Todavía mojado, se acercó a Sirius.
—Está en peligro