
Draco lo supo desde el momento en que uno de los carroñeros entró al salón principal de la mansión. Un sudor frío le recorrió la espalda, helándole la sangre y cortándole la respiración. En las manos del hombre se encontraba colgando un bolso pequeño junto con tres varitas que no tuvo el problema en reconocer, dos de ellas hicieron que se le apretara el estómago. Desvió la vista justo a tiempo para ver a un hombre lobo entrar sujetando con fuerza a un chico pelirrojo que era reconocible en cualquier lado.
Su padre se levantó perdiendo la propiedad, como si un resorte lo hubiera lanzado fuera del sofá donde estaba sentado. Draco lo miró apoyar su bastón con un titubeo apenas perceptible para cualquiera que no estuviese buscando esos detalles. La delicada mano de su madre se enrolló con suavidad en el brazo de Lucius Malfoy, sujetándolo con una firmeza que contrastaba sus movimientos. Draco sabía que desde que su padre había sido liberado de Azkaban, no era el mismo. Nunca lo sería.
Su tía Bellatrix se movió en la habitación dando saltitos con cada paso, como si supiera lo que significaba la presencia de siete extraños en la mansión.
—Identifícalo —Bellatrix señaló al chico de cabellos azabaches y rostro destrozado con su varita, una sonrisa desquiciada asentándose en su rostro.
Lucius se deshizo del agarre de su esposa con brusquedad haciéndola retroceder unos pasos. Draco sintió como se le retorcía el estómago cuando su padre lo tomó de la nuca y lo arrastró hacia el prisionero, ejerciendo presión en sus hombros para forzarlo a colocarse al nivel del desconocido.
Harry
El pensamiento se le escapó como un susurro en cuanto se encontró con aquellos encantadores ojos verdes que iluminaban con más fuerza que cualquier luciérnaga en una noche sin astros ni luna. Se obligó a mantener la compostura reforzando sus barreras de oclumancia, no podía permitir que un pensamiento tan peligroso volviera a nadar libre en su mente. Debía elaborar una mejor estrategia para sacar a todos de ahí con vida.
—N-no sé quién es —sintió como su corazón daba un vuelco.
—Míralo de cerca —su padre casi le aplastó el rostro contra el del azabache en un forcejeo que se sintió desesperado.
—Lucius —la advertencia de su madre se deslizó en la fría habitación como un susurro cortante.
—Imagina como el Señor Tenebroso nos recompensará si le entregamos a Potter.
Draco se sintió morir cuando identificó la súplica reflejada en los ojos que siempre había admirado de lejos. Tenerlo tan cerca sin poder decir nada para reconfortarlo hacia que sus manos comenzaran a temblar en los puños que había formado sin notarlo.
—Identifícalo —insistió Bellatrix acercándose a Draco —Si llamamos al Señor Tenebroso y no es Potter, nos matará a todos.
Draco tragó saliva intentó transmitir al azabache con la mirada la confianza que él mismo no sentía en ese momento.
—¿Qué le pasó en la cara?
Su tía repitió la pregunta a los carroñeros, acercándose a ellos con pasos flojos. Draco sintió como la sangre abandonaba su cuerpo cuando notó un pequeño movimiento en la cara mugrienta y lastimada del chico al que se rehusaba identificar evidenciando que el hechizo comenzaba a perder su efecto.
—Un movimiento ingenioso, ¿fuiste tú linda? —Bellatrix se acercó a la chica castaña que era sujetada por otro de los carroñeros. Un chillido agudo se escapó de sus labios en cuanto uno se apartó de su paso—¿De dónde la sacaste?
Draco no reparó en lo que estaba alterando a su tía aprovechando para alejarse del azabache y así no levantar sospechas en su padre permaneciendo más tiempo del que debía frente a él. Cruzó miradas con su madre cuando regresó a su lado. Ella enarcó una de sus perfiladas cejas cuando el entendimiento se instaló en sus bellas facciones como una estrella fugaz.
—Cissy, llévate a los muchachos, nosotras tendremos una charla de mujer a mujer —ordenó Bellatrix en otro chillido ahogado acorralando a la castaña contra una de las paredes de la habitación.
Su madre se apresuró hacia donde estaban los prisioneros, obligándolos a avanzar hacia el calabozo a punta de varita. Draco aprovechó la distracción de todos en la habitación para deslizarse en la misma dirección que su madre. Ella ignoró su presencia cuando pasó a su lado, sellando las rejas antes de volver hacia el salón con pasos elegantes e igual de silenciosos. Draco tomó una gran bocanada de aire, armándose de valor para enfrentar a su rival en el colegio.
—Malfoy —escupió el pelirrojo sujetando uno de los barrotes apartando la mano al instante con un quejido saliendo por sus labios.
—Está encantada —masculló Draco enarcando una ceja. —Fueron estúpidos al dejarse atrapar.
—No es como si quisiéramos estar aquí para tomar el té Malfoy. —Draco enarcó una ceja ante el comentario, para nada impresionado por el sarcasmo en el tono de Weasley.
—Enviaré a alguien para que venga a rescatarlos —informó dirigiendo su mirada hacia el azabache quien lo observaba con un brillo peculiar en sus ojos verdes. —No duden y váyanse, buscaré la forma de mandar a la sangre sucia con ustedes.
—¡Malfoy, desgraciado hurón rubio, lo pagarás! —rugió Weasley golpeando los barrotes con su puño soltando un alarido de dolor cuando los huesos de sus dedos tronaron al rebotar el impacto.
—Lo sé, lo sé —restó importancia sacando su varita para conjurar un hechizo curativo en los huesos rotos del pelirrojo. —Creí que serían más astutos que esto, pero veo que sin la sangre sucia no son nada.
El azabache detuvo a su amigo cuando intentó golpear nuevamente los barrotes de la reja. Al ver la acción repetida del pelirrojo, Draco puso los ojos en blanco sintiendo lástima por que Granger tuviera que soportar tanta estupidez en una sola persona.
—Esto te pondrá en peligro.
El azabache se acercó a la reja, clavando su mirada en Draco, quién desvió la mirada sintiéndose incapaz de enfrentar la preocupación que se reflejaba en el rostro serio que no había visto en todo el año después de la muerte de Dumbledore.
—Toma —deslizó su propia varita en una de las manos del azabache. —Necesitarás una varita que te responda bien.
Sin decir nada más dio media vuelta y volvió escaleras arriba hacia el salón, soltando el aire que no sabía que estaba reteniendo. Antes de entrar, se apresuró a llamar a Dobby para ordenarle que ayudara a los prisioneros a escapar. El elfo doméstico aceptó de buena gana inflando el pecho de orgullo al tener la oportunidad de ayudar a su amigo Harry Potter, desapareciendo con un repentino chasquido sin dejarlo terminar de hablar como siempre había hecho desde que Draco tenía memoria. Sintió un apretón en el pecho, un extraño presentimiento instalándose en el fondo de su mente.
Un alarido de dolor resonó en las paredes de la mansión, dándole escalofríos en cuanto pisó el interior del salón. Su madre sujetaba con fuerza la hombrera del traje de su padre quien a su vez no le quitaba la mirada al bastón sin varita que había formado parte de su imagen como mago influyente, aún cuando Draco se colocó a su lado con pasos titubeantes.
Bellatrix estaba recostada sobre la chica castaña, trazando con su daga maldita una palabra en el antebrazo pálido, arrancándole súplicas con cada hilo de sangre que formaba. Enfurecida clavaba más la punta del filo con cada pregunta que solo era respondida con sollozos y alaridos.
La impotencia le supo como un trago amargo de whisky de fuego pues había entregado su varita momentos atrás sin pensar en eventualidades como la que sucedía frente a sus ojos. No podía intervenir, al menos no sin levantar sospechas sobre los prisioneros en el calabozo. Esperaba en Merlín que ya hubieran huido lejos de Wiltshire.
Merlín estaba ocupado, pues Draco no se explicaba otra razón por la cual pudo ver por el rabillo del ojo como Potter salía por la puerta que daba al calabozo lanzando hechizos en contra de Bellatrix con Weasley pisándole los talones. Quiso lanzarles una maldición que los hiciera pensar con la cabeza fría por una vez en la vida, pero su tía fue más rápida logrando sostener a Granger como rehén con la daga que estaba utilizando apretada contra el cuello de la castaña.
—¡Bajen esas varitas! —ordenó con una sonrisa ladina presionando el filo de la daga contra la piel de Granger sacándole un poco de sangre. —¡AHORA!
Potter y Weasley soltaron sus varitas alzando sus manos en rendición. Draco tuvo que contener la sorpresa al no haber notado que la comadreja se había hecho de una varita en ese ataque desastroso y poco organizado.
—Draco, recógelas.
Se apresuró hacia las varitas procurando evitar con su cuerpo que su tía reconociera la varita que Potter había utilizado. Volvió rápidamente junto a sus padres con las varitas firmemente apretadas contra el pecho.
—Harry Potter—Bellatrix clavó su afilada mirada en Draco quien sintió que las manos se le entumecían. —¡Llámalo!
Draco siguió el camino de su mirada, notando que estaba posada en el antebrazo que poseía la marca tenebrosa. Bellatrix al no recibir respuesta insistió a Lucius con un tono más desesperado. Draco tenía una súplica a su padre en la punta de la lengua, pero fue interrumpida por el rechinar que producía el candelabro que iluminaba la habitación al ser aflojado.
En un segundo Draco se encontró forcejeando con Potter por las varitas que había recogido, las entregó en cuanto fue consciente de que las mantenía contra su cuerpo, para evitar retrasar más su escape. Por el rabillo del ojo pudo notar a su padre y madre batirse en duelo con el trio dorado mientras buscaban acercarse a Dobby, quien los esperaba en el barandal de las escaleras con una mirada ansiosa.
Draco contuvo un grito de advertencia cuando el zumbido silencioso de la daga de su tía cortando el aire en dirección a Potter desaparecía con el grupo gracias a la magia del elfo doméstico. El miedo se instaló en la boca de su estómago, retorciéndolo como si se tratara de una masa para tartas.
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Ollivander observó la varita de madera oscura entre sus manos con una mueca que pretendía esconder el disgusto que la experiencia le estaba provocando. Harry podía verlo en cada una de sus facciones, incluso podía jurar que Ollivander mantenía una charla con la varita como si compartieran confidencias.
—Madera de nogal, doce pulgadas, fibra de corazón de dragón, excepcionalmente rígida —masculló tendiendo la varita hacia Harry. —Esta varita perteneció a Bellatrix Lestrange, tenga mucho cuidado en utilizarla.
Harry asintió tomando la varita evitando tocarla mucho más tiempo del debido, deseando poder destruirla sin más. Sabía que era un elemento importante del que podrían sacar provecho, pero eso no evitaba que quisiera sacar la espada de Gryffindor y partirla por la mitad de un solo tajo. La soltó sobre el colchón de la cama donde estaba sentado, tomándole más importancia a la varita que el mismo Draco Malfoy le había entregado.
—¿Qué me dice de esta?
Ollivander pareció mucho más satisfecho con la nueva varita que Harry colocó entre sus dedos, un suspiro complacido abandonando sus labios para sorpresa de todos en la habitación.
—Draco Malfoy — una sonrisa solemne curvó sus labios mientras acariciaba la delicada madera con movimientos suaves. —Madera de espino, crin de unicornio, diez pulgadas. Razonablemente flexible. Su lealtad es incuestionable.
—¿Qué quiere decir con eso? ¿Es seguro usarla?
Ollviander le tendió la varita a Harry para colocarse de pie y dirigirse a la ventana de la habitación que daba al mar dando la espalda a las demás personas en la habitación. Harry volteó a ver a Ron y Hermione, quienes tenían la misma cara de confusión que seguramente él tenía.
—Esta clase de varitas se caracteriza por ser la más leal de todas. —Harry bajó su mirada hacia la que tenía en las manos sintiendo la cálida vibración de la magia hacerle cosquillas en la punta de los dedos. —Quiere decir que la lealtad de la varita reside donde brota la fidelidad de su dueño.
Harry sintió como el corazón le martilleaba como si quisiera salirse del pecho.
—En otras palabras —Ollivander volteó hacia Harry con un gesto que no supo identificar. —No tendrá ningún fallo al usar la varita, señor Potter.
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—¿Porqué no le dijiste? —Potter mantenía la mirada fija en él, su varita apuntaba contra los otros dos Slytherin que lo acompañaban—A Bellatrix.
Draco retrocedió unos pasos apuntando la varita de su madre hacia un punto cercano a donde estaba Potter, disimulando lo más que podía. Sintió como Zabini le dirigía una de sus clásicas sonrisas burlonas mientras que Crabbe lo fulminaba con la mirada.
—Sabías que era yo. No dijiste nada.
—Basta ya, matémoslo —incitó Crabbe adelantándose un paso.
Draco detuvo su avance con una mirada.—Tranquilo.
—¡Expelliarmus!
El conjuro casi los rozó, impactando en uno de los espejos polvorientos recargado sobre una mesa redonda roída por el tiempo. Draco aprovechó la oportunidad para retroceder y buscar una salida de la Sala de Menesteres, esperando atraer a todo el grupo. El Señor Tenebroso lo había mandado a recuperar un objeto, pero él tenía otros planes.
Salvar a Potter de un posible encuentro con el monstruo que lo quería muerto.
—¡Avada Kedavra!
Draco pudo haber matado a Crabbe en ese momento.
—¿Qué crees que estas haciendo?
—Dime qué estás haciendo tu, Malfoy. Debemos entregar a Potter o recuperar la diadema de Ravenclaw.
—Podríamos ayudar a Potter —ofreció Zabini deteniendo los pasos tanto de Draco como de Crabbe.
—¡Traidor! —acusó Crabbe apuntando su varita hacia Zabini pero cambió de dirección cuando Weasley apareció detrás de ellos con su varita en alto. —Pestis Incendium.
Draco jamás había corrido tan rápido en toda su vida. Sostuvo con fuerza el brazo de Zabini arrastrándolo por los laberínticos pasillos de la Sala de Menesteres en busca de una estructura alta y segura para huir del fuego maldito que brotaba de la varita de Crabbe cual río sin cause.
Las lenguas de fuego les pisaban los talones para cuando lograron encontrar una torre medianamente estable. Draco sintió un sudor frío recorrerle el cuerpo, la respiración le faltaba con cada centímetro que lograba alejarse del peligro.
Al llegar a la cima pudo ver al trio dorado sobrevolar la habitación, pues el suelo estaba completamente consumido por las llamas hambrientas que se propagaban hasta llegar a los más escondidos recovecos. Un chillido se escapó de sus labios cuando una llamarada casi le alcanzó el brazo. Volteó hacia abajo una vez más para forzar a Crabbe a avanzar más rápido pero lo único que pudo ver era más fuego. Vincent no había logrado salvarse de su propia maldición.
—Si tan solo Vincent hubiera prestado atención para cuando le explicaron cómo controlar este horrible conjuro —se lamentó Zabini con la mandíbula apretada y las gotas de sudor rodando libres por su rostro.
Draco farfulló frunciendo el ceño en un intento por ignorar como su corazón se apretaba con fuerza. Paseó la mirada por la habitación notando a la distancia que la escoba de Potter se acercaba a ellos con gran velocidad.
—Esto aún no termina —Draco alzó las manos para intentar sostener el brazo que le tendía Potter en cuanto lo tuvo a centímetros de él.
Los cinco se apresuraron a la salida a una velocidad vertiginosa que seguramente marearía a cualquiera que no hubiese entrenado Quidditch. Una última explosión los propulsó hacia adelante haciendo que cayeran de bruces contra el suelo. Potter lanzó algo dentro de la sala antes de derrumbarse contra el suelo deteniendo su cabeza con un gruñido doloroso.
—Debemos reagruparnos —indicó Zabini sacudiendo sus pantalones rasgados.
—Pero-
—Ellos ya lo tienen solucionado Draco.
Zabini le tendió la mano para ayudarlo a levantarse. Draco le dirigió una última mirada a Potter notando como sostenía su varita contra el pecho como si su vida dependiera de ello. En la situación en la que estaban, lo más probable es que fuera verdad.
—Ayudemos a quienes nos necesiten.
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Harry giró la varita entre sus dedos sintiendo la madera bien cuidada tibia al tacto. La magia vibrando colorida en todo su núcleo. No podía dejarla atrás de esa manera, al menos no como había soltado la piedra de resurrección. La varita desvanecía la oscuridad que se cernía sobre sus pensamientos, como un soplo de aire fresco que le permitía guardar un ápice de esperanza. Muchos de sus compañeros habían fallecido intentando protegerlo, evitando que tuviera que enfrentarse a la muerte que lo esperaba si continuaba caminando hacia donde sabía se encontraba Voldemort con sus mortífagos más cercanos.
Su mano temblaba contra el agarre que tenía sobre el mango de la varita. La sangre se le helaba con cada latido de su corazón y su estómago se apretaba con cada paso que daba hacia su inevitable destino. Podía sentir el miedo apoderándose de cada fibra de su ser, tensando sus músculos, sofocando su respiración y alentando cada movimiento de su cuerpo. Haber visto a sus padres le había dado un poco de consuelo, al igual que poder ver a Sirius y Remus una última vez. Saber que la muerte no dolía como siempre había visto a escondidas en las películas que los Dursley sintonizaban los fines de semana resultaba como un gran alivio para su mente, pero su corazón aún danzaba inquieto.
El dueño de la varita entre sus manos estaba demasiado lejos como para poder devolverla y estaba seguro de que no podría pedirle a ninguno de los mortífagos de Voldemort que la regresara. Revelar que Draco Malfoy lo había protegido solo traería problemas con consecuencias irreparables.
Cuando distinguió el característico cabello rubio de Narcissa Malfoy entre el grupo de mortífagos sintió que podía liberar el aire que estaba reteniendo, relajando un poco sus músculos.
Ella no permitiría que la varita de su hijo fuera utilizada por alguien más.
Podía dejarla ir.
Por alguna razón no tuvo el valor para soltar la varita, aún cuando el rayo de la maldición asesina lo atravesó apagando el mundo ante sus ojos.
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Draco se sintió morir.
Harry
El aire no llegaba a sus pulmones, se estaba sofocando.
Harry
El mundo había dejado de girar sobre su propio eje, alguien lo había movido para alterar la gravedad en la que orbitaba.
Harry
No podía respirar.
—¡Harry Potter está muerto!
No
No
No
No
Pudo escuchar a la chica Weasley gritar, algunos de los alumnos y profesores profirieron sollozos lastímeros, incluso Zabini había llevado una de sus manos contra sus labios acallando un quejido. Todos a su alrededor contenían sollozos mientras gruesas lágrimas recorrían sus rostros con gestos cargados de tristeza.
Draco no sentía nada.
Draco no sentía.
—Draco, ven. —la voz de su madre fue lo único que pudo registrar moviéndose en automático hacia ella.
El silencio era cortante y sentía como traicionaba a Harry Potter con cada paso que daba hacia el lado de las personas que lo habían matado, pero era su madre quien lo estaba llamando. Potter entendería. Mordió su labio inferior con fuerza cuando helados brazos lo envolvieron por una fracción de segundo. La sangre abandonó su cuerpo, sintiendo como todas las emociones se diluían en agua líquida escapándose de su agarre.
Cuando pudo llegar al lado de su madre, la varita que le era tan familiar volvió a ser deslizada entre sus manos, marcando un final que Draco jamás pensó que llegaría. La madera pesó sobre su palma y la tibieza en el mango cosquilleó contra la punta de sus dedos. Harry Potter la había usado hasta ese momento, su magia estaba entrelazada en el núcleo que reverberaba contra sus dedos.
Longbottom avanzó unos pasos, avivando las risas de los mortífagos cuando lo vieron cojear hacia Voldemort. Draco notó por el rabillo del ojo un ligero movimiento en el pecho de Harry, imperceptible para cualquiera que no haya tenido que compartir casa con un grupo tan peligroso como el de Voldemort. Sacudió la cabeza, atribuyendo esa visión con una alucinación por el cansancio y la tristeza que le producía la muerte de Harry.
Su cuerpo se movió por instinto en cuanto vio a Potter saltar de los brazos de Hagrid. No tuvo tiempo para pensar, solo se apresuró hacia el frente y lanzó su varita lo más certero que sus reflejos le permitían.
—¡Potter! —llamó su atención sintiendo alivio cuando Harry atrapó la varita al vuelo lanzando un hechizo contra un grupo de mortífagos y bloqueando la maldición asesina que Voldemort no dudó en conjurar.
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El sol se desvanecía lentamente en el cuerpo de agua que rodeaba a Hogwarts. Harry por fin pudo apreciarlo después de estar demasiado ocupado huyendo de las garras asesinas de un loco maniático con ideas aferradas a la superioridad de la pureza de la sangre por más de seis años. Una calidez estaba instalada en su pecho mientras viraba la varita que había vuelto a él durante la pelea final.
—¿Por qué no le funcionó la varita? —Ron volteó en dirección a Harry aún sentado en el borde del puente medianamente destruido a la entrada de la escuela. —A Voldemort.
Harry bajó la mirada hacia la varita esbozando una sonrisa brillante.
—Cuando Draco subió a la torre de astronomía y desarmó a Dumbledore —volvió su mirada hacia el horizonte. —A partir de ese momento, la varita le respondía a él. Así era hasta que desarmé a Draco en la mansión Malfoy.
—Eso quiere decir que-
—Es mía.
Harry se volvió hacia sus amigos soltando una carcajada al notar las mejillas sonrojadas de Ron y la mirada escéptica de Hermione. Nunca se había dado el tiempo de disfrutar las reacciones que sus palabras causaban en sus amigos, siempre consumido en la preocupación de su próximo paso.
—Lo que dijo Ollivander —Hermione desvió la mirada con un rubor adornando sus mejillas —Sobre la lealtad de la varita-
—Draco es el único que puede responder a eso —Harry sintió calor en la punta de sus orejas.
—¿Qué harás? —Ron se levantó de su lugar de un salto. —Los aurores han detenido a todos los mortífagos, incluidos los Malfoy.
—Testificar, supongo.
—Haz estado obsesionado con él desde sexto año, tienes buen material.
—¡RON!
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—Quería devolverte esto, en persona —Harry tendió la varita como una ofrenda frente a Draco.
—No tenías que hacerlo Potter. —Draco desvió la mirada mordiendo con fuerza su labio inferior parando cuando sintió el amargo sabor de la sangre en su paladar.
—Quería hacerlo —insistió Harry tomando la barbilla de Draco para forzarlo a verlo. —Gracias a ti, Voldemort está muerto.
—Tomé la marca tenebrosa, soy otro de sus esbirros. No soy un héroe sacrificado como tu, nunca estuve del lado correcto cuando importaba. Yo no soy Granger o Weasley, siempre me interpuse en tu camino, soy el eterno antagonista de tu historia.
Harry dejó salir un suspiro sentándose en la orilla del escritorio de la oficina de Kingsley Shacklebolt; el futuro Ministro de Magia. Draco lo miró anonadado sintiéndose cada vez más ansioso por el camino que estaba tomando la conversación.
—La lealtad se presenta de distintas formas —Draco quiso rechistar pero no sabía que palabras decir para evitar que el salvador del mundo siguiera ese tren de pensamiento. Estaba demasiado cerca de la verdad y algo dentro de Draco se removía en anticipación. —Muchos van a grandes escalas y mueren por una causa, otros jamás revelan su papel en la historia y muchos otros no dejan lugar a dudas, expresan a los cuatro vientos sus creencias. Tu eres diferente, Draco.
Draco entrecerró los ojos, esperando lo peor.
—Tus palabras susurraban algo, pero tus ojos siempre gritaban otra historia.
Contuvo la respiración, su corazón dando un vuelco ante la sinceridad que podía encontrar en los ojos verdes del hombre que había crecido admirando. Titubeó un segundo antes de tomar la varita que había sido abandonada a un costado de Harry, acarició el mango con suavidad. La tendió una vez más hacia Harry quien lo miró desconcertado.
—Mi lealtad nació de la esperanza de que algún día podría mirarte a los ojos y ver en ellos el amor con el que parecían refulgir cada vez que comías tarta de melaza en el Gran Comedor o cada vez que atrapabas la snitch para darle el triunfo a tu equipo. Quería que tomaras mi mano y me aceptaras como un amigo, que me miraras como algo más que tu enemigo de escuela. Sé perfectamente que no hice nada para ganarme ese derecho, pero no puedes culparme por soñar con la vida que siempre anhelé desde que escuché la deslumbrante historia de Harry Potter hace todos esos años atrás.
—No te amo Potter porque seas el salvador del mundo o el elegido o el niño que vivió. Tu leyenda impresionaría a cualquiera pero tu personalidad es la que en verdad hace que caigan por ti. No voy a llenarte de halagos ni mucho menos voy a empezar a enlistar todas las razones por las cuales me enamoré de ti, porque no voy a hacer esa clase de ridículo. Te digo todo esto porque sé que a partir de este momento nuestros caminos se separarán y quiero hacerlo de la forma más honesta que pueda, aún cuando eso signifique quedar en vergüenza.
Harry estaba boquiabierto, la sorpresa tatuada en cada una de sus facciones. Draco soltó una risa amarga antes de volver a colocar su máscara de indiferencia en un intento por no sentirse más vulnerable de lo que ya estaba. Afianzó su agarre sobre la varita y dando media vuelta se dispuso a volver hacia la puerta de la oficina, despidiéndose para siempre de Harry Potter.
—No puedes esperar que te deje marchar así, sin más —Draco no tuvo el valor para voltear a ver a Harry eligiendo quedarse frente a la puerta. —Esta vez no serás el de la última palabra, Draco.
Sintió como un escalofrío lo recorría completo al escuchar por primera vez como Harry llamaba su nombre, cada sílaba acariciada con delicadeza, como si estuvieran hechas de cristal.
—Hemos estado dentro de este tira y afloja por años —Harry tomó la muñeca de la mano de Draco con la que sostenía su varita. —Tu dices cosas desagradables sobre mí, yo digo cosas desagradables sobre ti. Insultas a mis amigos, yo insulto a los tuyos. Siempre hemos estado en extremos opuestos, no pretendo ignorar todo lo que me has hecho en el pasado así como tampoco espero que tu ignores lo que he hecho-
Draco pudo sentir la mano de Harry titubear junto con sus palabras, bajó la mirada para encontrar como acariciaba con suavidad la cicatriz que el Sectusempra le había dejado. Una fina línea plateada que recorría todo su cuerpo hasta la cadera.
—Aún tenemos un gran camino por recorrer, pero yo también quiero que lleguemos a ese punto donde podamos vernos a los ojos y sentir que somos la estrella más brillante en la constelación del otro. ¿Qué dices?
Draco tomó una fuerte bocanada de aire antes de volverse hacia el azabache. Los ojos de Harry tenían un brillo diferente, centelleaban con la potencia del fuego que casi acaba con sus vidas en la Sala de Menesteres. Abrazador, violento y salvaje. Había un desafío ahí, algo que encendió una llama en el corazón helado de Draco. Habían perdido mucho, se habían hecho demasiado daño, pero una varita los había colocado en una posición de la que no planeaba escapar.
—¿Asustado Potter?
—Ni un poco.