El último suspiro de la noche

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El último suspiro de la noche
Summary
Se sentó en el viejo catre, abrazándose las rodillas. Cerró los ojos y trató de ignorar el eco de la voz de Harry en su mente."Es solo hasta que pueda volver con él."Se repitió una y otra vez.Pero no podía evitar sentir que esa posibilidad se alejaba cada vez más.. . .Antes de que pudiera moverse, otro hechizo golpeó su bolsillo trasero.Hermione sintió un tirón desgarrador en su interior. Un remolino la envolvió. El mundo desapareció.Y Hermione Granger se desvaneció en el aire.. . .Detuvo el auto por un momento, frotándose el puente de la nariz, intentando encontrar las palabras correctas.Entonces, algo cambió.El bosque denso, iluminado únicamente por la luz de la luna, se rasgó con un destello brillante. Un remolino apareció de la nada, retorciendo el aire como una tormenta en miniatura.Un grito. Agudo. Desgarrador. Edward giró la cabeza bruscamente justo a tiempo para ver algo—o alguien—caer desde la nada.
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Transformaciones y Despedidas

El día amaneció con un aire de expectativa. Al día siguiente, Edward y Hermione dejarían Forks y tomarían un vuelo hacia Londres. La guerra estaba en marcha, y aún había cabos sueltos que ataban a Hermione. Edward lo sabía, por eso quería darle un buen día antes del viaje.

Hermione estaba sentada en el suelo de su habitación, organizando sus pertenencias en su pequeña bolsa mágica. A pesar de que Edward le había asegurado que le compraría lo que necesitara cuando llegaran a Inglaterra, ella solo lo miró con su adorable ceño fruncido.

—Debes aprender a ahorrar, Edward —dijo con una expresión seria.

Edward soltó una carcajada.

—Pequeña ninfa, soy un vampiro inmortal con un siglo de ahorros e inversiones. No necesito ahorrar.

Hermione bufó, negando con la cabeza mientras seguía acomodando sus cosas. Edward se arrodilló a su lado y deslizó una mano por su mejilla, levantándole el rostro suavemente antes de besarla.

Era un beso lento y profundo, un reflejo de su necesidad de estar cerca de ella antes del viaje. Pero justo cuando estaba a punto de profundizarlo, una voz interrumpió el momento.

—¡Perfecto! Justo lo que necesitaba.

Edward apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Rosalie apareciera de la nada con su característica sonrisa depredadora.

Antes de que Hermione pudiera protestar, Rosalie la tomó por la muñeca y la arrastró hacia la salida.

—¡Nos vamos! —anunció Rosalie mientras la llevaba hacia el auto de Edward.

—¿Qué? ¡Rosalie, espera! —se quejó Hermione, forcejeando ligeramente.

Edward las siguió de cerca, divertido, aunque en su mente podía escuchar los pensamientos de Rosalie con claridad.

"Si Hermione va a Inglaterra, necesita un cambio de look. No podemos arriesgarnos a que la reconozcan y le hagan daño."

Edward tuvo que admitir que estaba de acuerdo. Mantener un perfil bajo era una medida sensata.


El bullicio del salón de belleza era casi ensordecedor.

Edward se mantuvo al margen, apoyado contra la pared con los brazos cruzados mientras observaba la transformación de Hermione con una sonrisa divertida.

—Esto es innecesario… —se quejaba Hermione mientras las estilistas alisaban su cabello y lo preparaban para el tinte.

—Shh, quédate quieta —le ordenó Rosalie, hojeando una revista mientras otras asistentes elegían maquillaje y ropa nueva para Hermione.

Edward podía ver cómo Hermione suspiraba y se quedaba enfurruñada mientras las estilistas decoloraban su cabello. Su expresión era una mezcla de resignación y molestia, lo que solo hizo que Edward soltara una risa entre dientes.

—No te burles —le lanzó una mirada asesina a Edward, pero el brillo en sus ojos delataba que no estaba realmente molesta.

Después de horas de trabajo, la transformación estaba completa.

Hermione se miró en el espejo con una mezcla de sorpresa y desconcierto.

Su cabello, ahora lacio y sedoso, tenía un tono rubio fresa que resaltaba sus facciones. Sus uñas, pintadas en un tono verde esmeralda, complementaban sus ojos con lentillas. Pero lo que más resaltaba era su nuevo vestuario.

Siempre había escondido su figura bajo suéteres grandes y ropa holgada, pero ahora… era imposible no notar cómo las prendas elegidas por Rosalie acentuaban sus curvas.

Edward sintió una oleada de orgullo y deseo al verla.

Hermione, sin embargo, cruzó los brazos y frunció el ceño.

—No voy a acostumbrarme a esto.

Rosalie sonrió con satisfacción.

—Oh, claro que sí.


De regreso a casa, Edward conducía mientras Rosalie hablaba emocionada sobre el éxito del cambio de look de Hermione.

—Dime que no me veo ridícula —murmuró Hermione, mirando su reflejo en la ventana del auto.

—Te ves increíble —dijo Edward con sinceridad, lanzándole una mirada fugaz.

Hermione resopló, pero no pudo ocultar el leve rubor en sus mejillas.

Mientras tanto, Rosalie y Hermione discutían animadamente. Edward notó lo natural que era su relación. Rosalie, quien solía ser reservada y arisca con la mayoría, sonreía con facilidad cuando hablaba con Hermione.

Edward se dio cuenta de que Hermione no solo lo hacía feliz a él… sino que también traía alegría a su familia.


Cuando llegaron a casa, Edward tenía solo una cosa en mente.

La necesidad de estar con Hermione, de sentirla, era abrumadora.

La llevó a su habitación, cerrando la puerta tras ellos antes de inclinarse y atrapar sus labios en un beso profundo. Hermione respondió con la misma intensidad, rodeándolo con sus brazos.

Sus manos se deslizaron por su camisa, desabrochando los botones uno por uno, mientras Edward le quitaba la falda con urgencia.

Hermione murmuró un hechizo para silenciar la habitación y otro más.

Lo que siguió fue diferente.

No fue solo deseo.

Fue una despedida.

Cada caricia, cada beso, cada movimiento tenía una intensidad casi desesperada. Era como si sus cuerpos se aferraran el uno al otro, como si quisieran grabarse en la piel antes del viaje.

Cuando finalmente terminaron, Hermione descansó su cabeza en el pecho de Edward, su respiración aún entrecortada.

Edward la observó dormir, trazando círculos suaves en su espalda con la punta de los dedos.

Pero algo en su mente no lo dejaba en paz.

Algo lo inquietaba, aunque no sabía exactamente qué.

El viaje a Inglaterra traería respuestas.

Pero también traería peligros.

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