Angels like you

Formula 1 RPF Motorsport RPF
M/M
G
Angels like you
Summary
George es la criatura más hermosa que Alex jamás vio, como un ángel en la tierra que te quiere hacer conocer el paraíso

El sol todavía sigue oculto cuando los primeros movimientos en las instalaciones del gran hotel Russell se empiezan a percibir. Si uno es bien atento, puede escuchar a los proveedores dejar la mercadería en la puerta trasera que da directamente a la cocina donde ya los cocineros se están encargando de preparar no solo los desayunos de sus huéspedes, sino también los diferentes platillos que se servirán para el gran evento que todos los años se organiza para celebrar el solsticio de verano, haciendo honor el día de apertura de sus puertas al público por primera vez.

 

Todo debe salir perfecto y no se puede arruinar la mítica reputación que precede a sus típicos festejos de aniversario, pues es bien sabido por toda persona cuyos ingresos se encuentran en ese pequeño y cerrado porcentaje de la población que solo la élite puede llegar a ser invitada a este evento exclusivo; únicamente si estás nadando en oro y diamantes, y sos de doble apellido, las puertas de madera maciza se te pueden abrir.

 

El aniversario significa que toda la alta sociedad se junta para regodearse en sus fortunas, para demostrar qué familia está por encima de la otra y no era tan simple como despilfarrar dinero. No, consistía en hacerlo notar con acciones más sutiles, discretas, con la forma de vestirse, con los decorados en sus prendas y los accesorios. Quienes relucían algo demasiado ostentoso y visiblemente caro, no eran históricamente de la elite, solo nuevos ricos. En cambio, lo sutil y discreto, fino y elegante demostraba el verdadero linaje.

 

George, único heredero de las propiedades Russell y pronto a tomar el mando de toda la fortuna luego de que su abuela decida cuando hacer la transición, vio durante toda su vida cómo la celebración es llevada a cabo con cada uno de sus invitados presumiendo que tuvieron el privilegio de bailar en el piso de mármol extra pulido, bajo las arañas y candelabros cuyas piezas fácilmente eran confundibles con diamantes -si es que no había pequeñas piezas con ellos- y tener música en vivo con los mejores músicos del país y del mundo, escuchando cómo la gente que había quedado fuera envidiar no poder haber asistido a un evento tan esplendoroso y magníficamente planeado, con cada rincón gritando lo asquerosamente caro que toda la producción había costado.

 

Es por ese motivo que sus grandes ojos celestes se abren apenas el sol se cuela por sus pulcras cortinas de lino color marfil y se levanta animado, con mucho entusiasmo; no puede esperar para el gran evento de la noche.

 

Se despereza estirando sus brazos al cielo, abriendo sus manos como los gatos hacen con sus patitas y frota su puño contra uno de sus ojos para acostumbrarse a la luz. Aparta los edredones de más de mil hilos dejando ver su pijama azul oscuro de seda y se levanta de su cama king size. En lo que va al baño de su habitación, no puede evitar admirar el atuendo colgado en su vestidor para utilizar a la noche. Su disfraz consiste en un traje de dos piezas con tonos blancos cremas en degrade al negro, con bordados de detalles en plata y perlas sobre tul chocolates para simular las alas de un angel que planea representar. Lo que le encanta de su outfit es como no es puramente níveo, por el contrario, las tonalidades oscuras se priorizan para resaltar su pálida piel y su cabellera chocolate.

 

Y, sí. él ama el color negro, cómo le queda, cómo lo estiliza, lo elegante y misterioso que es. Claramente, su disfraz iba a llevar algo de negro.

 

Volviendo a lo importante, no puede esperar a que se haga la hora para deslumbrar a todos con su belleza, pues él no va a fingir una falsa modestia, sabe que es atractivo y no tiene pensado ocultarlo; esa es la parte que más le gusta, saber quién será la próxima presa que caería rendida a sus encantos. Porque el aniversario también trae consigo a jóvenes herederos y herederas-dado que no hace distinción a qué belleza tendría en sus brazos- con brillantes futuros y fortunas, como a nuevos multimillonarios que quieren presentarse en la alta sociedad pisando la alfombra de terciopelo rojo del dichoso hotel.

 

Finalmente se higieniza y recibe su desayuno en la habitación; omelette, tostadas con palta, un exprimido y un té de hierbas. Para acompañar, pone en el televisor las noticias para llenar el ambiente -están hablando de una investigación policial no sabe dónde, tampoco le interesa- y come en silencio mientras ve los últimos detalles del evento en su tableta.




***




Con una puntualidad casi militar, una figura hace presencia en el recibidor a las diez de la mañana, dice su apellido “Albon” y la recepcionista con facilidad le extiende su tarjeta magnética de la habitación reservada. Le agradece con una sonrisa y se aleja para tomar el ascensor, a sabiendas que la muchacha se sonrojó ante su amabilidad que seguramente no recibe a diario. No hace falta que se voltee a verla para comprobarlo, con facilidad escucha como esta le comenta a su compañera lo que acaba de pasar. Mientras espera a que baje, se dedica a observar el lobby y a su lujosa decoración, especialmente a las escaleras que conecta a la primera planta con alfombra de terciopelo rojo donde está por subir con la elegancia de un gato una figura masculina que se arriesgaría a describirlo como un ángel, un ángel vestido completamente de negro con una camisa traslucida de encaje cuyo cuello en V deja ver sus pálidas clavículas y unos pantalones sueltos que resaltan su fina cintura como el largo de sus piernas.

 

Desde donde está puede adivinar que es un muchacho seguramente de su edad, quizás más joven. Es bello, debe admitir. Tiene un rostro delicado, de piel blanca, ligeramente bronceada, con labios igual de rojizos a una manzana con sus pómulos marcados por un rosa que no se atreve a afirmar si es por timidez o ya naturalmente son así. Sin contar del café de su cabello, similar al ámbar encastrado en oro de sus colgantes contrastando al zafiro de sus ojos decorados por tupidas pestañas revoloteando como alas de mariposa al momento en que ambos conectan miradas. 

 

Conexión que dura poco porque vuelve su atención al ascensor que se abre frente a él y se mete dentro de este, en lo que las puertas se cierran intenta captar los últimos detalles de aquel chico que se queda mirándolo desde las escaleras concediéndole una apenas perceptible sonrisa.



***



Una vez que Albon se acomoda dentro de su habitación decide ir a la pileta interna del hotel de la planta baja, llega al espacio y se siente gratamente feliz al ser el único ocupando dicho espacio. Entonces, entra en calor y se saca la bata blanca cubriendo su torso desnudo, quedando en su traje de baño azulino y se mete al agua climatizada de un salto, moviéndose ágilmente dando brazadas para ir de una punta a otra de la pileta. 

 

Repite el ejercicio un par de veces hasta que los pasos de alguien lo mantienen atento y al sacar su cabeza a la superficie, tomando aire, se encuentra con la figura del muchacho que vio cuando apenas llegó al hotel, también vistiendo un simple bañador negro, ajustado a su cadera, sin dejar nada a la imaginación, contrastando con la piel palida, pulcra, cubierta por músculos marcados en su torso y abdomen. Definitivamente el niño lindo cuidaba su cuerpo.

 

—Buen día — Le desea al ángel frente a sus ojos, este baja su mirada y le sonríe levemente, sin mostrar sus dientes, solo estirando la comisura de sus labios. 

 

—Buen  día —Repite el chico y su voz sale tenue, pero grave, tal cual a la imagen que había creado en su imaginación. —¿Recién llegado?

 

—Así es —Albon asiente y se acerca a la orilla para salir del agua de un salto sin ninguna dificultad; el contrario no deja de estar atento de sus movimientos, sin perder detalle de estos, acercándose hasta él con cierta lentitud que incrementa a las expectativas de lo que podría llegar a ocurrir.—Alexander Albon, un gusto.

 

De nuevo, aquella sonrisa enigmática de Gioconda se pinta sobre su delicado rostro. —Lindo nombre.

 

El chico delinea con sus dedos el pecho desnudo de Ale, justo en una cicatriz que se extiende de su brazo izquierdo a su clavícula, el toque es suave, sutil, pero el roce es suficiente para generar un cosquilleo por aquella zona, poniendo sus pelos de punta.

 

—Gracias… — Murmura hipnotizado por aquella sensación sobre su piel.

 

—¿A qué se debe? —Pregunta el chico con la punta de su dedo índice sobre el final de la cicatriz rosacea en la clavícula, sin apartar sus ojos celestes de ella.

 

—¿A qué te referís? 

 

—a cómo te hiciste la cicatriz —Responde y vuelve a mirarlo, a esa distancia puede reafirmar a la descripción que hizo en su cabeza sobre el ojiazul, su rostro es como aquellas pinturas de los museos, perfectamente pintadas y hermosas, dignas de admirar.

 

—De chico, jugando con mis primos en la quinta —Alex comienza a relatar brevemente la anécdota, contando los datos suficientes para que entienda el contexto y los puntos que terminó recibiendo aquella vez. —Es una fea marca.

 

—No, no lo es —Albon se sorprende y alza sus cejas sin ocultarlo, en tanto el desconocido presiona en el punto. —Es muy bonita.

 

—¿En serio?

 

—sí, me gusta, te queda bien la cicatriz. —El toque del muchacho desaparece y se siente raro, surge un cierto vacío, extrañando la sensación de las finas manos ahora ausentes. —Por cierto, soy George.

 

El rostro de Alex es digno de admirar con sus cejas levemente alzadas, mostrando su sorpresa ante la realización de con quién está hablando.




***




George no acostumbra a bajar al restaurante del hotel a comer, no suele hacerlo, pero está vez es una excepción. Vistiendo una camisa marfil de lino, hecha a medida y unos pantaloncillos cortos del mismo color se sienta en una de las mesas con exasperación dado que los meseros no lo atendieron rápido; ¿acaso no sabían con quién estaban tratando?

 

Luego se encargaría.

 

De repente, Alexander entra en su campo de visión viéndolo ingresar por las puertas traslúcidas portando una camisa negra y pantalones de vestir, buscando con su mirada a alguien y ese alguien es él, por supuesto que lo es. El morocho toma asiento en su mesa luego de preguntarle si está ocupado, a lo que el heredero de la cadena de hoteles niega con la cabeza y ambos quedan enfrentados. 

 

Con más velocidad que cuando le tomaron el pedido, un mesero se acerca y escucha que Alex pide algo asquerosamente caro que no iba a llenarlo. Sin poder evitarlo quiere reírse, pero se controla manteniendo su expresión estoica. Por donde lo veía se notaba que era un nuevo rico, que se hizo multimillonario con algún emprendimiento o algo parecido; muy fácil de leer.

 

—¿Qué te trae al hotel? — Pregunta George mientras lleva una pequeña porción de pasta a su boca.

 

Albon se arremanga su camisa, George piensa que no debe estar acostumbrado a usarlas por lo desprolijas que quedan sus mangas, y se apoya sobre la mesa con sus codos, centrando toda su atención en él. —Lo que convoca a la mayoría o a todos los huéspedes hoy, el aniversario del hotel.

 

—¿Ah, sí? ¿Sos uno de los invitados? —Georgr detiene su comida por un instante para mirar de reojo al morocho, quien no parece inmutarse, sino que su sonrisa se ensancha. 

 

—Por supuesto —Asegura con entusiasmo echándose al respaldo de la silla.

 

De vuelta George quiere reírse, pero se lo guarda para sí, ocultando una pequeña sonrisita tras la servilleta que pasa por sus labios. —¿De qué te vas a disfrazar?

 

—¿Acaso querés reconocerme en medio del salón?— Pregunta Alex con diversión y soberbia en su voz, haciendo que George quiera virar sus ojos. —Porque a mi también me gustaría, corazón. Voy a estar disfrazado de un dios griego, ¿y vos?

 

—Corazón…— Murmura fingiendo un tono dulce, aunque oculta cierta molestía en ella; no le gusta esa actitud de nuevos ricos con fanfarronear lo que tienen, es tan de mal gusto y bajo nivel. Tiene que agradecer que le parece lindo, hasta tierno, sino ya hubiese abandonado la mesa. —Disculpame, pero me temo que es una sorpresa. 

 

—Oh, ¿en serio? — Alex le mira decepcionado. — Dame una pista al menos.

 

—Le quita lo divertido—Justifica George haciendo un puchero con sus labios. —Si me lográs reconocer te puedo conceder un deseo.

 

Una sonrisa se pinta en los labios del morocho. —¿Qué clase de deseo? 

 

—Ah, no sé, primero tenés que cumplir con esa misión. —El ojiazul se levanta de su silla justo cuando llega el mesero con su pedido, no permitiendo a Alex detenerlo.



***



Para matar el tiempo y aprovechar su estadía en el lujoso hotel, Alex sale a los jardines a caminar, a estirar las piernas e investigar un poco de aquellas opulencias que hacían tan famoso entre ricachones a ese lugar. Había visto en fotografías que la familia Russell mantenía un extenso laberinto de arbustos de rosas como atracción turística de la zona -aunque claramente solo pocos con la guita suficiente podía acceder a conocerlo-, por lo que deseaba ver con sus propios ojos esas majestuosas obras de jardinería.

 

Con sus manos en los bolsillos de sus pantalones beige de lino, silbando una canción que debió haber escuchado en la radio del auto en el que vino al hospedaje, se encaminó al laberinto que lo recibió con un arco de enredadera de jazmines y finalmente se metió allí. 

 

Alexander mientras camina admirando las rosas, se pregunta qué habría en el centro; si alguna fuente, bancos o algún árbol. Se detiene cuando ve una figura pasar de repente, pero que no logra identificarla por lo rápido que iba.

 

Quizás fue su imaginación, piensa en sus adentros para tranquilizarse a sí mismo. Él no creía en fantasmas, ni de que alguien intentara hacerle daño teniendo en cuenta lo exclusivo del hotel y el nivel de seguridad que poseía por la calidad de sus huéspedes, así que no tenía sentido que se ponga nervioso por una nimiedad.

 

Regresa su atención a las flores, específicamente a una rosa cuyo rojo es vibrante, imposible de ignorar entre todo el verde que lo rodea, e intenta robarla para sí y que sirva como separador en su libros que había traído de su viaje, pero siente una presencia a sus espaldas que hace que se voltee de repente encontrándose con George, dándole un pequeño susto en el proceso.

 

—¿Qué hacés con mis flores? — Pregunta el lindo muchacho acercándose a tomar el tallo de la rosa entre sus dedos, sin preocuparse de las espinas que están clavándose en su piel. Su mirada es seria —Es demasiada osadía de tu parte.

 

—Para coleccionar —Se justifica Alex con un tono arrogante, canchero, tomando la mano blanca teñida de rojo de George apartando la flor con delicadeza. —Permitime, te estás lastimando.

 

—No te preocupes —Oye decir a George en un tono distante. —Es lo mismo que sufren mis flores.

 

—Es una simple rosa, van a crecer más —Da un consuelo vago, muy superficial y carente de real sentimiento. Luego besa los nudillos del heredero. —Además, ahora tengo un recuerdo tuyo.

 

El muchacho se le queda viendo, parpadeando un par de veces antes de sonreírle levemente y acortar las distancias para besar los labios de Alex, quien sin dudar corresponde el gesto gustoso.

 

Al principio es lento, delicado, incluso hasta inocente con movimientos algo torpes, pero no demora en tomar otra sazón, en volverse hambriento cuando el ojiazul lleva su mano teñida de carmesí a la mejilla del morocho, manchandola, mordiendo su labio inferior sacándole un quejido, elevando el calor en su cuerpo y despertando su miembro las veces que sus caderas se rozan y buscan fricción.

 

En todo ese embriagante trance, George se aparta lentamente sabiendo que le deja deseando por más, que lo tiene hechizado bajo su poder, y se retira por uno de los pasajes del laberinto de rosedal.





***



Los preparativos están listos, las flores, los manteles, las alfombras, la comida. George supervisa todo por última vez antes de dirigirse a su habitación para alistarse para el gran evento. Cuando llega allí dentro, sus estilistas lo están esperando para ayudarlo a cambiarse, arreglar su cabello y maquillarlo. Recibe muchos halagos por la elección de su disfraz, todos le aseguran que será la estrella de todo el evento y su belleza será hablada por todo el mundo, lo que infla su ego al punto de quedarse largos minutos frente al espejo sintiendo las texturas de las telas con sus dígitos.

 

Tiene que salir de su trance cuando le llaman para que vaya a recibir a los invitados que van llegando con sus disfraces y máscaras, intentando relucir las fortunas de las familias ahí congregadas. Como anfitrión y común habitué al evento, siempre le da risa esa fascinación de no querer perder la finesa y no querer arriesgarse en los trajes por parte de los más longevos. Unos aburridos, se burlaría George en su interior.

 

Finalmente, hace entrada al salón y las miradas se centran en él, en su porte y en la capa que simula unas alas oscuras a su espalda. Puede escuchar los murmullos, muchos alabando su belleza y otros criticando su falta de decoro por su pecho casi al desnudo bajo el encaje junto a su maquillaje en sus ojos.

 

El ambiente está lleno de las melodías interpretadas por la orquesta ubicada en medio del lobby del hotel, sobre un elegantísimo escenario en forma de "u", bajo el alto techo con colgantes plateados simulando una lluvia de diamantes. Los aperitivos se encuentran en diferentes mesas ubicadas frente a los ventanales y ya hay varios ahí charlando de sus viajes a Europa y a alguna isla del pácifico a la que fueron a vacacionar para tener un cambio de aires.

 

Entre esa gente se encuentra el morocho, disfrazado de Eros, el dios del amor, derrochando ese carisma con otros jóvenes que lo rodean. No iría a su encuentro, qué tenía de divertido eso cuando estaban jugando al gato y al ratón. 

 

George, sin embargo, pasea por los rincones, saludando brevemente a quienes lo detenían para elogiar la organización y felicitarle por ser pronto a recibir el traspaso de poder, teniendo que quedarse en la charla cuando las señoras le preguntan sobre su vida amorosa intentando sacarle información para ofrecerle a alguien de su familia como pretendientes. Ellas solo quieren tener beneficios en su tan preciado hotel y piensan que él no se da cuenta; será joven y lindo, pero las conocía demasiado bien.

 

Cuando siente la pesada y profunda mirada de Alex desde el otro extremo del salón, con el Mesías de Handel de música ambiente, se disculpa con quienes estaba charlando y sale al aire libre, a la noche envolviendo los terrenos de King’s Lynn.

 

Como esperaba, Albon va a su encuentro, le sigue como un perrito tras su dueño y se meten en el laberinto de rosas, con la capa marfil y chocolate volando por los aires, siendo de guía al morocho que corre tras él. Sin embargo, Alex llega solo al centro del laberinto, donde se impone una fuente de mármol con la estatua del ángel Gabriel expulsando chorros de agua. Su ángel no estaba a su alrededor.

 

—Bonito, ya te reconocí —Dice en voz alta, dando vueltas alrededor de la fuente. —Dejá de esconderte.

 

Estando ahí, Alex escucha a la distancia el murmullo de la música del evento, un poco el silbido del viento como augurio de una noche fresca y a algunos pájaros cruzando por encima suyo, yendo de un árbol a otro.

 

Entonces oye la suave risa de George apareciendo por uno de los pasillos, su sonrisa es bellísima, divertida e igual de roja que las rosas que los rodean. La oscuridad ya cae sobre ellos, los ilumina los faroles y la luna en lo alto del firmamento.

 

—No me encontraste — Le dice con un puchero en sus labios. —No sé si quiero cumplir tus deseos.

 

—Pero te reconocí y te seguí, merezco algo.

 

George avanza hasta el morocho y pone sus manos sobre el pecho de este, quien aprovecha para colocar sus grandes manos en las caderas estrechas del ojiazul y estirarse a robarle un fugaz beso.

 

—Tramposo —Se queja George fingiendo estar ofendido, mientras contiene una sonrisa.

 

—¿Siempre hacés esto? —acaricia la cadera con sus pulgares. —¿Los traés acá?

 

La boca de voz suelta un jadeo de fingida sorpresa. —Entonces escuchaste sobre mí, no me gusta que le hagas caso a los rumores.

 

—Pero hablan muy bien de vos, dicen que podés mostrarme la magia y el cielo…

 

 El más alto se lanza sobre George a devorar su boca de una forma salvaje, casi de un hambriento al que le ofrecen un banquete. Tiene que ser el de ojos celestes quien baje un poco el ritmo para poder apartarse ligeramente, tomar su muñeca y llevarlo a un lugar mejor, como su propia habitación en el último piso del edificio. No podían coger ahí, era mucho más fino que eso.

 

Apenas se abre la puerta y dan paso a la intimidad de aquel piso, la ropa va desapareciendo por el piso pulido, la capa ya es solo parte del decorado y George cae a la cama con su torso desnudo, blanco como la nieve, siendo pintado por chupones hechos por el morocho que quiere marcar como suyo toda la geografía de aquel cuerpo.

 

Los labios carmines del joven heredero no contienen los sonidos de placer, es más, es vocal cuando el morocho se ocupa de masturbar su miembro mientras juega con sus pezones rosáceos con su boca.

 

—Dale, no jugués más. — Pide George con la voz rota, llena de deseo y desesperación para saciar su lujuria. El morocho no necesita más para ceder a sus instintos más bajos, queriendo satisfacer ese ruego lascivo del chico debajo de él.

 

La fiesta sigue su curso, con los invitados ignorantes del ruido sucio de pieles chocando, los jadeos y los gemidos de los amantes uniéndose bajo la luz de la luna llena iluminando aquella noche de verano.

 

George llega primero al orgasmo con su garganta desgarrada, clavando sus uñas en la espalda del morocho y dejándole marcados rasguños en su piel. Alex alcanza su clímax después, arremetiendo contra su entrada un tiempo más hasta acabar dentro él, con la semilla manchando las pulcras sabanas blancas. 

 

Ambos se quedan un rato en la cama recuperándose y George se dedica a delinear la visible cicatriz en el hombro del morocho que se dedica a observar los detalles de su rostro concentrado.

 

—Es hermosa tu cicatriz —comenta embelesado George raspando aquella línea rosada con la uña de su dedo índice.

 

—¿Mmm? — Alex parece que no escuchó lo dicho, está demasiado perdido en la mirada celeste del contrario.

 

—Me pregunto cómo habrá sido la herida abierta— murmura suave. — Cuánta sangre salió, si se pudo haber visto algo más…

 

De repente, Albon siente un ardor, la uña del ojiazul le rasguña con más fuerza y se puede ver un pequeña gotita de sangre salir en la línea rosácea.

 

—¿De qué hablás? —George disfruta sentir como el cuerpo del contrario se tensa y los ojos cafés del morocho denotaban temor, miedo.

 

—Quiero que tengas otra cicatriz más,  —Besa su mandíbula y se coloca sobre el regazo de Ale. —una más linda, más grande…

 

George se despega del cuerpo del contrario para buscar algo debajo de la almohada y saca una navaja cuya hoja brilla en medio de la oscuridad, a simple vista se nota lo afilada que está. El ojiazul la empuña y con rapidez la alza contra Alex, cuyos reflejos le salvan que lo apuñalen, sosteniendo la muñeca con el arma. 

 

George forcejea, se niega a que su presa se salga con la suya, por lo que Alex debe aprovechar su fuerza para tirarlo contra la cama, sosteniendo las manos del heredero del hotel sobre su cabeza intentando que suelte la cuchilla.

 

De repente, el ojiazul deja de moverse y mira a su captor con un puchero en sus labios.

 

—Cariño, dejame ir — Pide  Geroge con una fingida inocencia. —Fue todo un chiste, un juego.

 

—Soltá el arma, George. —Exige Albon con firmeza con ambas piernas inmovilizando al chico.

 

—No seas aburrido, amor—Insiste utilizando sus encantos, batiendo sus pestañas, sonriendo, pero no es la coqueta de la fiesta; no, se ve desencajada, maníaca. —Podemos seguir con otra ronda, no sabés cómo me ponés estando así… Tenés que dejarme libre.

 

—No hasta que sueltes el arma.

 

Finalmente, George libera la navaja. Alex la toma y la lanza lejos a algún rincón de la habitación. Ambos quedan en silencio, mirándose por un largo rato hasta que Albon sale de la cama, tomando sus boxers del piso y se aleja hasta una distancia segura. 

 

—¿Te asustás de una pequeña cuchilla? Te vi más valiente que eso — Le dice George gateando sobre la cama, desnudo, con su piel nivea resaltando, su tono es escalofriantemente suave, dulce como la miel.

 

—Estás loco 

 

—¿Por qué? —Se levanta de la cama y camina hasta él. Alex está petrificado sosteniendo el picaporte de la puerta —Solo quiero divertirme con vos, es un juego, no seas malo.

 

—Ya le hiciste esto a otras personas antes, ¿no? —Vuelve a preguntar Alex, retrocediendo lentamente mientras que intenta cerciorarse que no hay otra arma dentro de la habitación. —No soy tu primer…

 

—Y si lo hice antes, ¿Qué? —George se detiene en medio de la habitación y toma una bata colgada en el respaldo de una silla, es de seda rosa viejo. Se va acercando lentamente hasta acorralar al morocho contra la pared, tomando con sus manos su cuello —Quiero tenerte otra vez, sigamos.

 

—Nicholas Latifi, Lance Stroll, Lewis Hamilton… —George frunce el ceño ante la enumeración de esos nombres. —Fuiste vos.

 

—¿De dónde sabés eso? —Presiona sus pulgares contra la garganta del más alto. —¿Quién sos?

 

—Lo hiciste, ¿cierto? —Repite Alex tomando las muñecas de George, que mete más presión en su agarre. —Es verdad que los engatusaste para luego matarlos a todos, ¿cómo hiciste para ocultarlo? No son nombres cualquiera.

 

—¿Quién mierda sos? —La mandíbula de George está tensionada, presionando fuertemente por la ira apoderando su ser.

 

—Angel de la muerte, así te llaman— Alex le dice, evitando contestarle y se deshace del agarre de las manos del contrario. —Tiene sentido, así lo van a publicar en los noticieros.

 

—¿Sos periodista? Una lacra de esos, un par de sobres y nunca saldrá a la luz, cariño —Se ríe de repente el pelinegro retrocediendo unos pasos. —Si es que logras compartirlo.

 

A una gran velocidad, que Alex no logra adivinar, empuña otra cuchilla y la clava en su hombro. La sangre comienza a brotar a borbotones y el morocho se ve en desventaja para evitar más ataques contra su cuerpo, aunque puede evitar que toque puntos vitales.

 

Los ojos grandes de George se ven dilatados, azul profundo del mar como la noche, mientras intenta dejar tajos y tajos contra Alex tiñendo la pulcritud blanca de la habitación en un carmesí. Disfruta los gemidos de dolor y la sensación de poder en sus manos.

 

—Ay, amor, si tan solo hubieses dejado que todo termine más rápido y no te hubieses entrometido en algo tan tonto —Dice besando a Alex cortamente bañado de rojo en sus manos y piernas, encima de este. Albon lo ve con temor. —Pero a vos te gustó más el dolor.

 

Alza el cuchillo para dar su golpe final, pero las puertas se abren y una horda de efectivos policiales se hacen paso a la habitación tomando a George y apartándolo del cuerpo convaleciente del suelo, reduciéndolo sin mucha dificultad y esposando sus manos teñidas de sangre.

 

—Agente Albon — uno de los oficiales se acerca a ayudar al morocho para detener el sangrado con lo que puede. — Ahora vienen los servicios de emergencias. 

 

—¿Consiguieron todo? —Pregunta cómo puede.

 

—Es suficiente para que sea un dolor de culo para sus abogados, va a estar encerrado sí o sí —Le responde uno de sus compañeros, más bajo que él, de rulos y blancón.

 

—Perfecto.

 

—Por cierto, debiste llamarnos antes, mirá si terminabas muerto —le regaña. —Las cicatrices que te van a quedar…

 

—Callate, Fran. Lo importante es que lo atrapamos.