El crisantemo bajo la orquídea

魔道祖师 - 墨香铜臭 | Módào Zǔshī - Mòxiāng Tóngxiù
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El crisantemo bajo la orquídea
Summary
Wei Ying, dama de compañía y protectora de su mejor amiga en el harén imperial, se enfrenta a diversos obstáculos que pondrán a prueba los límites de su lealtad al Clan que la crío.A pesar de sus habilidades como guerrera curtida en una familia de herreros, pronto descubre que las intrigas palaciegas requieren astucia más que fuerza. En su camino se cruza Lan Wangji, una princesa imperial rígida y disciplinada, enviada para doblegar su rebeldía. Lo que comienza como un constante choque de voluntades se transforma en un vínculo complejo cuando Wei Ying, inesperadamente, gana el favor del emperador.
Note
Hola, mientras veía mdzs por vigesima vez luego de ver un adorable documental sobre la ciudad prohibida en Pekín, inevitablemente se me cruzó la maravillosa y angustiante idea de wangxian enamorandose en un harén. Con la habitual cantidad de angustia y autosacrificio de wwx.Además, me parece interesante cambiarle el género a todos los personajes posibles.(Mi hiperfoco en leer cantidades insanas sobre la antigua china resultó en que sepa demasiado sobre eso y aún así esto sea historicamente incorrecto)
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Amor a primer acorde

 

 

—Despierta de una vez, Wei Ying. Esto no es Muelle del Loto. Aquí, mi padre no te va a dejar dormir hasta el mediodía.

 

Los restos de su agradable sueño fue sacudido de su sistema con los familiares y para nada agradables gritos de Jiang Cheng sobre su pobre oído. Se estiró, asemejando a los gatos que había visto, y se volteó para darle la espalda, sin dar señal alguna de despertar, por el puro placer de molestar a la otra mujer.

 

—Más vale que te levantes ahora, tenemos una visita imperial en menos de un shí chén. [1]

 

En menos de un parpadeo, la doncella saltó fuera de la cama e inició a buscar su mejor vestidura. Corrió en círculos, descartando las vestiduras con hilos deshilachados y lanzandolas a las esquinas.

 

—¡Mierda! Se supone que debo ayudarte a preparar —maldijo la sirvienta al elegir la túnica exterior más sencilla. Era fácil de atar, pero la que Jiang Chen le había prohibido usar por el decoro—. No te preocupes, te puedo hacer un peinado con el pelo suelto mientras las doncellas te pintan. Yo puedo esconderme aquí hasta que la visita termine y entonces…

 

—Si dependiera de ti, ya habría muerto hace muchos años. —Jiang Cheng se cruzó de brazos y Wei Ying la escaneó. Ya llevaba sus ornamentos más decorativos y un maquillaje prístino que como cualquier día, era arruinado por el ceño fruncido de la mujer—. No puede ser que sea yo quien te despierte a tí. Me preparé y tomé el desayuno sin tí. Eres una perezosa, no sé porque no te despido.

 

Sin que Jiang Cheng la viera, exhaló aliviada.

 

—Porque soy la única que puede protegerte en este lugar abandonado por dios —se burló Wei Ying, con la seguridad de no haber echado a perder la oportunidad de la consorte. Ella suponía que hasta la hora de la reunión llegara, alcanzaría una apariencia decente que no avergüence al pabellón del Loto.

 

—Si, no es como si mi látigo fuera suficiente para derribar a algún imbécil.

 

La herencia del Clan Meishan Yu era algo a tener en cuenta antes de enojar a cualquiera de las mujeres de ese linaje.

 

—También hago tu trabajo sucio —bufó Wei Ying. Volvió a rebuscar entre sus vestiduras para elegir que usaría.

 

—Solo recoges los mensajes, y no quiero recordarte que dejaste que alguien te descubra —bufó la noble—. El verdadero héroe es quien traspasa los picos de estas montañas sin que nadie lo vea.

 

—Eres tan mala, ya es bastante aburrido que yo tenga que vivir aquí para siempre —se quejó Wei Ying, antes de crispar sus labios en el puchero que ella sabía que irritaba a su señora. Luego, estiró la mano, recogiendo la única caja de su tocador, una cosita de madera que apenas era más grande que un libro. Bien, allí estaban sus tesoros familiares.

 

—¿No piensas en casarte?

 

—Odio mucho el clima de este lugar, pero entre dedicar mi vida a algún hombre apestoso o ser una dama de palacio, la elección es más sencilla de lo que crees. —Wei Ying dio golpecitos al suelo, molesta al no poder usar la cinta roja (de su madre) ni sus aretes de acero (de su padre), supuestamente indignos de alguien bajo el cuidado de una Jiang. Medio molesta, cerró la caja y en su lugar extrajo la indumentaria que se le exigía—. Tú eres a quien de verdad deseo custodiar, aunque tenga que soportar estos presuntuosos adornos.

 

Que sí, la mayoría de gente desconfiaba de cualquier promesa que saliera de su boca, gracias a los trucos astutos que solía usar para conseguir descuentos en los puestos de comida. Sin embargo, nadie fue testigo de cómo la lealtad se implantó sobre sus propios huesos a lo largo de todas las temporadas en que los Jiang la acogieron. A ella, una simple extraña que era la hija de un linaje que servía al Clan Jiang.

 

Ni mucho menos alguna alma imaginaba lo feroz que fue la dama menor de la casa al salvarla de una jauría de perros rabiosos y traerla a cuestas sobre su propia espalda, sin importar el poco decoro que eso destilaba.

 

De no ser por su propio deseo de no extinguir el apellido de su familia y el de la señora Yu de no estar emparentada con ella, Wei Ying habría podido ser adoptada en el clan Jiang poco después de la muerte de sus padres.

 

—Sabes, si en verdad lo deseas, puedes usar ese listón rojo. Es una molestia escuchar tus suspiros, como si te estuviera obligando a comer tierra en lugar de usar joyas de jodida plata. Es de mucha calidad, ¿sabes?

 

Wei Yin se volteó a verla, con la cabeza ladeada sobre su hombro derecho y sus dientes asomados en su característica sonrisa. De verdad, con lo pésimo de la combinación del rojo y el morado, Jiang Cheng no debería permitirlo. Tan extasiada como estaba, se acercó para enjaular a Jiang Cheng entre sus brazos. Cuando las emociones la sobrepasaban, su cuerpo se movía solo para desahogar su felicidad con contacto físico. Así era ella, pegajosa con quienes amaba.

 

—¡Eres tan dulce! En el fondo, eres una hermana muy sentimental. Yanli estaría orgullosa de lo bien que nos hemos estado llevando.

 

—No olvides que tienes que estar presentable, así que deja de abrazarme.

 

—A todo esto, ¿Su Alteza Imperial al fin se dignó en verte?

 

Eso sería increíble, pues el tiempo del Emperador era tan escaso que una visita diurna era una proeza que nadie, además de Qin Su, había logrado. Aún si los resultados médicos sobre la fertilidad de Jiang Cheng no eran concluyentes, tener el favoritismo la ayudaría a sobrevivir hasta que concibiera.

 

—No. Si ese hubiera sido el caso, la mano derecha de Meng Yao habría hecho el anuncio.

 

En ese caso, tuvo una esperanza sin fundamentos. O tal vez no. La visita de alguien de los Lan, podría implicar que el Emperador se fijó en alguna de las flores del palacio y lo habría transmitido a alguno de sus familiares.

 

—¿Fue la emperatriz viuda?

 

—No, tampoco fueron algunos de sus eunucos o damas.

 

—Eso es extraño, los medios hermanos del emperador están dispersos por todo el país ¿quién va a venir? ¿El infame canciller Lan Qiren? ¿el adicto a las reglas?

 

—Debes leer las malditas reglas que mencionas, ningún hombre no castrado puede ingresar al harén. Él nunca va a frecuentar este lugar.

 

—¿Entonces quién?

 

—Te voy a meter el árbol genealógico imperial por tus siete agujeros —gruñó Jiang Cheng, apoyándose intencionalmente sobre la pila de libros que Wei Ying no había estudiado—. Es obvio que la princesa imperial nos va a visitar.

 

—¿Uh? ¿No todas están casadas ya?

 

Jiang Cheng le lanzó dos libros, uno le pegó directo en la coronilla y el otro cayó a sus pies, abierto en medio de un diagrama interesante sobre el Clan imperial. Allí se veía mucho el apellido Nie, en cuestión de consortes.

 

¡Ahora recordaba! No todas las mujeres de la familia imperial habían sido entregadas a las familias más influyentes del país. Al parecer, olvidó a la flor más atesorada y escondida del palacio interior.

 

—¿La segunda Jade de los Lan? ¿La pequeña hermana menor más querida? ¿La belleza fría que batalla contra el poder de Nie Shulan? ¿La niña de los ojos del Canciller y Su Alteza Imperial?

 

Su memoria en asuntos de palacio siempre era tan frágil, refrescada a ratos por los chismes.

 

—¿Qué clase de chismes has estado oyendo? —La noble se sentó en su cama, cruzada de brazos, en un intento de no seguir lanzando cosas contra la chismosa doncella. Ella no podía evitarlo, escuchar rumores calentaba más sus oídos que tener que leerlo de un viejo libro.

 

—Nada especial, las lavanderas que dejan su ropa, dicen que la seda usada en ella es la más magnífica del palacio interior —inició a narrar Wei Ying sus aventuras en el palacio interior cuando no estaba sirviendo en el pabellón—. Descubrí que algunos eunucos y sirvientas se reúnen para suspirar por ella y sus habilidades con el guqin. Si me preguntas, eso la hace merecedora del título de Jade. Se nota que es impresionante.

 

La expresión de Jiang Cheng ante su cantaleta era un poema. Uno con versos nada rítmicos entre sí.

 

—Por favor, no vayas a acosarla cuando llegue. Si fue difícil que esa concubina asistente no te denuncie ante Meng Yao por tus horribles poemas, creeme que no te voy a defender si la princesa quiere tu cabeza.

 

—Por favor, sabes que Mian Mian ama mis composiciones —fanfarroneó Wei Ying—, y que jamás arruinaría tu gran día.

 

—¿De qué gran día hablas?

 

—No ves las oportunidades, querida hermana —canturreó Wei Ying, ajustando sus horquillas—. Cuando la hermana de tu posible esposo te visita, es porque vas por el camino correcto. Para aprobar al esposo idiota de A-Li, también le hice una adorable visita.

 

—Sí, trepaste a la Torre Koi y lo asustaste hasta la muerte. Casi haces que mi madre te tire al lago.

 

—Se lo merecía. De igual forma, como hermana, entiendo el sentimiento de tener que aprobar a la pareja ideal —explicó sin un ápice de vergüenza—. Con lo poco que la princesa está en público, esta visita puede tener buenas ventajas.

 

—Mi posición depende de lo que el Emperador demuestre, no de lo que su hermana piense de mi.

 

Wei Ying estuvo de acuerdo con Jiang Cheng, pero sin dejar de pensar que esa visita iba a desencadenar sucesos beneficiosos dentro de ese pabellón. Sus presentimientos no solían fallar.

 

—Si la princesa ya ha pasado su edad de casamiento sin ningún cortejo aceptado por la familia imperial, yo creo que ella tiene más influencia de la que pensamos. Es decir, el resto de princesas fueron comprometidas apenas al llegar a la edad suficiente.

 

—Solo recuerdas información cuando vas a decir un improperio —la detuvo la noble—. Hacerme amiga de la princesa no va ayudar. En todo caso, debería estar agradando a la emperatriz viuda. En lo que también estoy fallando, dado que sus visitas a Ouyang Shi son frecuentes y ni hablemos de cuánto tiempo pasa con el hijo de Qin Su.

 

—Ánimo A-Cheng. Yo creo que Su Alteza imperial es más emocional de lo que los demás piensan. Ganarse a su hermana sería un gran paso para que te visite más a menudo.

 

—Aún si mi nombre fuera escrito en la tablilla durante diez noches seguidas, eso no cambiaría nada —admitió la mujer con frustración—. Él apenas me dirige la mirada cuando pasamos la noche juntos.

 

Wei Ying no pudo evitar fantasear y desear por un momento que quien fue ofrecida como un tributo de carne hubiera sido ella y no su hermana. Solo agradeció a los cielos que su hermana no se hubiera prendido del Emperador, un asunto que la habría lastimado de formas que Wei Ying no podría arreglar.

 

Podía aliviar el estrés por vivir en constante alerta de no cometer un paso en falso en el harén, pero no estaba segura de ser quien pudiera curar un corazón roto. Ese era el departamento de Jiang Yanli.

 

— ¿Cómo que su alteza no va a mirar a la mujer más linda de todo el harén? —Abandonó su trabajo y se dirigió frente a Jiang Cheng, la tomó de sus hombros y pegó sus frentes. Algo de nostalgia las atacó al rememorar las muchas veces que ambas habían estado en esa posición, consolándose por asuntos tan vanos como la pérdida de un brazalete, hasta llorando por asuntos tan graves como la elección de Jiang como consorte—. Ahora mismo tengo muchas ganas de apretar tus mejillas por lo bella que se ve mi hermana. Nadie puede decir que no eres bella, porque en ese caso, esa persona debería buscar a un doctor y curar su ceguera.

 

—Tonta, acabas de mancharte con mi maquillaje. —A pesar del decoro que debía mantenerse, ambas se fundieron en un abrazo, aún si Jiang Cheng era recia a admitir que deseaba consuelo—. Jiang Mei va a tener un ataque de nervios por esto.

 

—Ella siempre está nerviosa, no es nada nuevo. Lo que importa es que tu estés lista para enfrentar a lo que esa princesa tenga por decir.

 

Momentos después, ambas salieron del cuarto de Wei Ying, listas para recibir a la mujer de la corte. En el camino, Jiang Mei caminaba apresurada hacia ellas, sin romper la regla de no correr, aún si parecía al borde del colapso por haberlas estado buscando por todo el pabellón.

 

—Wei Ying, un p-paso hacia atrás de la señora —acotó la joven, aún si ella misma había olvidado de primero saludar a Jiang Cheng. Para su crédito, pareció recordarlo de inmediato y se inclinó ante ellas, con el cuerpo temblando por su inocente error—. B-buenos días, venía a pedir la opinión de la señora sobre el almuerzo de hoy.

 

—Haz que se preparen platillos de vegetales fríos que se apeguen a los paladares de Lan y que hoy no se me envíe ni una pizca de aceite de chile. Añade un té que esté libre de las especias, para que la princesa pueda comerlo [2].

 

—Así se hará, ¿algo que desee añadir?

 

—Estoy segura que la sala ya fue limpiada de mis prácticas de pintura. —Ante el leve asentimiento de la dama, añadió—: Haz que se traiga un guqin y dizi.

 

—Sí señora, los tendré listos para cuando la visita inicie.

 

—Me alegra que ciertas personas sí cumplan con su trabajo, a diferencia de las holgazanas que esperan que su señora las levante a punta de patadas.  

 

Wei Ying fingió no percatarse de la mirada acusatoria.

 

Aiya, te prometo que madrugaré y ayudaré a Mei Mei el resto de la semana.

 

La aludida palideció y se despidió tan rápido, que cualquiera pensaría que le acaban de asestar una bofetada.

 

—¿Lo prometes? —gritó Jiang Cheng con incredulidad, con la criada fuera del pasillo— Ese es tu maldito trabajo.

 

—Y bueno, prometo dar un buen espectáculo con el dizi. —Wei Ying se encogió de hombros, volviendo a estar lado a lado de Jiang Cheng, soplando sobre su cara el polén de una peonía que recogió del jardín. La mujer le dio un manotazo sobre su mano.

 

—Es lo mínimo que espero de tí —aceptó, limpiando de su hombro el polvo amarillento que la planta dejó— El guqin lo va tocar Pei Shu, la doncella que el palacio envió.

 

—Esa pequeña es bastante buena para su edad, estoy segura que seremos un gran dueto.

 

—Más te vale. La niña es más disciplinada que tú.

 

—Que te puedo decir, soy una mente brillante que no puede quedarse quieta ante cualquier cosa.

 

—Como si no lo supiera. Papá te dejo esos libros de matemática, luego lo dejaste. Te dio pintura, te aburriste. Te enviaron una maestra de baile, la hartaste al primer mes. Quisiste aprender el dialecto de Lanling, y quemaste los pergaminos de enseñanza.

 

—Es por eso que la señorita respetable eres tú y la simple sirviente soy yo.

 

—No digas tonterías, una simple sirvienta no sabría tocar música ni manejar la espada como tú. Además, de que sí sabes administrar las cuentas cuando quieres.

 

Wei Ying picaría los costados de Jiang Cheng para burlarse de lo cursi que estaba siendo, pero al notar que algunas damas del pabellón iban a su encuentro, retrocedió y finalmente se puso en su papel de la devota dama de compañía que acompañó a su señora hacia la estancia principal del pabellón.

 

La algarabía presente de las damas corriendo por todo el salón, nerviosas por limpiar motas de polvo inexistentes fue detenida cuando un eunuco llegó al pabellón para advertirles de la llegada. Todas se pusieron firmes y se revisaron a sí mismas antes de pararse en sus lugares designados, Wei Ying solo acarició el dizi con pereza, esperando ver a la señorita cuya perfección parecía embelesar a hombres y mujeres por igual.

 

A diferencia de Nie Shulan, la dama Lan había optado por una presentación austera, con solo un par de damas abriendo la puerta para ella y sin que nadie vocifere su título hacia los cuatro pabellones. Esa era la austeridad Lan que se esperaba de un miembro del Clan imperial criado con las infames tres mil reglas de Lan.

 

Contrario a lo mesurado de su entrada, la sensación que provocaba la mujer sobre todos, no era en absoluto simple. Su mente cantaba al mismo tiempo sobre los miles de detalles que observó en la visitante.

 

Piel del jade que nunca tuvo en sus manos.

Cabello como la tinta con la que siempre manchaba su mesa de trabajo.

Ojos que destilaban oro, como la fuente de leyendas antiguas.

 

Wei Ying notaba la herencia imperial en su rostro, luego de haber estado en la presencia del Emperador y el Lan Qiren unas pocas veces. Ella sin duda pertenecía a los Lan, pues compartía la misma mandíbula del dueño del palacio y las cejas del Canciller. Sí, admitía que los rumores de la belleza en esa familia no eran infundados, puesto que no tenía una venda en los ojos. Sin embargo, no importó cuán atractivos hayan sido los rasgos de esos hombres, jamás perdió el aliento como en ese momento.

 

Su dificultad de respiración se debía a que sus pasos traían consigo el frío, o a que esa doncella acababa de romper su escala de toda la belleza posible.

 

De no ser por el codazo de Jiang Mei, no se habría inclinado en sincronía con el resto del personal, ocupada en alabar a la hermosa invitada.

 

—Pase por aquí, princesa imperial. —La escoltó Jiang Cheng, con sus brazos unidos y sin el más leve temblor de nerviosismo. Esa hermana suya no tenía aprecio por las bellezas fuera de este mundo.

 

—Solo señorita Lan estaría bien, consorte imperial Jiang —contestó la princesa.

 

La gravedad de la voz no la sorprendió por cuanto realzaba a la mujer, sino por lo familiar que le parecía. De alguna forma, esa elegante princesa se parecía demasiado a la misteriosa espadachín que conoció hace seis noches atrás.

 

¿Pero en qué mundo una señorita de ese estatus elegiría usar una máscara y luchar contra una revoltosa sobre un tejado a horas indecentes?

 

Retiró sus suposiciones absurdas al borde su mente, enfocando su mente en esperar su participación como catadora. No era especialmente aficionada a morir por algún veneno, pero pretendía cuidar a las otras jovencitas, ya que ella era la mayor en todo el pabellón. Además, necesitaba decirse a sí misma que debía esperar su turno, ya que su impulsividad la solía obligar a interrumpir conversaciones que no eran las suyas.

 

En su plan, sin embargo, existía una piedra que le impedía mantener la boca cerrada.

 

La sosez de la princesa.

 

Jiang Cheng, su señora, le hacía preguntas sobre el clima, las flores, la salud de la emperatriz o cualquier evento próximo a celebrarse, y solo era respondida con un solo monosílabo “Mn”, lo cual no era ni siquiera una palabra y se decantaba más como un gruñido.

 

¿Acaso la princesa imperial se creía lo suficientemente engreída para no querer responderle?

 

—He oído que la emperatriz viuda mima mucho al primer príncipe —Jiang Cheng masculló, al borde de perder su paciencia y juntando sus cejas como si fuera la misión de su vida.

 

—No se permiten los rumores —respondió. La única frase que salió de sus labios en casi dos palos de incienso y era un regaño de alguna regla olvidada por dios.

 

De forma ordinaria, las reglas del Clan Lan que estaban vigentes en el palacio interior se reducían a la de “Correr está prohibido”, “No mentir”, “No consumir alcohol”, “No trabajar luego del inicio de la hora del cerdo” [3], “Despertar a la hora del conejo” [4] y las relacionadas a la moral y etiqueta básica. Las ridiculeces relacionadas a no sonreír, ser sencillos y tener el rango de emociones de una silla, se reservaban para el palacio exterior.

 

Es decir, los clanes pegarían el grito en el cielo si sus hijas mimadas tuvieran que evitar alegrarse (Jiang Cheng se reía a carcajadas cuando Wei Ying perdía a Suibian y resultaba estar en su cintura), entristecerse (Jiang Cheng veía con anhelo los cachorritos pintados en los libros) o ser quisquillosas (Jiang Cheng apartaba las coles de su sopa y exigía pimienta para cualquier plato). Ese comportamiento de témpano de hielo se reservaba para miembros del Clan.

 

También se notaba en la zona de consortes y concubinas, donde las ventanas tenían diseños tallados minuciosamente con ventanas de papel colorido, y la plata o el oro en los detalles eran comunes, mientras que la zona del norte; donde se encontraban los aposentos del Emperador, su Emperatriz y la familia imperial; eran más austeros.

 

Los Lan eran demasiado extraños, en especial esa mujer, quien además de negarse a hablar, tampoco miraba a los ojos a su señora.

 

—Lo entiendo, señorita Lan, es mi error.

 

—Mn.

 

¿Y eso era todo? ¡Qué grosería!

 

En aspectos normales, debería molestarle que su jefa, señora o en términos más íntimos, su hermana, sea despreciada de esa manera. El problema es que no puede detectar maldad en la mujer de pocas palabras, pues agradece y regaña con la misma inexpresividad. Incluso, en ciertos puntos de la conversación, nota que la dama de compañía de la princesa parece querer gritar cada vez que una respuesta molestó a Jiang Cheng. No la culpaba, pues Wei Ying había aprendido más de las tres mil reglas en el último incienso que en todos los meses que llevaban en el harén.

 

En teoría, si fuera tan engreída, ya habría mandado a que la señora del pabellón del Loto sea juzgada por el jefe de eunucos Meng Yao, ya que el ceño fruncido de una consorte sería un claro insulto para alguien de mayor estatus.

 

La princesa acepta quedarse al almuerzo, y durante otro agonizante chosi, lleno de aburrimiento y silencio, Jiang Cheng por fin la reconoció y le pidió que se acerque.

 

—Si no le molesta, mientras comemos el té, mi dama de compañía principal podría ambientar entretenimiento musical —ofreció Jiang Cheng—. Se que es conocedora de la materia.

 

—No se habla durante la comida.

 

Que los cielos la perdonen, pero era el colmo para Wei Ying. Ya había tenido suficiente de "No esto" y "No aquello".

 

 —Princesa Imperial, lamento mi boca. Comer té no es como desayunar, almorzar o cenar. A pesar de que otros le pongan especias, aquí en palacio, usted prefiere no ponerle ni un grano de sal —explicó Wei Ying, reconociendo el jadeo nervioso que a Jiang Mei se le escapó y el aura asesina que emanaba de Jiang Cheng—. ¿A eso incluso puede llamársele comida? ¿No está más cerca de las bebidas? Incluso Su Alteza Imperial no deja de charlar a la hora del té. El propósito es socializar. Además, ni siquiera voy a cantar, solo voy a tocar el dizi.

 

La sala se quedó en silencio. Las múltiples damas de Jiang parecían atónitas, muy diferentes a las de Lan, quienes parecían impasibles, como si criticar a la princesa y hacer uso del título del Emperador fuera un episodio cotidiano.

 

—¡Wei Ying! ¡Arrodíllate y discúlpate ahora! —ordenó Jiang Cheng, furiosa, y elevó su voz a un volumen que de seguro llegó hasta el ala de las concubinas de bajo rango.

 

Wei Ying, reflexionó que quizás sobrepasó sus propios límites como sirvienta, acostumbrada a debatir y molestar a Jiang Cheng. Se puso de rodillas y bajó su cabeza, esperando que la pasividad de la mujer no se hubiera esfumado.

 

«Mi cabeza va a decorar la finca del Muelle del Loto» pensó alarmada.

 

—No se debe buscar el alborto —recitó la princesa, de memoria—. Pero si el hermano lo hace así, debería seguir su ejemplo.

 

«O quizás solo mi lengua sea enviada a Yun Meng».

 

—Aunque es algo que debería discutir con el tío.

 

—Canciller, señorita —la corrigió una de sus damas.

 

—No. Aprobé mi exámen de Las mil virtudes —explicó la dama Lan—. Meng Yao ya está al corriente de mi nuevo rango.

 

Las palabras volvieron a escasear, gracias a la falta de un castigo o de reprimenda. Wei Ying seguía viendo la alfombra del suelo, pues no tenía ninguna orden de volverse a parar.

 

—Hum —llamó la atención una dama de compañía de la invitada—, la princesa está dudosa sobre si la posición de la doncella es adecuada para interpretar alguna pieza.

 

Cada dama vestida de púrpura, sintió la tensión abandonar sus cuerpos. De alguna manera, su arrebato se dejó pasar. Sospecha que la mujer no es nada cruel ni presumida como lo refieren los rumores que la comparan con Nie Shulan.

 

—Claro, princesa imperial, ahora mismo. Esta cierva se disculpa. Esta sirvienta lo siente —chilló Wei Ying. Unas disculpas dirigidas más hacia Jiang Cheng, que hacia la hermana del soberano. En ese instante ya supo que su amenaza de decapitación provenía de su propia señora y no de nadie más.

 

Pei Shu, la pobre muchacha, asustada por el arrebato anterior, estaba pálida y sus dedos no dejaban de temblar. Con suerte, la palmadita y la sonrisa seguida de un “Yo guío, soy una experta”, ayudaron a que la niña confíe.

 

Sus dedos, con la memoria muscular de muchas prácticas, se movieron sin que ella prestara mucha atención. Luego de contar los patrones de nubes en las faldas de la princesa, al tanto que finalizó la cuarta composición de la colección, se atrevió a subir la mirada y descubrió que la susodicha la había estado observando fijamente.

 

«Ay, ay, ¿cómo es que llamé su atención? ¿Aún quiere castigarme?» gritó internamente, sin poder evitar que sus ojos se movieran como una canica en un cuenco, viajando de la princesa al suelo en un bucle de deseperación. Si la iban a matar, quería que se lo digan sin juegos.

 

—¿La doncella tiene nombre? —interrogó la dama Lan, al final de la interpretación, justo después de agradecer a ella y a Pei Shu por su show.

 

—Esta humilde servidora toma el nombre de Wei Ying.

 

—¿La doncella Wei tiene conocimiento de la colección “Junto al río los conejos cantan”?

 

Era una colección de piezas hechas por músicos nómadas, recopilada por un cuentacuentos de Caiyi, según su conocimiento. No eran canciones populares, y los pocos que lo conocían eran plebeyos. La única razón por la que Wei Ying tenía conocimiento de la misma, era que su propia madre había hecho un aporte a esa colección.

 

¿Cómo una princesa iba a conocer tales composiciones? Pero como decían, a una princesa se le entrega lo que se le exige.

 

—Por supuesto. Sin embargo, mi compañera, no tiene conocimiento de ese conjunto exótico de canciones, princesa.

 

—No es problema, yo puedo complementarlo.

 

Así, el guqin fue presentado ante la noble, y a la señal de una de las damas de compañía de Lan, ambas comenzaron su dueto. Nunca practicaron juntas, y si las hipótesis de Wei Ying eran incorrectas, ese era su primer encuentro. Pese a esos impedimentos, la experiencia de ambas se plasmó en la sincronía que tuvieron al saber parar o seguir, según lo indicaron las notas musicales.

 

La princesa no indicó si dicha visita le gusto o no, y aunque sus gestos corporales tampoco indicaron nada aparte de quietud, su promesa de frecuentar el Pabellón a menudo, borró cualquier miedo de represalias.

 

Aunque eso no impidió que Jiang Cheng secuestre a Suibian como castigo, prohíba que Wei Ying reciba comida picante o siquiera piense en recibir alcohol de los informantes de Yun Meng. Un lindo castigo por haber metido la pata con la princesa.

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