La historia de Tywyll #FdeDnD. "Amiga..."

Dungeons & Dragons (Roleplaying Game)
F/F
Gen
Multi
G
La historia de Tywyll #FdeDnD. "Amiga..."
Summary
Tywyll despierta un día más en el gremio de ladrones, donde lleva viviendo los últimos 4 años. ¿Qué sorpresas le deparará el día de hoy? ¿Le tendrá preparada su imponente líder alguna misión?
Note
Antes de nada: Tywyll es una semi-kitsune (kitsune x ??) y es uno de los personajes protagonistas de nuestra partida de rol "Una amenaza durmiente", "#FdeDnD" para los amigos/los hilos y memes de Twitter. Si te gusta el universo del rol, concretamente de DnD, con este tienes risas y dramas asegurados.En estos capítulos me centraré en la historia de Tywyll, cuya precampaña se está jugando de forma paralela a la campaña principal. El final ya está "escrito", pero me parece interesante presentar su historia desde los comienzos. Ya habrá tiempo de llegar al drama...Ah, seguramente escriba también sus aventuras en la partida principal, por lo que esto formará parte de una serie. Doble Tywyll, doble diversión.Dicho esto, disfrutad de la lectura!

Amiga tiene amigos

Tywyll parpadeó un par de veces con los ojos entrecerrados antes de abrirlos por completo. Se incorporó y se quedó sentada en el lateral de la cama, sacudió la cabeza para acabar de despertarse y sus orejas de zorro se mecieron siguiendo el movimiento. Miró a su alrededor, el dormitorio común que compartía con otros miembros del gremio mantenía su habitual actividad: algunas camas estaban vacías, en otras seguían durmiendo y por los rincones había gente conversando. Allí todos estaban acostumbrados al ritmo intermitente y descoordinado del sueño, así que dormir con ese ir y venir de gente no suponía un problema.

Se puso en pie y dedicó unos minutos a sacudirse y quitarse los restos de paja que tenía pegados al cuerpo, prestando especial atención a las hebras enredadas en su mullida cola. Las camas de paja tenían sus pequeños inconvenientes, pero eran un tesoro en comparación al suelo de las frías calles, en las que tantas noches había dormido años atrás.

Una vez estuvo lista, salió de la habitación para dirigirse a la sala central, el atrayente olor de la comida caliente le hizo aligerar el paso. 

La estructura subterránea del gremio de ladrones era circular: en el centro se encontraba la sala común, que se usaba principalmente de comedor; rodeándola estaban las habitaciones de los oficiales, sus despachos y otras salas importantes; y la parte más externa estaba compuesta por las habitaciones de los miembros rasos, las zonas de entrenamiento, la armería y los almacenes.

Tywyll no tardó en llegar al comedor, el bullicio del interior se podía escuchar desde el pasillo. Cuando entró en la gran sala fue directa hacia la mesa en la que se encontraba el gran caldero de gachas. Había más comida dispuesta a su alrededor, pero estaba reservada exclusivamente a los miembros de alto rango, así que hundió el cucharón en la burbujeante y espesa papilla, cogió un cuenco y, mientras vertía en él las gachas, buscó con la mirada puesta en la mesa de los oficiales a la que era la líder de su grupo: Adana Nocturna.

Adana era una drow fría y solitaria. Su rostro rara vez reflejaba sus intenciones, pero una mirada suya podía helarle la sangre hasta al asesino más sanguinario. No simpatizaba con nadie, ni siquiera con los miembros de su mismo rango. Parecía que el resto del mundo le diera igual, que le molestara.

Sin embargo, Tywyll sentía que de un tiempo a esta parte, habían habido ciertos cambios en la actitud que Adana mostraba hacia ella, cambios sutiles que podrían haber pasado desapercibidos para cualquiera, pero que habían despertado en ella una curiosidad que la atraía de forma peligrosa, casi magnética, hacia la temible drow.

Desvió su atención un segundo hacia las mesas que había a su alrededor, entre la multitud, distinguió la cabeza de Muddy, su compañera de equipo, una humana impertinente que parecía haberla tomado contra ella por motivos que Tywyll desconocía pero que tampoco le importaban. Estaba sentada en una mesa junto a otros miembros del gremio. A su derecha estaban Chip y Chop, los gemelos pelirrojos, y frente a estos se encontraba Dlanod, un drow más amigo de los cuchillos que de las palabras.

Había sitio en la mesa, así que Tywyll se acercó al pequeño grupo y se sentó frente a su compañera de equipo, que le hizo un gesto seco con la cabeza a modo de saludo. Sin embargo, la atención de Tywyll había vuelto a Adana y el gesto fue ignorado, lo que hizo que Muddy soltara un muy evidente suspiro de exasperación.

El resto de ocupantes de la mesa estaban enfrascados en el intenso juego que Dlanod se llevaba entre manos, literalmente. Con rápidos movimientos, el drow clavaba en una dirección y en otra, una afilada daga entre sus dedos. El repiqueteo del arma sobre la mesa aumentaba cada vez más de velocidad, acompañado por los vítores de los gemelos. Cuando consideró que ya se había lucido lo suficiente, Dlanod le tendió la daga a los hermanos, que se pelearon por cogerla. Chop consiguió hacerse con el arma y comenzó a repetir el mismo juego. Sin embargo, su hermano no paraba de molestarlo para desconcentrarle y un mal movimiento provocó que Chop se hiciera un corte y que los hermanos volvieran a pelear entre gritos e insultos.

El alboroto de la discusión hizo que Tywyll prestará atención a la mesa por primera vez desde que se había sentado. Muddy se percató de esto y, cogiendo la daga que había quedado olvidada en la mesa, comenzó a realizar el mismo juego que habían hecho sus compañeros. Con una mirada desafiante fija en Tywyll, completó el desafío sin siquiera mirar sus movimientos, ganándose la atención y las ovaciones de todos en la mesa. Una vez hubo terminado, le tendió la daga a Tywyll con una prepotente sonrisa de triunfo en los labios.

Sus orejas de zorro se agitaron y arqueando una ceja tomó la daga. 

Los gemelos habían dejado de gritar y hasta Dlanod miraba con interés el desafío. Se hizo un silencio incómodo en la mesa, mientras la tensión entre las dos compañeras era cada vez más evidente.

Muddy captó una efímera sonrisa en los labios de Tywyll, en el momento en que esta tendió la mano abierta sobre la mesa y comenzó a clavar la daga una y otra vez entre sus dedos. Llegó desde el pulgar hasta el meñique a gran velocidad, y volvió a hacer el recorrido inverso aún más rápido. A continuación, con un grácil gesto, lanzó la daga al aire y la atrapó con la otra mano, repitiendo los mismos movimientos, de nuevo a mayor velocidad. Cuando terminó, clavó la daga en la mesa, miró con actitud juguetona a Muddy y le guiñó un ojo, provocando que esta soltara un bufido de rabia mientras ponía los ojos en blanco. Los gemelos se miraron entre sí sin decir nada, con las bocas entreabiertas, mientras Dlanod asentía satisfecho con el desafío.

La tensión en el ambiente parecía estar disipándose poco a poco, mientras todos se concentraban en continuar su desayuno. 

De repente, se oyó un fuerte ruido tras ellos y Tywyll vio como los ojos de Muddy la miraban y se abrían con sorpresa en dirección a su espalda. Sus orejas giraron instintivamente siguiendo la dirección del ruido y a continuación lo hizo también su cuerpo. Frente a ella, un cuenco de gachas volaba por los aires directo hacia su cabeza. Desde la dirección en la que venía, alcanzó a ver una pequeña figura en el suelo, a unos metros de distancia. Con un movimiento rápido, Tywyll se apartó de su asiento en el instante justo en el que el cuenco de gachas se estrellaba con un golpe estrepitoso y salpicaba todo a su alrededor.

Se hizo un silencio sepulcral en el gran comedor, donde todo el mundo se había girado hacia ellos y miraba con detenimiento la escena.

En el centro de la sala, un niño de unos doce años permanecía tendido en el suelo. Tras unos segundos se incorporó levemente, puso una mano frente a su boca y escupió en ella un diente lleno de sangre. Al verlo, el gesto en su cara se descompuso. Buscó con la mirada entre la gente un rostro conocido y al ver a Tywyll la miró con ojos temblorosos. Esta se acercó a él, lo ayudó a incorporarse y, agachándose para estar a su altura, comprobó si se había hecho daño en algún otro sitio. Se quedó más aliviada al ver que estaba bien, pero era evidente que el niño estaba al borde del llanto. Ignorando a la multitud que los observaba, lo acompañó hasta la mesa, donde lo sentó y le dio su cuenco para que comiera.

El muchacho se llamaba Ernesto, era otro de los compañeros de equipo de Tywyll y prácticamente un hermano pequeño para ella, aunque de pequeño cada vez tenía menos. A sus 12 años, era mucho más hábil que otros miembros mayores que él y se esforzaba continuamente por mejorar y demostrarle a todo el mundo que ya no era un "bebé", como algunos aún le llamaban.

Unos pasos sutiles pero firmes resonaron en el silencio de la sala, mientras una esbelta figura se acercaba a ellos, deteniéndose a escasos metros de la mesa. 

Adana los miró uno por uno, con su rostro impasible, sin decir una palabra: Ernesto miraba fijamente y con ojos llorosos su cuenco de gachas, mientras rodaba con un dedo su diente por la mesa. Trataba de contener los sollozos, pero de vez en cuando alguno se escapaba entre su agitada respiración; Muddy permanecía en silencio, con el miedo en los ojos, temerosa de las consecuencias que podría tener para ellos el haber decepcionado a la drow; al llegar a Tywyll, Adana le asintió levemente con la cabeza, gesto que ella interpretó como una señal de aprobación por cómo había manejado la situación. Su cola se agitó sutilmente, reflejo de la satisfacción que sentía por haber contentado a su líder. 

Tras una pausa que a todos allí se les hizo eterna, Adana alzó el rostro de la mesa.

—¿Qué estáis mirando? ¡Venga, todo el mundo a comer! —gritó sin moverse del sitio, haciendo que su voz llegara a todos los rincones de la sala y a oídos de todos los presentes.

Tras esto, se giró dignamente y regresó a la mesa de los oficiales. Para entonces, la sala había recuperado su actividad habitual y ya nadie prestaba atención al grupo de Tywyll. Esta se giró para tratar de animar a Ernesto y vio de soslayo como Adana salía del comedor tras Nelson, el hombre rata jefe del gremio.

—No te preocupes, volverá a crecer. —dijo señalando el diente que Ernesto seguía rodando bajo su dedo.

—P-pero me ha visto todo el mundo, verdad? —respondió él, sorbiendo por la nariz—. El suelo estaba mojado… —concluyó con un hilo de voz.

—Le podría haber pasado a cualquiera. Venga, no pienses más en eso y acábate el desayuno. ¿Quieres volverte fuerte, no? —con una sonrisa revolvió el pelo castaño del muchacho, que asintió y comenzó a comer.

—Cuando terminéis —la voz de Muddy sonaba irritada— haríais bien en venir al entrenamiento.

Un fugaz reflejo rojo atravesó los ojos de Tywyll, que la miraba con el ceño fruncido y las orejas echadas hacia atrás.

—En fin… yo me voy yendo. —respondió la humana con desdén, levantándose y alejándose de la mesa.

Tywyll la siguió con la mirada hasta que Muddy salió del comedor. Su cola, que se había erizado ligeramente, volvió a su estado natural, al igual que sus orejas de zorro.

A los pocos minutos, Ernesto acabó sus gachas, se bebió todos los vasos de agua que había sobre la mesa y se limpió la boca con el antebrazo, dejando una notable mancha de gachas, agua y sangre en la manga de su camisa. Miró a Tywyll y se puso en pie dando un fuerte golpe en la mesa con la mano.

—A peor… ¡No puede ir! —dijo agitando su diente en el aire y saliendo de la sala con aire decidido.

La sala de entrenamiento era un gran recinto con diversas zonas habilitadas para la práctica de todas las técnicas que se aprendían y dominaban en el gremio de ladrones. El suelo estaba mayoritariamente cubierto de paja, en la pared del fondo había muñecos de madera con dianas dibujadas, en un lateral colgaban varios sacos de piel de distintos tamaños rellenos de paja, retazos de tela y demás materiales, en una esquina había un ring formado por cuatro palos sujetos entre sí con cuerdas y, dispersos por el resto de la sala, había todo tipo de armas y armaduras, así como otros objetos que podían utilizarse para entrenar.

Cuando Tywyll y Ernesto llegaron, el recinto no estaba excesivamente abarrotado. La joven buscó con la mirada y vio a Muddy sentada en una mesa junto a la pared. Desde allí, la humana lanzaba dagas hacia los muñecos que se encontraban en fondo de la sala, tenía la vista fija en la puerta principal y obviamente los había visto llegar, pero no se molestó en saludarlos, tan solo siguió lanzando las armas hacia su espalda, sonriendo con suficiencia cuando las escuchaba impactar en las dianas.

Tywyll puso los ojos en blanco y siguió examinando la habitación. Escuchó unos fuertes golpes y sus orejas giraron en la dirección de la que venía el sonido. En una esquina, un musculoso dracónido verde sacudía con sus puños un gran saco que colgaba del techo. Llevaba las manos envueltas en vendas y mantenía una gran sonrisa en la cara, con la que trataba de disimular su evidente cansancio. Se trataba de Jake, el último integrante de su grupo. No le extrañó encontrarlo allí, siempre se levantaba temprano para ir a entrenar, ignorando el desayuno. Tywyll admiraría su constancia y tenacidad, si no fuera porque a esas alturas conocía de sobra al dracónido y sabía que el único motivo que lo llevaba allí cada mañana era su pasión por alardear. Aún así, le tenía un gran cariño, confiaba en él y lo consideraba un buen amigo.

La chica dejó la entretenida visión de Jake a un lado y se giró hacia Ernesto, que había entrado rebosante de ilusión en la sala antes que ella, pero se había quedado bloqueado en la puerta, sin saber muy bien qué hacer.

Un destello pícaro atravesó los ojos verdes de Tywyll, que volvió a mirar a Jake antes de acercarse a Ernesto. El dracónido estaba tan ocupado tratando de lucirse, que no se había percatado de la llegada de sus dos compañeros.

—¿Quieres practicar tu ataque sorpresa? —dijo con una pequeña sonrisa, que dejó entrever uno de sus colmillos.

—¡Si! —exclamó sin dudarlo un segundo, sacando una daga de su bolsillo—. Je je…

Tywyll rió ante la tierna emoción del niño y se acercó a su oído. Susurrando, le dio diversas pautas y consejos sobre cómo debía efectuar el ataque. Ernesto asentía prestando atención y mirando con determinación a su objetivo.

Cuando estuvo listo, se agachó y comenzó a acercarse lentamente al dracónido. Cada pocos pasos se giraba hacia Tywyll, que le respondía con inclinaciones de cabeza para indicarle que lo estaba haciendo bien. Cuando estuvo a escasos metros de él, volvió a girarse con una gran sonrisa en el rostro y uno de sus pulgares hacia arriba. A Tywyll le costó reprimir una carcajada ante la divertida escena y volvió a asentir para animarle a continuar. 

Jake seguía golpeando con fuerza los sacos, ajeno a todo lo que estaba pasando tras él. De repente, algo saltó sobre su cabeza y unas pequeñas manos cubrieron sus ojos.

—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —gritó su atacante. 

La sorpresa del dracónido duró apenas unos instantes, pues reconoció inmediatamente la voz de Ernesto sobre su cabeza. Con una sonrisa, cogió las manos del muchacho, que seguían cubriendo sus ojos, y comenzó a correr en círculos. Tras unos segundos dando vueltas, levantó a Ernesto por encima de su cabeza y lo dejó con cuidado en el suelo. Este reía y jadeaba mareado, mientras se balanceaba hacia los lados tratando de recuperar el equilibrio.

—Por lo menos me has sorprendido… al principio… supongo… —dijo Jake divertido, tratando de no desanimar al muchacho.

—Si hubiera tenido una daga… ¡te la habría clavado aquí! —respondió señalando su propia cabeza, orgulloso de su ataque—, y entonces…

Las risas y los comentarios de los dos compañeros se interrumpieron de golpe cuando vieron a Adana entrar por la puerta. Desde las distintas partes de la sala, todos los presentes habían interrumpido sus actividades y la miraban en silencio. 

Sin decir una palabra, la drow hizo un gesto con el dedo señalando a sus cuatro subordinados, después señaló a la puerta y salió de la habitación.

Muddy se levantó de un salto, recogió sus dagas rápidamente y salió apresurada por la puerta. 

Jake fue hacia sus cosas, fingió limpiarse su sudor inexistente con una toalla, se la echó al hombro y salió orgulloso de la habitación, no sin antes dedicarle una cautivadora sonrisa a Tywyll al pasar por su lado. Esta le devolvió la sonrisa arqueando una ceja y se giró hacia su otro compañero.


—Vamos, será mejor no hacerla esperar... —dijo dándole unos suaves golpecitos en la cabeza a Ernesto, y se marchó con paso ágil tras los demás.