Remus Brazil

Harry Potter - J. K. Rowling
F/M
G
Remus Brazil
Summary
Nada de esto me pertenece, todo se atribuye a JK Rowling, Terry Gilliam y cualquier otra idea de otro autor se atribuye a ellos si lo demuestran. Pero no los sueños porque nadie tiene derecho a gobernar sobre ellos. Y este fanfic es basura.
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Bellatrix

Azkaban, 1993

El frío la mordía hasta los huesos. No el frío del invierno, ni el de la humedad que calaba a través de la piedra mohosa de su celda. Era un frío peor, uno que nacía de dentro, un hueco negro en su pecho que ningún abrigo podría llenar.

Años. Años de nada.

Los Dementores habían pasado hacía poco. Se sentía vacía, helada por dentro, pero ya no los temía. Después de tantos años, el dolor se volvía un compañero, un amante cruel al que aprendes a soportar.

Y ella estaba acostumbrada a ser poseída por cosas crueles.

No hablaba. No gritaba. No clamaba por su maestro como solía hacerlo, como solían hacerlo los otros leales a la causa. No había necesidad.

Él volvería. Siempre lo supo.

Pero hoy... hoy no pensaba en eso.

Hoy solo miraba.

El mundo más allá de las rejas se había convertido en un eco lejano, en un recuerdo que se disolvía como tinta en el agua. Pero ella no lo olvidaba.

No olvidaba su miseria.

No olvidaba su odio.

Cada segundo en Azkaban era una maldición que se repetía sin cesar, un torbellino de resentimientos y rencores que la ahogaban más que el aire pesado y enrarecido de su celda.

Odiaba a su familia.

Odiaba el apellido Black, esa asquerosa tradición de sangre pura que la encadenó a un destino que nunca quiso. Odiaba a sus padres, a su hermana Narcissa con su perfecto matrimonio con Lucius Malfoy, pero sobre todo odiaba a Andrómeda.

Andrómeda, la cobarde que huyó.

Andrómeda, que tuvo la vida que Bellatrix había soñado en su juventud.

Tenía amor. Tenía un hogar. Tenía una hija.

Un nudo ardiente se formó en su estómago. Bellatrix también pudo haber tenido una hija.

Podría haber tenido una familia.

Pero su hijo murió el mismo día en que la convirtieron en una bestia de Voldemort.

El día en que Remus Lupin la dejó para pudrirse en su infierno personal.

Se rió, pero era un sonido seco, hueco, sin alegría. Ese fue el día en que murió Bellatrix Black y nació Bellatrix Lestrange.

La bruja loca. La devota. La perra de Voldemort.

Las lágrimas le quemaban los ojos, pero no las derramó. Ya no era una mujer que lloraba.

Su odio no era solo por su familia.

Odiaba al lado luminoso, a todos esos hipócritas que hablaban de piedad y justicia mientras la señalaban como monstruo. ¿Acaso no habían hecho lo mismo que ella?

Odiaba a los Longbottom.

No porque les deseara mal, sino porque los había envidiado demasiado.

Frank y Alice eran felices, tenían una vida, un hijo, un amor que nunca se rompió.

Por eso, cuando tuvo la oportunidad de destrozarlos, fue más allá de lo necesario.

Y si era sincera consigo misma... les había hecho eso porque quería que sufrieran como ella sufría.

Pero lo peor de todo... lo que la consumía cada noche cuando la oscuridad la rodeaba...

Odiaba a Remus Lupin.

Lo odiaba con cada célula de su cuerpo.

Lo odiaba porque la abandonó. Porque la miró con frialdad cuando él era el único que alguna vez la había visto como algo más que un peón en el tablero.

Lo odiaba porque cada vez que cerraba los ojos, podía sentir su piel contra la suya.

Lo odiaba porque todavía lo amaba.

Porque él había sido su única verdad antes de que la convirtieran en esta ruina de mujer.

Y esa era la contradicción más hermosa y más triste de todas.

—¡YO NO FUI! ¡LA RATA! ¡LA RATA LOS TRAICIONÓ!

El grito hizo que su cabeza se alzara.

Desde otra celda, Sirius Black desvariaba.

Bellatrix ladeó la cabeza, observando el espectáculo.

La estrella caída.

Sirius Black, el heredero, el rebelde, el que lo tenía todo y lo tiró por la borda por jugar a ser un Gryffindor más. Ahora no era más que un saco de huesos cubierto de harapos, un espectro de lo que pudo haber sido.

La estrella que debió ser la más brillante de su generación, reducido a un harapo humano. Igual que ella.

Y lo odiaba por eso.

Lo odiaba porque era lo que Lupin había sido para ella: un traidor.

Pero Sirius no gritaba por culpa, sino por desesperación.

Clamaba por su inocencia.

"La rata los traicionó."

Bellatrix cerró los ojos.

Sirius hablaba de Pettigrew.

Pettigrew.

No Lupin.

No su Remus.

Un escalofrío le recorrió la piel.

Fudge llegó dos días después.

Se rió, condescendiente, y deslizó un periódico a través de los barrotes.

—Oh, Black, qué miserable estás —murmuró en la oscuridad, con una media sonrisa torcida—. Qué bajo has caído.

El crujido de las botas del Ministro la sacó de su ensimismamiento.

Cornelius Fudge entró con su escolta, pero no vino por ella.

El bastardo venía por Sirius.

Bellatrix lo observó en silencio mientras se detenía frente a la celda de su primo, sacando un pedazo de papel doblado. No dijo nada de inmediato. No tenía que hacerlo.

En lugar de palabras, Fudge dejó caer el periódico al suelo, justo a los pies de Sirius.

La llama de una linterna parpadeó sobre el papel amarillento, revelando una foto en movimiento.

Los Weasley.

Una familia numerosa y ruidosa, todos juntos en Egipto, sonriendo con despreocupación. Pobres, pero libres.

Bellatrix sintió el cambio en Sirius antes de que él siquiera se moviera.

El silencio que se hizo en la celda fue espeso. Denso. Como el aire antes de una tormenta.

Sirius se quedó inmóvil, sus ojos clavados en la imagen. Sus labios se separaron apenas, como si tratara de formar una palabra y no pudiera.

Ahí estaba.

La rata.

Bellatrix vio cómo su primo empezaba a temblar. Su respiración se volvió errática, sus manos crispadas en puños sobre sus rodillas.

Fudge sonrió. Lo estaba disfrutando.

No necesitaba decirle que incluso la familia más pobre tenía más libertad que él. No tenía que decirle que era un perro enjaulado mientras el mundo seguía adelante sin él.

Sirius ya lo sabía.

El Ministro solo estaba aquí para saborear el momento. Para beber de su sufrimiento.

Bellatrix no desvió la mirada.

Observar el dolor ajeno era una distracción tan buena como cualquier otra.

Pero entonces, algo cambió.

Sirius dejó de temblar. Sus manos se aflojaron. Un nuevo brillo apareció en sus ojos.

Y Bellatrix se dio cuenta.

Esto no era desesperación.

Era decisión.

Un escalofrío le recorrió la espalda.

Porque en ese momento, entendió que su primo iba a escapar.

Y ella...

Lo seguiría.

No porque lo quisiera. No porque lo perdonara.

Pero porque estaba cansada.

Cansada de la piedra húmeda, de los Dementores, de la monotonía de la miseria.

Cansada de seguir un guion que no había escrito.

Si Sirius iba a salir... si iba a buscar a Harry Potter...

Entonces ella también iría.

Porque ayudarlo significaba joder a Dumbledore.

Y si algo le quedaba de vida, lo único que quería hacer era ver el mundo arder.

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