
Cuando los Mortifagos finalmente le ponen las manos encima, él ya no quiere pelear.
—Si tan solo no fueras la única alimaña que sigue con vida...
Y él sabe a que se refiere la voz masculina detrás de la máscara plateada.
Un sangre Sucia como él nunca había tenido un lugar en el mundo que Lord Voldemort rige.
Tal vez, si lo hubiera tenido, hubiera intentado adapatarse, prosperar, subsistir, sobrevivir.
Pero no era el caso.
Alguien de su edad, que ya había superado la adolescencia y poseía tan asquerosa sangre, no podía esperar más que una muerte en batalla, mientras intentaba luchar contra las personas que amenazaban su vida, con la esperanza de tal vez huir y tener la oportunidad de poder vivirla.
Pero él no era solo alguien.
Era el último miembro de la Resistencia que quedaba en toda Irlanda. Seamus se había encargado de que así fuera.
Porque mientras se deja arrastrar por los Mortifagos, mientras se deja poner barrotes en pies y muñecas (Llenos de Runas antiguas que probablemente impedían el flujo de su magía), mientras escucha las burlas y el asco de todas esas personas. Él solo puede pensar en Seamus.
Seamus, quien le había mirado directo a los ojos y le había acariciado el pelo, oscuro como noche sin luna, y lo había obligado a vivir.
"Le prometí a la tía que ibas a vivir.... Dean, al carajo con esto. Solo quiero que seas feliz".
Y lo siguiente que supo fue que una orbe de magía lo encerro. Permaneció en la seguridad de la esfera flotante que vibraba con la magía de Seamus. Una orbe que lo protegió cuando el edificio se derrumbó. Una orbe que solo se deshizo cuando el dueño de la magía murió, Dean no lo vio, y la culpa de agradecer no tener tal recuerdo le retuerce el estómago.
Seamus sabía que nunca se hubieran molestado en intentar reformarlo, no era un Sangre Pura. Pero Seamus también sabía que, tras la caída de otro edificio de la Rebelión, siempre quedaba un rehén.
El ultimo mago en pie tras la batalla sería arrastrado por los Mortifagos, ¿Adónde? Nadie en la Rebelión lo sabía. Claro que las intenciones no eran difíciles de suponer, no cuando pocos meses después otra de las bases de la Rebelión era encontrada y acabada hasta los cimientos.
Ahora se había convertido en una norma para los miembros que, en caso de ser obvia la derrota y no hubiese posibilidad de escapar sin ser seguido de cerca por los Mortifagos, ingirieran un veneno incoloro e indoloro, y se llevasen los secretos de la organización a la tumba.
Dean todavía podía sentir, como un peso mucho mayor de lo que verdaderamente era, el dige de piramide contra su pecho, cuyo interior conservaba aún su propio veneno mortal. Una cadena hechizada, que nadie podría quitarle sin asesinarlo.
Pudo haberlo bebido cuando sintió resquebrajarse la magía que hacía física la esfera. Cuando sintió el silencio de una batalla perdida y solo vio escombros a su alrededor, con figuras negras hacercandose a la distancia. Estando completamente rodeado.
Pudo haberlo hecho. Pero no lo hizo.
El dige de piramide una vez le perteneció a su madre.
Oh. Mamá.
Su dulce Madre Muggle que huyó de Londres hasta Irlanda, el único país de toda Gran Bretaña que no había cedido a Voldemort, cuando se dio cuenta de que su hijo no era igual a los del resto del vecindario. Una mujer que tuvo la suerte de conocer a los Señores Finnigan, un par de semanas antes de que el Sr. Finnigan, Muggle como ella, fuera asesinado.
Ella, que tuvo sus ultimos momentos de vida en los brazos de Seamus, a quien crío junto a Dean desde que la Sra, Finnigan cayó ayudandolos a huir, todavía cuando Dean y Seamus no tenían 7 años.
Ella, que le había suplicado a Seamus por la vida de Dean.
Seamus, quien se había despedido hace unas horas de Dean, sabiendo que moriría.
Mientras Dean es arrojado bruscamente a una celda fría, en una mazmorra a la que Dean no tiene ni idea de como llegó, porque simplemente no se sentía capaz de prestar atención a algo más que sus propios pies. Dean sabe que no podrá tomar ese maldito veneno.
¿Cómo podría, cuándo las dos personas a las que más había amado murieron rezando por su vida?
Así que incluso si esta vida esta apunto de llenarse de torturas, Dean supone que tendrá que soportar el dolor hasta que alguien más se encargue de matarlo.
Busca ira. La ira que hiela la sangre y calienta la mente. La ira que da paso al odio y al rencor. Los sentimientos que sabe, debería estar sintiendo.
Quiere sentir repudio por los hombres que lo pusieron en esa celda. Quiere sentir rabia por el régimen que lo sometió toda su vida. Quiere tener la misma mirada que Seamus a poseido por años.
Pero lo sabe, incluso cuandl ha intentado negarsell una y otra vez. Si se unió a la Rebelión, lo hizo por Seamus.
Se impulso en el odio profundo que se reflejaba en la mirada de Seamus cada que siquiera se mencionaba a los villanos de sus vidas.
El mismo nunca había deseado con comoleta csinceridad que Voldemort fuese derrotado.
Si había anhelado algo todo este tiempo, eso había sido paz. La capacidad de darle la espalda al problema que tenía el mundo y simplemente vivir.
Seamus también lo sabía, por eso Dean no podía evitar lamentar que, pese a todo, su destino estuviese ligado a esta sucia celda, en mano de carceleros a los que nunca pudo odiar con suficiente fuerza.
En Rencor debería ser algo fácil de tener.
Y mientras el pensamiento cruza su mente, Dean desconoce que, para la mayoría de gente, el Rencor es de hecho algo fácil de poseer.