
Mi hijo
—¡Avada Kedavra!—grita Voldemort, lanzando el hechizo con una precisión mortal hacia Harry. Sin pensarlo, me interpuse entre ambos, invocando un escudo que brilló con un destello, aunque se rompió casi al instante.
El impacto me hizo tambalear, y miré hacia atrás de reojo, notando cómo los mortífagos nos rodeaban en un círculo cerrado, con sonrisas sádicas y varitas listas para atacar. Maldición... esta podría ser la última batalla de la Orden del Fénix.
—Tus reflejos son sorprendentes, casi tan buenos como los de mi discípulo—dice Voldemort, mirándome con un destello de admiración torcida en sus ojos.
—Estoy seguro de que soy mejor que él—respondo con aparente calma, mientras mi mente buscaba febrilmente una salida o alguna señal de que el viejo Dumbledore aparecería de inmediato. ¡Maldito viejo!
Voldemort soltó una risa despectiva y añadió con un tono glacial:.
—No lo creo. Mi discípulo jamás sería tan débil, nunca se arriesgaría a proteger a sangres sucias como ellos—dijo, lanzando una mirada de desprecio hacia los miembros de la Orden, que se mantenían firmes aunque se notaba el miedo en sus rostros. Saben que, sin mi presencia, ya habrían caído.
—Quizá no conozcas tan bien a Draco Malfoy—digo con un toque de ironía. La declaración provocó un jadeo de sorpresa a mi lado. Harry, Ron, Hermione, Neville y Ginny me miraban atónitos, pero Luna, en su característico silencio, me observaba con sus ojos fijos, inusualmente serenos. Esa chica siempre ha sido... peculiar.
—¿Malfoy es tu discípulo?—preguntó Harry abruptamente, mirando a Voldemort directamente a los ojos. La cicatriz en su frente brillaba en un rojo intenso, y su mirada era pura determinación.
Voldemort esbozó una sonrisa llena de malicia mientras me observaba con interés creciente.
—Es fascinante encontrar a otro... hijo de la Magia—murmura, estudiándome con una mezcla de curiosidad y suspicacia. El poder que Lady Magic me otorgó era evidente, demasiado para que el Señor Oscuro lo pasara por alto. Sólo espero que este disfraz confunda su percepción lo suficiente como para que no descubra quién soy en realidad. —Dos hijos de la Magia, además de Dumbledore y yo...
Y entonces, Voldemort empezó a reír con una carcajada tan escalofriante que hizo temblar a todos en la sala. Los mortífagos le siguieron, riendo como si estuvieran bajo un hechizo de locura.
—Creo que quizá deba dejarte con vida después de todo. Quiero ver quién triunfará en una batalla entre el Hijo del Líder de la Luz... y el discípulo del Señor Oscuro—dice Voldemort, y sus palabras encendieron un fervor frenético entre sus seguidores, quienes comenzaron a vitorear y gritar.
La mirada de Voldemort se posó en Tonks, que, aunque visiblemente atemorizada, levantó su varita con valentía, decidida a enfrentar lo que viniera.
—Empecemos por los más indignos. ¡Crucio!—exclama Voldemort.
Reaccioné de inmediato, lanzando un escudo en dirección a mi prima para interceptar el hechizo antes de que la alcanzara. La maldición rebotó con un chispazo, y Voldemort sonrió, disfrutando del juego.
—Parece que te gusta interferir. Muy bien, como no quiero matarte, al menos haré de esto un entretenimiento—dice entre risas Voldemort.
Lancé una mirada de advertencia a Lupin. Sabía que, si no tomaban esta oportunidad para escapar, el final estaba asegurado para todos.
—Hagan lo posible por sobrevivir—murmuro antes de sacar una daga de mi bolsa y cortar mi mano, dejando que la sangre cayera al suelo. —¡Locus luctus!—exclamo, recitando el antiguo hechizo.
Un círculo de magia ancestral iluminó la sala y nos encerró a mí y a Voldemort en su interior, creando una sala de duelo. Era un hechizo único, reservado para los enfrentamientos uno a uno entre magos de sangre pura. Dumbledore me había enseñado a invocarlo, un hechizo que sólo podría romperse con mi voluntad... o con mi muerte. A veces, sospechaba que Dumbledore sabía más de lo que me decía; era como si me estuviera preparando para algo, y esa idea me irritaba profundamente.
A lo lejos, escuchaba los gritos de batalla de la Orden del Fénix mientras luchaban en las afueras de la sala de duelo. Si no lograban resistir, tal vez era mejor que cayeran ahora; la guerra que se avecina no tiene lugar para los débiles. Volví mi atención a Voldemort, quien me observaba con una sonrisa que sólo presagiaba dolor y muerte.
—Eres más despiadado de lo que aparentas—comentó, al ver cómo sus mortífagos lanzaban maldiciones prohibidas contra los amigos de Harry. Podía sentir la desesperación de la Orden.
—Los débiles son un lastre en esta guerra. Si no pueden soportar esta prueba, no están destinados a sobrevivir—contesté fríamente mientras me preparaba para el combate, adoptando una postura de ataque. Sabía que era bueno... pero no lo suficiente como para vencer al Señor Oscuro. No todavía.
—¡Avada Kedavra!—exclama Voldemort, con una sonrisa cruel en sus labios. Esquivé el rayo verde con rapidez; sus patrones de ataque ya me eran familiares. Después de todo, entrenar bajo su sombra me había servido para algo.
—Veo que eres escurridizo—murmura, con una sonrisa que apenas contenía su ansia de sangre—Veamos cuánto tiempo logras durar. Cuando caigas, me asegurare de cuidar especialmente de Harry Potter.
La batalla acababa de empezar, y en mis venas corría la certeza de que, pase lo que pase, Harry sobrevivirá. La Orden del Fénix está dispuesta a dar sus vidas por él, y eso, al menos, me da un breve respiro de tranquilidad.
—¡Darcy! —gritó Harry al ver cómo el joven desaparecía en un círculo de magia centelleante, atrapado junto a Voldemort.
—¡Harry, tenemos que irnos! —exclamó Hermione, con voz temblorosa, tirando de su brazo mientras Tonks y Lupin, cubiertos de sudor y heridas, despejaban una puerta para abrirles el paso hacia una posible escapatoria.
Pero Harry no se movía, con la mirada fija en la figura de Darcy, que recibía una ráfaga de rayos verdes lanzados por Voldemort. —Hermione... Darcy se fue. Está con él. No... no sobrevivirá—dijo con la voz desgarrada, incapaz de desviar la vista.
—Él sobrevivirá—gritó Sirius con feroz convicción, lanzando un hechizo para desviar una maldición que Lucius Malfoy había dirigido a su ahijado—. Ese chico es demasiado poderoso para caer ante Voldemort.
Sin más palabras, Sirius y Hermione agarraron a Harry con fuerza, obligándolo a avanzar hacia la salida. Aunque Harry caminaba, su mirada se mantenía anclada en Darcy, su rostro lleno de impotencia y dolor, mientras la escena se desvanecía en el caos de la batalla que los rodeaba.
—¡Charlie! ¡Saca a los niños de aquí! —bramó el señor Weasley, su voz apenas audible entre el estruendo de hechizos y gritos. Con varita en mano, luchaba con una ferocidad insólita contra Bellatrix, cada hechizo lanzado con la desesperación de un padre dispuesto a dar su vida por sus hijos.
El caos de la batalla envolvía cada rincón de la sala, y, aun así, el señor Weasley lanzaba miradas fugaces hacia el joven Darcy, el hijo de Dumbledore. Ese muchacho se había sacrificado para ganarles algo de tiempo, enfrentándose valientemente a Voldemort, manteniéndose firme aunque el poder del Señor Oscuro lo superara.
En ese instante, el señor Weasley vio a Charlie tomando a Ron, Ginny y Luna y guiándolos hacia la salida. Sin pensarlo dos veces, se interpuso en su camino para bloquear dos hechizos letales que se dirigían hacia sus hijos. De reojo, distinguió a Sirius arrastrando casi a la fuerza a Harry, con Hermione siguiéndolos muy de cerca, mientras Lupin y Neville se esforzaban por llevar a un Moody inconsciente hacia un lugar seguro.
Tal vez este sea mi fin, pensó el señor Weasley, preparándose para el último sacrificio. Sólo espero que Darcy sobreviva... es tan joven, tan lleno de bondad.
Como si sus pensamientos hubieran sido escuchados, un enorme Fénix de fuego iluminó la sala, su plumaje llameante reflejando destellos en los rostros de todos los presentes. El Fénix voló directo hacia el campo de magia que rodeaba a Darcy y Voldemort, lanzando un chillido tan poderoso que todos se volvieron para mirar. Con un solo aleteo, rompió el hechizo que los mantenía atrapados, y en el centro de aquella brillante luz, apareció Darcy, de rodillas, con el rostro pálido y una herida sangrante en la frente. Su expresión era de agotamiento extremo.
—¡Darcy! —gritó Harry con voz desgarrada, librándose del agarre de Sirius y corriendo hacia su amigo, esquivando hechizos que volaban en todas direcciones.
—¡Harry! —gritaron Hermione y Ron al unísono, con desesperación, al ver a su amigo correr hacia el peligro sin dudarlo.
En medio de la luz del Fénix, Dumbledore apareció con un destello cegador, colocándose entre Darcy y Voldemort. Su figura irradiaba poder y calma, pero el Señor Oscuro no dejaba de sonreír, encantado ante el espectáculo.
El Fénix lanzó un segundo grito, resonando como una advertencia en toda la sala. Voldemort, sin perder su expresión de deleite, alzó su varita, mirando a Dumbledore como si este fuera el oponente que siempre había esperado. Pero Dumbledore sólo hizo un gesto suave, cubriendo a Darcy y Harry quien había llegado rápidamente con una magia tan densa que cada mortífago en la sala sintió un escalofrío.
—Esto termina aquí —declaró Dumbledore con una calma peligrosa, sus ojos brillando con una determinación tan intensa que incluso Voldemort pareció detenerse un momento.
Cuando pensé que la Orden del Fénix estaba perdida, sentí cómo el poder de Voldemort me aplastaba. Caí de rodillas, con la frente ardiendo tras el roce de un hechizo oscuro que casi me derriba por completo. Mis fuerzas se desvanecían... hasta que, de repente, una luz resplandeciente llenó la sala. Dumbledore había llegado, su entrada irradiaba una fuerza apabullante, casi desmesurada.
Antes de que pudiera procesarlo, Harry estaba a mi lado, me sostuvo en silencio y me ayudó a ponerme de pie. Lo miré y esbocé una leve sonrisa de gratitud, el peso de todo esto reflejado en sus ojos.
—Meterte con mi hijo es algo imperdonable, Tom —dijo Dumbledore, su voz dura y sus ojos fijos en Voldemort, el rastro de enojo inusitado.
Voldemort se tensó. Su expresión se transformó en un odio casi tangible, sus palabras resonando en todo el salón.
—¡No vuelvas a decir ese nombre! —gritó con un desprecio que estremeció las paredes.
—¿Por qué? —respondió Dumbledore con una sonrisa irónica—Al fin y al cabo, es tu verdadero nombre.
Los ojos de Voldemort ardieron con una furia helada.
—Maldito hijo de... —le susurré a Dumbledore, mirándolo con rabia contenida.
—Veo que tus heridas no te impiden ser tan insolente como siempre —respondió él, fingiendo tristeza—Francamente, eres un hijo difícil, Darcy.
Le lancé una mirada que podía haberlo atravesado.
—Eres el peor padre que alguien podría tener —murmuré, aferrando la mano de Harry con fuerza.
Dumbledore sonrió suavemente, con el mismo tono ligero de siempre.
—Vas a hacerme llorar, querido.
Sin más palabras, saqué la varita de Dumbledore que llevaba conmigo y desaparecí de la sala con Harry en un movimiento rápido, dejándolos a todos sorprendidos. No vi la expresión de Dumbledore al irme, pero supe que estaba preocupado.
Dumbledore siguió mirando el espacio vacío donde habíamos desaparecido, el ceño apenas fruncido.
—Ese hijo mío no tiene un hueso filial —murmuró, y luego volvió su atención a Voldemort, con la mirada acerada—Es hora de que te vayas, Tom.
Voldemort soltó una carcajada fría, pero su sonrisa vaciló al ver al Ministro de Magia entrar por una de las entradas, seguido de un grupo de aurores que levantaron sus varitas de inmediato.
—Esta vez has ganado, Dumbledore —dijo Voldemort, y con un destello oscuro y un humo negro que parecía desvanecerse en sombras, desapareció junto con sus mortífagos.
Había regresado, y el mundo mágico ya no podría ignorarlo. Pero había algo que nadie en la sala podía prever, los planes que Draco Malfoy había trazado.
Aparecemos en la base de la Orden del Fénix, y el cansancio me vence al instante. Me dejo caer sobre el sillón más cercano, arrastrando conmigo a Harry, quien acaba sobre mi regazo. Sin pensarlo, lo rodeo con fuerza, escondiendo mi rostro en la curva de su cuello, sintiendo su calidez y su respiración acelerada.
—Mon amour de ma vie... —susurro, dejando un beso suave en la piel de su cuello, inhalando su aroma, como si al tenerlo así pudiera asegurarme de que realmente está a salvo.
Harry se acomoda sobre mis piernas, y sus brazos se enredan alrededor de mis hombros, abrazándome con una intensidad desesperada. Esconde su rostro contra mi cuello, y siento cómo su respiración se vuelve entrecortada, llenando de pequeños escalofríos mi piel.
—Estaba tan preocupado por ti —dice Harry, la voz rota, y puedo sentir su angustia vibrando en cada palabra.
—No me iba a pasar nada, mon amour de ma vie —le murmuro, acariciando suavemente su cadera para calmarlo—Voldemort solo estaba jugando conmigo, eso es todo.
Pero Harry tiembla, y entonces lo siento, sus lágrimas mojando mi hombro, como si la presión contenida finalmente hubiera estallado. Lo estrecho con más fuerza, deseando que mi abrazo pueda borrar sus temores.
—Es mi culpa... —dice en un susurro ahogado, entre hipidos de llanto—Caí en la trampa de Voldemort como un tonto...
Lo alejo apenas un poco para verlo a los ojos.
—Harry, no es tu culpa. Magos mucho más experimentados han caído en sus juegos antes —le digo con suavidad, acariciándole la espalda para darle consuelo.
Harry me mira, sus ojos verdes aún llenos de lágrimas, y su voz es apenas un susurro.
—¿Estabas enojado conmigo?.
Observo su rostro, tan vulnerable, y no puedo evitar sentir una ternura inmensa. Con el pulgar, limpio una lágrima que se desliza por su mejilla, y acerco mis labios para besar suavemente cada una de sus mejillas, sintiendo la sal de sus lágrimas.
—¿Cómo puedes verte tan adorable, incluso con el rostro lleno de lágrimas? —le pregunto en un susurro.
Harry frunce el ceño levemente, y aunque intenta parecer molesto, su enojo es tan dulce como frágil.
—No evadas mi pregunta —protesta, sin apartarse de mí.
—Sí, lo estaba —admito, mirándolo con sinceridad— A veces eres un poco imprudente para mi gusto. —Y antes de que pueda replicar, lo callo con un suave beso en los labios, lento y profundo, dejando que mis labios expresen todo lo que no sé cómo poner en palabras.
Él se relaja en mi abrazo, y cuando me separo apenas, su voz es tan vulnerable que me desarma.
—Pero aún te gusto, ¿verdad? Porque tú... me gustas mucho, Darcy. Mucho.
Le devuelvo una sonrisa tierna, acariciando su nuca y acercándolo a mí.
—Sí, Harry. Tú también me gustas... y más de lo que imaginas.
Sin esperar respuesta, lo atraigo hacia mí y mis labios encuentran los suyos con una fuerza renovada. Él responde con igual fervor, y nuestros besos se tornan intensos, más apasionados, como si ambos estuviéramos dejando escapar todo lo que habíamos contenido por tanto tiempo. Mi lengua juega con la suya, dominándola, explorando cada rincón de su boca. Mi mano en su cintura lo sujeta con firmeza, y cuando siento sus caderas moverse contra mí, lo detengo, sosteniéndolo en su lugar.
—No seas travieso, Harry —murmuro, mordiendo suavemente su labio inferior. Él se estremece y un suave gemido se le escapa, y lo siento retorcerse, cada sonido y cada movimiento llenándome de deseo.
—Darcy... —me dice, sus mejillas teñidas de rojo y sus ojos brillando con una necesidad que me acelera el pulso—. Quiero... que lo hagamos. Quiero ser tuyo.
Lo miro, sorprendido, y siento mi cuerpo reaccionar a sus palabras. Harry se da cuenta, y me provoca aún más, rozando su cadera contra la dureza que ya no puedo ocultar. Pero tomo aire, esforzándome en recuperar algo de control, y niego con firmeza.
—No —digo, con seriedad, y él me mira, dolido, con una expresión que casi me hace ceder.
—¿No soy atractivo para ti? —susurra, casi herido.
Con delicadeza, tomo su mano y la guío hacia mi erección para que sienta mi respuesta sin palabras. Un suspiro ahogado sale de sus labios cuando comprende, y empieza a mover su mano lentamente.
—Harry... esto es por ti. Ni siquiera estás desnudo, y ya me vuelves loco. Desearía poder tomar tu cuerpo aquí mismo y ahora —confieso, luchando por no gemir ante sus caricias.
—Entonces, hagámoslo —me insiste, sus ojos verdes clavados en los míos, cargados de deseo—. Quiero que seas mío y ser tuyo.
Lo miro con ternura y decisión, y le acaricio el rostro con suavidad.
—No ahora, Harry. Pero te prometo que después de este verano, después de que hablemos y de que sepas la verdad, lo haremos todas las veces que quieras. —Me levanto del sillón y lo dejo a un lado, aunque el deseo aún palpita en mis venas.
—¿Qué es lo que me tienes que decir? —pregunta, confundido.
—Un secreto sobre mi verdadero yo —respondo, con una sonrisa triste.
Harry asiente, pero se acerca de nuevo, tomando mis manos entre las suyas.
—No importa lo que digas. Sé que mi corazón te perdonará, Darcy. —Se sonroja y baja la vista antes de murmurar—. Porque... creo que me he enamorado de ti.
Sus palabras me sorprenden, y siento que el mundo se desvanece a mi alrededor, dejando solo a Harry y sus ojos, llenos de amor y vulnerabilidad. Lo tomo por las mejillas, acercando su rostro al mío, y deposito un beso lento, suave, en sus labios, transmitiéndole todo el amor que siento por él, tan profundo que no existen palabras suficientes para expresarlo.
—Harry Potter —le digo, mirándolo a los ojos con una intensidad que espero él comprenda—, tú eres el amor de mi vida. Siempre te amaré, porque mi destino siempre ha sido amarte.