
Do not open your eyes
Satoru no abrió sus ojos.
Eso lo cambió todo.
La cosa con Gojo Satoru era que él era el más fuerte. Siempre lo había sido. Y, como mucho, había pasado por unos pocos años al principio de su vida en los todavía no lo era. Todavía.
Su destino fue siempre el mismo. La cima del mundo del Jujutsu. Inalcanzable, tanto literal como metafóricamente. Perfecto. Soportando el peso del mundo. Algo así como un dios mirando a unos simples mortales.
¿Era el más fuerte por ser Gojo Satoru? ¿O era Gojo Satoru porque era el más fuere?
Eso era algo tan intrínseco en él que nunca pensó que se fuera a ir alguna vez.
Y, sin embargo, pasó.
Fue un accidente, ¿sabéis? No había sido su intención.
No se arrepentía, sin embargo. No podía arrepentirse de ese feliz accidente. Ni ahora ni en el futuro ni en el pasado. Nunca.
Veréis, Satoru murió.
Ya, ya. Os podéis reír pero esto no era una broma.
Lo cierto era que murió una vez antes de esta. Pero se puso mejor momentos después. Y le preguntaréis, ¿cómo te puedes poner mejor después de morir? Pues ciertamente existía lo de ponerse peor después de morir. Si no, preguntadle a Suguru, cuyo frío cadáver fue utilizado y poseído por algún ser de más de mil años cuyas intenciones eran básicamente hacer del mundo su experimento. Y si se podía poner peor, ¿por qué no mejor? El secreto estaba en tener una iluminación justo en ese instante en el que mueres pero todavía sigues vivo. Satoru sabía que, para muchos, eso no tenía sentido. Pero ellos no tenían los Seis Ojos así que... No cuentan. Lo que contaba era que eso era cierto y que en esa iluminación, tenías que ver las raíces del mundo, el núcleo de la misma tela de la realidad.
Fue sólo momentáneo. Menos de un milisegundo o cualquier cosa más pequeña que eso. Pero fue suficiente para hacerle aprender la Técnica Maldita Inversa y curarse a sí mismo.
Claramente, no volvió con todos sus tornillos inmediatamente después de básicamente resucitar. No reclamaba haberlos tenido todos antes de morir, tampoco. Pero había vuelto con aún menos porque todavía no habían sido apropiadamente atornillados.
Aún así, consiguió volver.
No se esperaba volver de una segunda muerte.
Fue a manos de Ryoumen Sukuna.
Fue la pelea de su vida. Mierda, incluso de su existencia. Su corazón era de Suguru pero eso no quitaba lo que fue esa pelea.
Sukuna había estado en el cuerpo de su hijo y había sido horriblemente doloroso ver la cara Megumi incluso con la expresión y los tatuajes de Sukuna en la pelea. Y el mundo dependía de esa pelea. Literalmente.
Aún así, por más doloroso y serio que fuera, esa pelea fue la pelea de su vida.
Reconocía que eso le hacía respetar en algunos aspectos a Sukuna. Y también que tenía esa especie de ligero crush en Sukuna por esa misma razón. De la misma forma que se originó su crush por Fushiguro Toji.
Sí. Satoru estaba realmente mal de la cabeza. Pero eso no era nuevo, ¿no?
Además, eran meros crushes. Su amor le pertenecía a Suguru como había dicho antes y lo volvería a decir incansablemente por el resto de la eternidad.
Eso era asquerosamente dulce y meloso, y a Satoru normalmente le daría asco algo como eso si no fuera porque era lo que de verdad sentía por Suguru.
Volviendo al tema en cuestión, fue un accidente. Uno honesto. No le mires así, Nanamin, fue de verdad un accidente, no ninguna de sus tonterías-.
Ejem. Pues eso.
Fue un accidente. Nada de lo de 'los accidentes no existen' de Kung Fu Panda.
Satoru no había estado en condiciones de hacer mucho. Y, si lo hubiera hecho, había estado en aún peores condiciones como para pensar en algo con siquiera un atisbo de coherencia.
Había estado partido por la mitad. Su parte inferior del cuerpo permanecía en pie. La parte superior había caído al suelo hacia atrás después de ser separada.
Ya no podía usar su RCT y, sinceramente, tampoco pensar adecuadamente. Así que perdonad si le resultó alagador que su asesino le llamara 'magnifíco' y que le recordaría por tanto tiempo que dicho asesino existiera. Fue casi hasta romántico si no fuera por la situación que era. Y, sinceramente, teniendo en cuenta el mundo del Jujutsu, podía de verdad considerarse romántico incluso en condiciones como esas.
Fue entonces que murió.
Y luego volvió a despertar.
Obviamente, Satoru no había sabido lo que estaba pasando.
Sólo sabía que se notaba demasiado vivo cuando debería haber muerto. Estaba lejos de Suguru cuando debería haberse reunido con él en lo que quiera que exitiera después de la muerte, si es que existía algo.
Quería llorar y patalear y hacer un berriche y gritar y llorar y-. Espera. ¿Estaba haciendo justo eso mismo? Fue lo que pensó en ese momento a pesar de no poder parar. Estaba llorando, pataleando y gritando.
Eso sólo confirmaba que estaba vivo.
Seguía sin saber qué estaba pasando ni por qué, pero de cualquier forma no quería abrir los ojos.
¿Porqué querría abrir los ojos en un mundo en donde no estaba Suguru? Sus Seis Ojos, aunque claramente cansados y todavía no funcionando al cien por cien, no detectaban el alma de Suguru cerca y eso era razón suficiente como para no querer abrirlos.
Fue su mayor arrepentimiento, ¿sabéis?
No fue no poder salvar a Riko. Tampoco fue ser encerrado en una prisión sin poder escapar por sí mismo. Tampoco lo era no poder estar ahí cuando sus estudiantes más lo necesitaban. Y tampoco no poder hacer más. Tenía fe en sus estudiantes. ¿Estaba tan mal que confiara en ellos para que siguieran adelante y arrasaran con todo? Ellos no eran Gojo Satoru, el más fuerte. Al menos, no eran tan fuertes todavía. Pero tenían potencial, talento, cabezonería y la fuerza de voluntad para hacerlo. Y Sukuna había quedado en el punto más débil de su existencia después de esa pelea, así que no les quedaba mucho. Sin Sukuna y sin Kenjaku, el mundo el Jujutsu no les podía hacer nada. No cuando la mayoría de los superiores fueron ya eliminados (tristemente, no por su propia mano, se quejaba Satoru) y ellos ya estaban subiendo escalones con pisadas de elefante para alcanzar la cima.
Pero Suguru... Suguru siempre fue diferente.
No podía descubrirlo de otra manera.
Se arrepentía de muchas cosas en ese aspecto. De no poder estar ahí. De no haberlo notado. De no haber hecho más. De haberle dejado ir. De matarle. De haberse separado de él...
Si había un arrepentimiento que se fuera a llevar más allá de la tumba, era ese.
Sin duda.
Hasta estas fechas, seguía sin estar seguro de si él mismo había tenido algo que ver con lo que había pasado después de su segunda muerte o si había sido algo más. Pero no tenía ninguna duda de que si había sido al menos parcialmente su culpa, entonces había sido por una mezcla entre ese arrepentimiento y su falta de coherencia en ese momento de su segunda muerte.
Satoru murió. Con los ojos todavía abiertos.
Satoru siguió viviendo. Volvía a estar vivo. Con los ojos cerrados e indispuesto a abrirlos.
Y eso lo cambió todo.
Cuando Satoru se negó a abrir sus ojos, el mundo le dio su deseo.
Su existencia siempre iba a ser tan intrínseca con el mundo que este retumbaba y cambiaba al dar paso a su nacimiento. Eso pasaría de cualquier manera. La cosa era que no tenía que hacerlo tan notoriamente como la primera vez. Nada de abrirse los cielos cuando había estado muy nublado ni fenómenos alrededor del mundo mucho más de lo normal.
Si no quería ser el más fuerte, el mundo se lo concedería con la mejor habilidad que pudiera. Y, ya que no podía quitarle su poder o su fuerza, entonces haría todo lo posible para que, a los ojos del resto de los humanos, no lo fuera.
Su presencia hizo retumbar de nuevo el mundo, pero no en una manera que simples humanos pudieran sentirlo.
Sus ojos no se abrieron, así que el cielo tampoco se abrió.
Un llanto sonó en la otra punta de la residencia principal del clan Gojo.
Estaba la suerte de que su medio hermano estaba ahí.
Su padre sólo había tenido amantes hasta ese momento, esperando el heredero perfecto para casarse con la mujer que se lo dio.
En otra vida, esa mujer había sido la madre biológica de Satoru. Una mujer fría y hambrienta de poder, con una falta de instintos maternos o cualquier amor que debería tener de manera natural hacia su hijo.
En esta vida, esa mujer era la madre de su medio hermano, quien se iba a morir de cualquier manera en menos de una hora después de que su hijo naciera. El capullo de su padre dio prioridad a que se firmaran unos papales de matrimonio en cuanto le dijeron que lo más probable era que la madre no sobreviviera. No quería que su heredero fuera un bastardo.
La cosa era que su medio hermano también había sobrevivido a su nacimiento en su otra vida. Había tenido ojos especiales pero no los Seis Ojos, sino unos mucho más inferiores y menos azules. Pero tenía el pelo blanco, grandes reservas de Energía Maldita por más que no nunca alcanzaran las de Satoru, y bastante talento. Qué pena que en esa otra vida no tenían su vida muy arriba en su lista de prioridades y no se molestaron en asegurarse de que todas sus misiones fueran bien investigadas y correctamente asignadas de antemano. Su medio hermano murió joven, a los siete años, cuando Satoru aún no había exorcizado a su primera Maldición de grado especial y tampoco había podido conocerle aún.
En esta vida, en cambio, era visto como un milagro. Por el potencial que tenía, mayor al del resto de esa generación y la anterior y la anterior de esa. Llevaban más de dos siglos y medio sin ningún Seis Ojos y este era el mejor indicio en todo ese tiempo.
Mientras tanto, Satoru no abrió los ojos y quería muchísimo tumbarse hacia un lado como un ovillo y desaparecer si Suguru no estaba ahí también. Su Energía Maldita intentó seguir sus intenciones lo máximo posible y, sin unos Seis Ojos disponibles para ellos, nadie allí podría ver la verdadera cantidad de Energía Maldita que Satoru tenía, habiéndola arrastrado de su otra vida.
Satoru nació, según el resto del clan Gojo, con reservas de Energía Maldita bastante grandes pero sin siquiera poder abrir los ojos, seguramente era ciego por su incapacidad de abrirlos. Eso era un gran defecto y, en comparación, su perfecto medio hermano era el mejor candidato a heredero del clan.
Satoru cambió su destino. Ya no tenía por qué ser el más fuerte del mundo.
O a lo mejor lo seguía siendo, pero nadie más que los que deberían lo sabían. Y ya no tenía por qué soportar el peso del mundo.
Satoru no abrió sus ojos.
Y eso lo cambió todo.